Privar a los jóvenes de la filosofía
«A discernir ciertos términos sinónimos y a captar los sentidos que van adquiriendo al hilo de nuestro proceso de crecimiento, por ejemplo, independencia y solidaridad, que se vuelven complementarios cuando actuamos creativamente, y a mil cuestiones más nos enseña una buena filosofía. Privar de tal enriquecimiento a la juventud será un despojo de cuya gravedad sólo podrán percatarse quienes han descubierto ya qué tipo de tesoro es saber pensar y expresarse con precisión»
SE quiere privar a los estudiantes españoles de la filosofía. ¿Se sabe en España lo que significa esta pérdida? Si te quitan una joya artística del museo de tu ciudad, te sientes expoliado y luchas por evitar semejante despojo. ¿Qué tipo de despojo es el de la filosofía?
Suele decirse que la filosofía nos enseña a pensar, nos da libertad frente a las insidias de la manipulación, otorga a nuestra mente una capacidad crítica…, y es verdad. Pero hoy quiero aludir a un puñado de cuestiones precisas, que parecen muy sencillas, pero, bien vistas, tienen largo alcance, porque nos enseñan a pensar con precisión.
Se tiende profusamente a escindir lo privado y lo público, a entender lo privado como interno, lo público como externo, y considerar lo externo como contrario a lo interno. Sólo al aceptar estas escisiones ya se pone muy en peligro –por no decir que se «elimina»– buena parte del poder creativo de una persona. La Antropología dialógica actual nos enseña en pormenor que buena parte de las realidades de nuestro entorno –las llamadas ‘superobjetivas’, por ejemplo: una persona, una comunidad, una obra cultural…– nos ofrecen múltiples posibilidades creativas, entre las que destacan las propias de los encuentros con personas o con obras culturales… ¿Cómo podemos ser creativos si consideramos estas realidades donantes de tales posibilidades como externas y extrañas, incapaces de hacérsenos ‘íntimas’?
Como bien sabemos, al usar el esquema ‘lo privado–lo público’, suele primarse al término segundo frente al primero: la sanidad pública frente a la sanidad privada, la enseñanza pública frente a la enseñanza privada… Y yo me pregunto qué valor se concede a esa preposición ‘frente’. Da la impresión de que se entiende lo público y lo privado como términos opuestos, cuya unión forma un dilema, de modo que hay que escoger entre lo uno o lo otro. La filosofía actual nos aclara que estos términos no son opuestos, sino complementarios, y esto supone un notable enriquecimiento para nosotros. Pero debo agregar que esta diferencia tan importante no la captamos sino cuando actuamos creativamente. Una partitura de Haydn, tan alejada de nosotros temporalmente, parece hallarse fuera de nosotros y situada en el espacio público: se vende, se compra, es objeto de contratos sometidos a unas leyes… Pero un músico puede asumirla, interiorizarla, convertirla en profundamente íntima. Tomemos buena nota de que, al entrar en el mundo de la creatividad, advertimos rápidamente que lo público y lo privado nos aparecen como complementarios, es decir como realidades que se enriquecen mutuamente.
Cuando un niño aprende a tocar el piano, ejercita el arte de captar las formas musicales como fuentes de belleza, que él puede asumir y transmitir a los demás. Para ello debe unirse a las formas musicales, a los ritmos, los timbres y las melodías; pero aquí ‘unirse’ no indica ‘sumarse’; significa ‘integrarse’ a todo ello, es decir, asumir activamente esas fuentes de la música que le ofrece la partitura, y convertirlas en ‘íntimas’. Integrar significa unirse por dentro, enriquecerse mutuamente y dar lugar a una realidad valiosa. Unas notas musicales que suenan al mismo tiempo en alturas distintas no se suman; se integran, y de su enriquecimiento mutuo brota esa maravilla del arte que es la ‘armonía’. Todo esto te lo enseña la filosofía del arte. Estamos descubriendo que perder la filosofía nos deja bastante desguarnecidos en la vida.
De niño, al despertarme y abrir la ventana que daba a la ciudad de El Ferrol, había días radiantes en los que exclamaba espontáneamente: «¡Qué bonita está hoy la ría!» Si me hubieran preguntado entonces qué es exactamente la belleza, me hubiera quedado perplejo pues no sabía contestar. ¿Quiere esto decir que mi exclamación carecía de sentido; era, por tanto, insensata, pues utilicé el adjetivo ‘bonita’ sin saber definir la belleza? De ningún modo, porque tengo el privilegio de hablar un lenguaje evolucionado que me donaron mis padres, y el lenguaje me eleva, al usarlo, a un ‘mundo de sentido’. (Recuérdese el bien conocido ‘milagro Sullivan’, que salvó a la pequeña Hellen Keller). Esto es prodigioso. Sólo esto, sabido a fondo, nos llena de un saludable asombro ante la grandeza del ser humano.
Pues bien, descubrirnos esto en toda su belleza y magnitud, y fundamentarlo debidamente, es tarea de la filosofía, si la entendemos bien, como hizo el gran Platón en su encantador diálogo Hipias Major. El protagonista, Sócrates, valoraba profundamente la filosofía y nos instaba a subir a los niveles superiores de la realidad. Eso lo llevó a rogar a Hipias a decirle «qué era la belleza». El sofista –sabio aparente– se limitó a responder elementalmente que la belleza es una joven hermosa, una yegua lozana, un ánfora bien torneada, o el oro que hace bellas todas las cosas que reviste. Sócrates lo llevó a convencerse de que con ello se mantenía en un nivel infrafilosófico, y no acertaba a ver lo esencial, la belleza en sí. No entraba en el reino de la filosofía, es decir, de los estratos más altos de la realidad.
De mi admirado maestro Romano Guardini recogí una frase admirable: «La mayor posibilidad de verdad se halla donde se da la mayor posibilidad de amor». Cuál es el alcance de esta observación nos lo revela la filosofía, si ésta escudriña, con mirada profunda, lo que es la realidad, nuestra realidad, la realidad del universo y de su Creador, la Inteligencia Suprema que tanto asombraba al genial físico Albert Einstein.
EN síntesis, debemos perfeccionar la mirada profunda para distinguir el sentido de ciertos términos aparentemente sinónimos –por ejemplo, apetecer y amar, desear y querer…– y captar los sentidos que van adquiriendo ciertos términos al hilo de nuestro proceso de crecimiento, por ejemplo, independencia y solidaridad, que se vuelven complementarios cuando actuamos creativamente, como sucede al cantar a coro.
A discernir todo esto y mil cuestiones más nos enseña una buena filosofía, atenta a observar cómo se integran unas realidades con otras y se enriquecen. Privar de tal enriquecimiento a la juventud será un despojo de cuya gravedad sólo podrán percatarse de veras quienes han descubierto ya qué tipo de tesoro es saber pensar y expresarse con la debida precisión.