La venganza de la globalización
El embargo no hará cambiar de actitud a Putin, así que es hora de que China nos diga qué quiere ser de mayor
En apenas una semana, Rusia ha sido sometida a un embargo cada vez más amplio por el sector privado. Desde gigantes tecnológicos como Microsoft o Apple a la mayoría de las marcas de automóviles, pasando por la logística, la banca, el entretenimiento, la energía y la moda han anunciado la suspensión de operaciones en ese país. Desde el primer momento de la agresión a Ucrania, las firmas con intereses en Rusia han tenido un debate interno respecto de qué hacer, una discusión donde se han visto desbordadas por la ética y la geopolítica.
Hay casos donde la decisión se ha tomado por convicciones éticas y reputacionales, y otros donde las empresas dicen que se han visto empujadas por las sanciones. Entre las que dicen haber sido impelidas bajo el eufemismo de que no pueden garantizar la continuidad de las operaciones, hay dos mecanismos de transmisión de los castigos que están siendo especialmente eficaces: las medidas que afectan a la logística y a las transacciones financieras.
Putin también ha puesto de su parte: la Bolsa rusa ha estado cerrada, ha impedido a los extranjeros desinvertir, ha impuesto en la práctica un corralito financiero porque no hay divisas disponibles, las transferencias al extranjero están prohibidas y los exportadores tienen que forzosamente convertir en rublos el 80% de las divisas que reciben. Además, ha dictado una serie de leyes restrictivas en el mundo audiovisual y en el campo de la libertad de información.
El Kremlin puede mantener bajo una férrea censura a su pueblo, pero no podrá ocultar que los repuestos y autopartes se acaban, los cajeros no funcionan y el personal de las tiendas de moda está cruzado de brazos. Si los efectos de este desastre económico sobre la población rusa serán más rápidos que sus tanques en Ucrania está por verse.
Durante años, Putin ha sido uno de los agentes de la desglobalización. Un enemigo declarado del posmaterialismo y el poder blando. Es un férreo defensor del derecho a ejercer el poder de un Estado en sus propias fronteras y ahora se ha comprobado que también está dispuesto a ejercer ese poder dentro de las fronteras de sus vecinos. Que la globalización del comercio y las finanzas le atice una patada a sus pretensiones es justicia divina.
Es improbable que estas medidas hagan a Putin entrar en razón rápido. Aunque Borrell haya escandalizado con su reconocimiento de que sólo China puede mediar ahora, está en lo cierto. Sus palabras son el resultado de la última decepción de Macron con el ruso. Y aunque muchos critican el silencio de EE.UU. lo mejor que puede hacer Biden es evitar confrontar con el ruso, porque ese camino nos lleva a una situación peor. China está obligada a mover ficha. Una nación no puede aspirar a ser una potencia global y desentenderse de los problemas del mundo. Ya ha recibido tres avisos: el pandémico, el de Afganistán y ahora el de Ucrania.