El factor humano
Una de las novelas de John Le Carré –y no es de las mejores– se titula ‘El factor humano’. La tesis subyacente de la novela es que, en el desarrollo de cualquier acontecimiento, en las circunstancias que cambian nuestra vida y la de miles o millones de personas, interviene el factor humano. Mi tía Pascualina, que nunca leyó a Le Carré, solía expresarlo de manera sucinta: «Un tonto jodió a todo el pueblo».
El tonto puede ser también un criminal inteligente, un artista frustrado, un negociante calculador, o simplemente, un ser humano sometido a las miserias de la fisiología. Cuenta Stefan Zweig, creo que ‘En momentos estelares de la humanidad’, que en la batalla de Waterloo, donde cambió la historia de Europa, Napoleón sufrió una descomposición de vientre pertinaz, que no le permitió estar de manera constante al tanto del mando, puesto que, cada poco tiempo, debía ausentarse para atender a las imperiosas órdenes del intestino, y ya se sabe los complicados ropajes que vestían a principios del siglo XIX.
Posiblemente, si la persona que mandaba en el Ejército japonés en diciembre de 1941 no hubiera dado la orden de bombardear Pearl Harbour, es bastante probable que Estados Unidos habría contemplado, con tanta preocupación como inoperancia, el triunfo de Alemania y la historia de Occidente habría cambiado. O, quién sabe, si aquel muchacho llamado Adolfo Hitler hubiera aprobado su ingreso en la Escuela de Bellas Artes de Viena, no hubiera transformado su resentimiento en pintar con sangre la muerte de 50 millones de personas.
Hoy es irrelevante la duda de si Crimea fue el equivalente a la invasión de los Sudetes, o si el peligro es que, como dice Woody Allen, Putin escuche música de Wagner y le impulse a invadir Polonia. Lo relevante es el factor humano. Y ya sabemos quién es. Y produce algo más que miedo: suscita un temor razonable –el peor de los temores– y la prueba es el último bombardeo sobre una central nuclear. Que se haya dado esa orden, conociendo que bombardear no es precisamente una labor de precisión, estremece el ánimo y descifra las crueles y brutales capacidades de Putin.
La única esperanza es que habrá otras personas, que viven en Rusia o en China, y que podrían tomar decisiones para neutralizar la frialdad criminal del personaje.