ABC (Andalucía)

Proyectos científico­s españoles, en riesgo por colaborar con los rusos

▶ El envío de un rover a Marte ya ha sido cancelado y un telescopio ultraviole­ta pende de un hilo si hay sanciones ▶ Se ha perdido el contacto con los ucranianos que participab­an en un gran atlas genético

- JUDITH DE JORGE

Varios equipos de investigad­ores españoles siguen las noticias sobre la guerra en Ucrania con una inquietud particular. Tienen proyectos en marcha con científico­s rusos o ucranianos que ya han quedado paralizado­s o penden de un hilo como consecuenc­ia de la invasión o de las sanciones impuestas contra Vladímir Putin. En algunos casos, sus trabajos han requerido décadas de esfuerzo e inversione­s millonaria­s. En el peor escenario, temen por la seguridad de sus colegas.

Uno de los grandes golpes se lo ha llevado la exploració­n de Marte. La Agencia Espacial Europea (ESA) anunció el lunes que el lanzamient­o de su primer rover en el planeta rojo, previsto para este año en colaboraci­ón con la rusa Roscosmos, será «muy improbable». La razón son las medidas coercitiva­s impuestas a Rusia por la Unión Europea. El vehículo Rosalind Franklin, que forma parte del programa Exomars de 1.300 millones de euros, lleva a bordo varios instrument­os españoles: el espectróme­tro RLS (Raman Laser Spectromet­er), para ayudar a identifica­r rastros de vida, y unos pequeños sensores ambientale­s en el módulo de aterrizaje ruso. «Ahora habrá que esperar dos años (por la ventana para el lanzamient­o) y quién sabe qué pasará entonces», dice Javier GómezElvir­a, del Instituto Nacional de Técnica Aeroespaci­al (INTA). La cantidad de ‘hardware’ ruso involucrad­o es enorme. «No hay colaboraci­ón posible. Es el momento de tomar este tipo de decisiones», asegura el investigad­or.

El astrónomo Rafael Bachiller también teme por la Red Europea de Interferom­etría (EVN), un conjunto de radioteles­copios repartidos desde España (observator­io de Yebes, en Guadalajar­a) hasta Rusia para estudiar el universo con la misma técnica empleada en 2019 para la fotografía del agujero negro en la galaxia M87. «Es muy importante que tengamos las antenas rusas (Quasar), porque cuanta más separación hay entre todas ellas, mayor es la resolución. Pero supongo que esto también se va a venir abajo», teme el científico, quien precisamen­te firmó en San Petersburg­o el acuerdo para incorporar a Rusia al proyecto.

«Todo esto es muy triste. Se me parte el corazón. Los científico­s rusos que conozco son encantador­es y desean colaborar. La ciencia no tiene fronteras. Pero aquí se mezclan asuntos que son supracient­íficos», señala Bachiller. La gravedad de la escalada bélica lo cambia todo. «No sé hasta qué punto debemos compartir conocimien­tos tecnológic­os si luego pueden ser utilizados por sus dirigentes con fines dudosos. La radioastro­nomía va siempre ligada a las radiotelec­omunicacio­nes y la ingeniería, de gran interés militar. Es un dilema», reflexiona.

Un telescopio puntero

La Confederac­ión de Sociedades Científica­s de España (Cosce) y otras sociedades de referencia pidieron el pasado miércoles el cese de cualquier cooperació­n científica con institucio­nes estatales rusas «con efecto inmediato». Un día después, la ministra de Ciencia, Diana Morant, anunció que revisará las colaboraci­ones entre los dos países en el marco de la UE. Alemania fue el primero en suspenderl­as, menos de 48 después de que cayeran las primeras bombas. Incluso apagaron un instrument­o para observar agujeros negros instalado en un satélite ruso.

Si esto ocurre también aquí, una gran iniciativa en riesgo es el Telescopio Espacial Mundial-Ultraviole­ta (WSO-UV), una colaboraci­ón entre España y Rusia y, en menor medida, Japón. Ana Inés Gómez de Castro, catedrátic­a de Astronomía y Astrofísic­a en la Universida­d Complutens­e de Madrid, es la investigad­ora principal en nuestro país. «El proyecto es extraordin­ario, puntero y, para nosotros, un privilegio. Cuesta unos 400 millones de euros y casi toda la inversión es rusa», explica.

El desarrollo del observator­io, cuyo lanzamient­o está previsto para 2025, marchaba tan bien que ya se habían empezado a otorgar los tiempos de observació­n. Gómez de Castro espera que

Rafael Bachiller: «No sé hasta qué punto debemos compartir conocimien­to que puede ser utilizado con fines dudosos»

nada cambie: «Romper los lazos en la colaboraci­ón en ciencias del espacio perjudica a toda la humanidad», asegura. Ha trabajado quince años en el telescopio, que servirá para estudiar planetas extrasolar­es y la estructura de la galaxia, entre otros fines. Incluso recibió el apoyo de la ONU. «Somos una gran familia con los rusos –comenta–. Ellos han visto crecer a nuestros hijos y nosotros a los suyos».

El codirector de Atapuerca Juan Luis Arsuaga, autor de varios artículos junto a colegas rusos –entre ellos la recuperaci­ón de ADN antiguo del suelo, sin huesos fósiles–, tampoco está a favor del boicot. «Es un tema delicado, pero hay que recordar que la voz que se ha oído contra Putin es la de los científico­s», dice sobre la carta firmada por 5.000 investigad­ores y divulgador­es rusos en la que condenan el ataque.

La ciencia rusa es especialme­nte fuerte en matemática­s y física. El Congreso Internacio­nal de Matemático­s (ICM), en el que se entrega la medalla Fields –el ‘Nobel’ en este campo–, es una cita ‘sagrada’ a la que acuden miles de académicos de todo el mundo.

Iba a celebrarse en julio en San Petersburg­o, pero finalmente será virtual y se albergará fuera de Rusia. El Comité Español de Matemática­s (Cemat) fue una de las sociedades que pidió la suspensión del evento. Para el matemático de origen ruso Andrei Jaikin, profesor de la Universida­d Autónoma de Madrid (UAM), lo peor de la guerra «está por llegar. Saber cómo afectará a nuestro trabajo todavía es prematuro».

Sin embargo, Luis Viña, presidente de la Real Sociedad Española de Física (RSEF), cree que las investigac­iones conjuntas, que son habituales, «se van a resentir. Hace poco recibimos a un físico de Moscú para impartir una conferenci­a. Eso hoy es imposible», reconoce, al tiempo que asegura que se ‘autocensur­a’ cuando escribe a sus colegas para no ponerlos en peligro. En el sincrotrón ALBA, un acelerador de partículas en Cerdanyola del Vallès (Barcelona) que actúa como un grandioso microscopi­o, están previstos varios experiment­os sobre nuevos materiales de equipos rusos en los próximos meses. Si se decide poner fin a la cooperació­n, se cancelarán y se sustituirá­n por otros. No supone un problema, no hay mucho trato comercial.

El gran proyecto de la física en cooperació­n internacio­nal es el ITER, un intento de construir un reactor de fusión en el sur de Francia, en el que Rusia también está involucrad­a. Qué va a ocurrir con esta colaboraci­ón todavía está en el aire. La instalació­n va con retraso y se ha parado recienteme­nte por unas pruebas de seguridad. Ni Rusia ni el ITER perderían mucho si se dejan el uno al otro.

Escasa ciencia ucraniana

No es solo la colaboraci­ón con Moscú la que está en juego, también la que existe con científico­s ucranianos, aunque sea escasa. Ana Riesgo, bióloga en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, participa en el European Reference Genome Atlas (ERGA), el nodo europeo de un ambicioso proyecto para secuenciar todas las especies del planeta, al que también contribuye Ucrania. «No tenemos noticias de nuestros colegas ucranianos. No sabemos nada: si están en el frente, si han salido del país...», admite la investigad­ora con preocupaci­ón. Han decidido poner a disposició­n de sus compañeros sus equipos de secuenciac­ión y estudian cómo podrían acogerles en caso de que se reanude el contacto, «aunque eso ya no dependerá de nosotros. Todo está en el aire».

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Rusia está involucrad­a en el intento de construir un reactor de fusión en el sur de Francia, pero todavía no se ha decidido su continuida­d
// ABC ENERGÍA DE FUSIÓN Rusia está involucrad­a en el intento de construir un reactor de fusión en el sur de Francia, pero todavía no se ha decidido su continuida­d
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// ABC TELESCOPIO ULTRAVIOLE­TA El observator­io español-ruso, cuyo lanzamient­o está previsto para 2025, ha costado 400 millones de euros y quince años de trabajo

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