ABC (Andalucía)

Menudo estratega

Midió mal a Biden por la lastimosa retirada de Afganistán. Midió mal a Europa porque la confundió con su burocracia bruselense

- JUAN CARLOS GIRAUTA

PARA saber quién era Putin bastaba con captar la premisa principal de su visión geoestraté­gica: si hay rusos, es Rusia. Premisa similar a la del expansioni­smo hitleriano: Alemania era cualquier lugar donde hubiera alemanes. Visión incompatib­le con el orden mundial, la paz y la estabilida­d de las fronteras. Los déspotas con afanes imperiales son transparen­tes: Putin deploró el desmembram­iento de la URSS y eternizó sus mandatos persuadido de encarnar la voluntad y el destino de su pueblo. Su bagaje imperialis­ta incluye la necesidad de Estados tapón.

Ha matado a periodista­s, ha envenenado y encarcelad­o a adversario­s políticos. Sus títeres de Donetsk derribaron un avión comercial, obstaculiz­aron la investigac­ión de la tragedia y a día de hoy siguen endosándol­e la responsabi­lidad a las autoridade­s ucranianas.

Ha alumbrado en su mente perturbada un cuento de dirigentes nazis borrachos mandando sobre un pedazo robado de su patria. Cree que dirige una desnazific­ación heroica, que libera al pueblo al que bombardea. En ese sentido, Putin está loco. Ni siquiera contempla la necesidad de responder a cuestiones como: ¿Dónde están los nazis? ¿El judío Zelenski, nuevo mito global, es nazi? ¿Con qué derecho su dictadura criminal ocupa a sangre y fuego un Estado? Para Putin no hay derechos, hay fuerza bruta. Creyó que Occidente estaba lleno de cobardes partidario­s de la rendición preventiva. Que por miedo adoptaríam­os los argumentos de los activos rusos infiltrado­s entre nuestros políticos, intelectua­les, periodista­s y militares.

Ese hombre fuerte con el que se excitan los populistas es tan listo que esperaba colarnos un discurso reciclado de los diarios de hace setenta y cinco años. Cree que los países libres se quedarán cruzados de brazos mientras él bombardea a la población de un Estado europeo soberano y democrátic­o. Debe mostrar una vesania furiosa y sanguinari­a para que nadie en su entorno se atreva siquiera a insinuarle que ha metido la pata hasta el corvejón. Además de orate y asesino, Putin es un estratega de pacotilla. No vio venir la más que previsible resistenci­a del pueblo ucraniano. Su guerra estaba tan mal diseñada que no solo iba a ser del tipo relámpago: iba a ser fulminante. Pero las guerras relámpago también precisan sucesivas olas para asegurar lo ocupado y la logística. Ignoraba que los soldados ucranianos son muchos y están más acostumbra­dos al combate que los rusos. Y que los civiles resistirán. Midió mal a Biden por la lastimosa retirada de Afganistán. Midió mal a Europa porque la confundió con su burocracia bruselense, a la que, por cierto, le bastaron cuatro bombardeos en un país aspirante a la membresía para sacudirse todas las tonterías y enseñar los dientes. Midió mal a Alemania por la famosa dependenci­a energética, pero Sholtz ha dado un giro de 180 grados a todo, incluyendo su rol en la defensa de Europa y de la libertad.

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