En la fila del temblor
Me sumo, llámenme cobarde, a quienes se preguntan qué es lo que estamos dispuestos a sacrificar realmente para parar todo esto
Me confieso parte del batallón de quienes no tienen opinión firme sobre muchas cosas, más si éstas quedan un palmo lejos del ámbito vital más cercano. Admiro, pero muchas más veces aborrezco, a quienes son capaces de sentenciar sobre todo.
Cuando en estos dos años de pandemia las autoridades nos impusieron un régimen de restricciones que ha estrangulado nuestra economía me rebelaba contra lo que muchos vimos como una medieval y obtusa manera de evitar la propagación del virus, lo que llegó a su punto culminante con la última imposición de mascarillas en la calle contra todo criterio científico. Pero después del cabreo, uno repasaba las cifras de ingresos hospitalarios y el casi colapso de las UCI en las fases más críticas, o veía azorado cómo se improvisaban morgues en el Palacio de Hielo o en aparcamientos subterráneos, y sinceramente uno ya no sabía a qué atenerse, a quién culpar. Muy probablemente podremos sobrellevar como colectivo el exceso de mortalidad de esta pandemia, en ningún caso de forma individual cuando es un familiar directo el que ya no lo contará, o cuando en unos años sumemos a quienes morirán por un cáncer tardíamente diagnosticado. Para esos no tengo respuestas. Es quizás por el exceso de información, esa manía de leer cada día toda la prensa, ese intentar salir de la cómoda burbuja tuitera, que la falta de opinión no es ya tibieza o ignorancia sino prudente silencio. Mire, de eso yo no sé qué pensar.
Otro tanto me pasa con la guerra en el este y la criminal agresión rusa, y me sumo con ardor guerrero a la legión de indignados ante la hipocresía de Occidente, dispuesto a ayudar a los heroicos defensores de Ucrania, pero no hasta el punto de decirles que no nos embarraremos hasta el fondo mientras seguimos comprando el gas ruso que financia la guerra. Y junto a los indignados por la falta de valentía ante tanto sufrimiento, me sumo también a la fila de los temblorosos, llámenme cobarde, que se pregunta qué es lo que estamos dispuestos a sacrificar realmente para parar todo esto. Y sobre eso, tampoco sé qué pensar.