Sevilla, ‘pegamento’ para el PP
La capital hispalense ya fue el escenario hace 32 años —en la misma fecha que el XX Congreso que se celebra ahora—, donde se buscó una nueva hoja de ruta
No es un mero congreso, ni otro cualquiera de trámite. La peor crisis que ha vivido el centro derecha en España, ni superada por los escándalos de la Gürtell o la Púnica, se dirimirá en Sevilla a principios de abril. La capital hispalense está llamada a ser el talismán que devuelva al Partido Popular la unidad que necesita, el ‘pegamento’ que reconduzca a la formación por otra hoja de ruta; con toda probabilidad liderada por el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo.
Quiere la casualidad, o no, que diría el expresidente del Gobierno Mariano Rajoy, que el X Congreso, que fue clave para la posterior victoria del PP, se celebrara también en Sevilla hace 32 años casi en las mismas fechas, el 31 de marzo y el 1 de abril, sólo con un día de diferencia.
Todos coinciden en que el Décimo fue el punto de inflexión del Partido Popular. La sucesión fallida de Manuel
Fraga por Antonio Hernández Mancha y sus escasos réditos electorales habían dejado sin fuelle a esta opción. El propio Fraga volvió a tomar las riendas provisionalmente y se jugaba el futuro del partido en una segunda apuesta. Para empezar se le cambió el nombre, de alianza a partido. Había que transmitir la sensación de que lo nuevo que saliera era algo más que una amalgama de pequeñas formaciones de democristianos, liberales y conservadores cada uno empujando para arrimar el ascua, no solamente a su sardina, sino a sus ideas. Cabe recordar a Alianza Popular como una federación de siete partidos liderados por siete ex ministros moderados del franquismo; los llamados «siete magníficos».
El panorama en 1990 no podía ser más esperanzador para los populares, recién caído uno de los mitos del socialismo puro: el Muro de Berlín. El PSOE había tocado techo, sus líderes estaban más que amortizados, y lo que era peor, debido a varios casos graves de corrupción la sociedad española demandaba una regeneración. La superioridad moral de la izquierda hacía aguas. Por primera vez el centro derecha podía ser una alternativa real de Gobierno a la socialdemocracia. Reinaba el optimismo y la ilusión. «Centrados con la libertad» era el nombre de la convención, donde el centro representaba las demandas de una clase media que necesitaba no solamente nuevos proyectos sino nuevas caras. Y Aznar y el equipo que salió de Sevilla se lo podía ofrecer.
Más que ‘a la búlgara’
Allí no había primarias, ni falta que hacía; los líderes naturales tenían un curriculum hecho mitad en la calle, mitad en la Administración. No era necesario ni falsearlos ni inventárselos. El 96 por ciento de los compromisarios, ‘a la búlgara’ se quedó corta, votó como presidente nacional a José María Aznar: 2.069 votos afirmativos, 11 nulos y 70 en blanco. El principiante diputado nacional por Ávila en la II y III Legislatura llevaba ya las riendas de Castilla y León. Aznar presentó un decálogo, «un proyecto en libertad». Para empezar
tocaba el espinoso tema de la organización territorial del Estado, ya que contemplaba el desarrollo del título VIII de la Constitución. Quizás, sabedor de lo difícil que era conseguir mayorías absolutas para gobernar era un guiño a los insaciables nacionalistas. Se vio más tarde cuando tuvo que pactar con Jordi Pujol en su primer Gobierno y el precio que tuvo que pagar. No obstante, a pesar de hablar de la España plural, diversa, nunca perdió de vista que una ambición de futuro pasaba por la unidad inquebrantable de la nación.
El segundo punto era la recuperación de la ilusión colectiva, de la confianza de los españoles frente a la resignación y la apatía. «Creemos que este pueblo debe decir fuera intervenciones, fuera mordazas, fuera amenazas, fuera intentos de control, queremos devolver el protagonismo a los ciudadanos antes que a la sociedad. Y a la sociedad antes que al Estado», eran las palabras de inicio del liberalismo contemporáneo en España después de la muerte del dictador. Por primera vez podía verse con claridad que el techo de los cinco millones de votos de la época de Manuel Fraga podía romperse.
En Sevilla también se habló de la recuperación del crédito de las instituciones. Como primera premisa, volver a reequilibrar la división de poderes hecha añicos. En el aire aún flotaba la famosa frase atribuida a Alfonso Guerra tras la reforma del Poder Judicial de 1985: «Montesquieu ha muerto». Se buscaba un Estado eficaz, a la vez que más reducido, donde la Educación y la Sanidad tuvieran calidad, eficiencia y competitividad. «No se puede obligar a los españoles a pagar más impuestos que nunca y a recibir tan malos servicios como se reciben», era el mensaje que luego caló en la sociedad. En aquella época no se podía dejar de lado la construcción europea. Ya se vislumbraba una futura moneda única y fuertes exigencias para acceder a ella. Se hablaba de una nueva realidad económica, social, cultural y política de Europa, sin olvidarse «de los pueblos de América».
Frente al inmovilismo con el que se tachaba al centro derecha, en este X Congreso se escuchó ya un nuevo estilo político y de gobierno «basado en el diálogo, en la moderación y en la tolerancia, como corresponde a una sociedad abierta y plural». Tampoco se podían olvidar los valores básicos, el reconocimiento de la capacidad y el esfuerzo, el sentido moral de la responsabilidad individual y colectiva, el respeto a los demás y el amor a la obra bien hecha. El propio José María Aznar puso de manifiesto antes de presentarse por primera vez a presidente del Gobierno que creía que había que limitar el mandato a un máximo de dos legislaturas. Ya en Sevilla abogó claramente y así lo apuntó en su discurso, «por la renuncia del poder a favor de la sociedad cuando ello sea necesario». Por último, también mencionó la modernización de España, con «más innovación y menos control» donde el Estado debía de estar siempre al servicio de los ciudadanos y no a la inversa.