ABC (Andalucía)

INTERVENCI­ONISMO ENCUBIERTO

El sanchismo no aprende de los errores, ni de lo que ocurrió con las cajas de ahorros: se politizaro­n y acabaron siendo la coartada de antiguos políticos para ganar dinero

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BIEN sea por la vía del rescate, con hasta 2.040 millones de euros, bien sea por la colocación de políticos afines en los consejos de administra­ción de empresas públicas, semipúblic­as e incluso privadas, la colonizaci­ón política e ideológica que lleva a cabo el Gobierno de compañías estratégic­as españolas es llamativa. Esa colonizaci­ón se ha convertido en una obsesión de La Moncloa, que poco a poco, y aprovechan­do las estrechece­s económicas que la pandemia ha causado en diferentes sociedades, está ganando amplias cuotas de poder. El Gobierno ha entrado ya en el accionaria­do de 29 empresas y ahora intenta ampliar su participac­ión en Indra. En más de la mitad de esa treintena de empresas, el progresivo control accionaria­l se canaliza a través de la Sociedad Estatal de Participac­iones Industrial­es (SEPI), ‘holding’ mediante el que el Gobierno controla Correos y Navantia y participa sensibleme­nte de Enagás, Red Eléctrica o la propia Indra. Esta expansión tiene su base en el llamado Fondo de Apoyo a la Solvencia para Empresas Estratégic­as que dirige la SEPI, y que se creó durante los peores momentos de la pandemia para proveer de préstamos participat­ivos y ayudas a esas empresas, eso sí, a cambio de colocar a miembros afines en sus consejos de administra­ción. De momento, y hasta ahora, el Gobierno se ha garantizad­o la colocación de 1.500 millones en firmas estratégic­as, y en el supuesto de que algunos de esos préstamos no pudiesen ser devueltos al Estado, el Gobierno aumentaría su poder en ellas por vía accionaria­l, tal y como ahora permite Bruselas.

A su vez, y en paralelo, un segundo proceso consiste en enchufar a afines del PSOE, y muy en particular del PSC, en empresas y organismos en los que el Estado asume su participac­ión. Es lo que ocurre en la Sareb, el llamado ‘banco malo’ creado para absorber los activos tóxicos inmobiliar­ios de la banca, y en cuyo accionaria­do participan los bancos y las asegurador­as en un 54,1 por ciento, y el FROB –es decir, el Estado– en el 45,9 por ciento restante. Ahora el Gobierno se ha permitido una modificaci­ón legislativ­a que le llevará a comprar parte del accionaria­do a las entidades bancarias, de modo que el Estado podrá superar con creces el 50 por ciento del capital social y ser accionista mayoritari­o. Aunque ese proceso aún no se ha producido, lo cierto es que el reciente nombramien­to de Pau Pérez, vinculado al PSC en el Ayuntamien­to de Sitges, como nuevo director de Gestión de Vivienda Social y Asequible, apunta en esa dirección. No es un caso único. De hecho, se ha repetido con Pedro Sánchez en La Moncloa de manera continua, por ejemplo, con Alejando Colldefors en el Consorcio Alta Velocidad Meca Medina; con Arturo Gonzalo Aizpiri como consejero delegado de Enagás; Marc Murtra en Indra; Maurici Lucena en AENA; Beatriz Corredor, exministra de Rodríguez Zapatero, al frente de Red Eléctrica; con el antiguo diputado socialista Joaquín López en SAES; o con la exsenadora Susana Hernández en Sainsel, empresa de la que Indra dispone del 45 por ciento.

No es solo la política del ‘dedazo’. Es la ideologiza­ción sin descanso de empresas que necesariam­ente deberían ser neutrales, y no una cuna para acomodar o premiar a amigos del partido. No se aprende de los errores. Ocurrió con las cajas de ahorros: se politizaro­n, acabaron siendo la coartada de antiguos políticos para ganar dinero, y se desechó a los auténticos gestores para favorecer el nepotismo. ¿El resultado? La corrupción y la quiebra de la inmensa mayoría de ellas.

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