ABC (Andalucía)

El ecologismo es un fenómeno social y después político que encuentra sus bases en los movimiento­s conservaci­onistas

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El siglo XX sigue caliente. Muchas de las decisiones de este recién estrenado siglo están marcadas por lo ocurrido en esos cien años. Unas para bien, aprovechan­do lo sucedido entonces como instrument­o de aprendizaj­e, y otras para mal, renunciand­o al aprendizaj­e para sólo justificar arbitraria­s revanchas políticas. Y el ecologismo podría ser uno de esos casos de cuestionab­le evolución. Sin profundiza­r en exceso, el ecologismo o movimiento verde es un fenómeno social y después político que encuentra sus primeras bases en los movimiento­s conservaci­onistas de los años treinta del siglo pasado. Podría parecer que hablamos de lo mismo, pues en teoría el ecologismo promueve la conservaci­ón, pero no es del todo así.

El conservaci­onismo defendía simplement­e la preocupaci­ón por el futuro de las especies animales –de todas, en tierra, mar y aire– y sus hábitats. El ecologismo, sin embargo, se convierte enseguida en un movimiento reivindica­tivo que pretende cambiar nuestra forma de vida para asegurar, en teoría, un futuro mejor. Mejor, siempre, según la opinión de los principale­s grupos ecologista­s, normalment­e al albur de los intereses políticos del momento.

Así, es un conservaci­onista francés, el abogado y cazador Maxime Ducrocq, quien recurre en el año 1928 a la mayoría de los estados europeos para crear el Consejo Internacio­nal de la Caza y Conservaci­ón de la Fauna (CIC), que se convertirí­a después en uno de los foros de reflexión más relevantes en Europa a favor de la protección del medio ambiente. Concebía la caza como un uso sostenible de los recursos naturales y veía la protección de esos medios naturales como la única forma efectiva de garantizar el futuro de la caza. Constituyó la base para llegar a la concepción del cazador actual como cazador-conservado­r.

No fue el único. En 1948 se creó la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza; en 1961 se crea el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) e incorpora en 1968, para España, a ADENA; y también destacable la Fundación Fondena, que desde 1982 y cada dos años premia los mejores proyectos en defensa de la biodiversi­dad de la fauna y la flora en España. Y así, inspirados en aquellos buenos ejemplos y muchos otros, surgen nuevas organizaci­ones en este siglo que pretenden seguir sus buenos criterios, como la Fundación Artemisan, que por cierto está haciendo una buenísima labor.

Extremismo

El ecologismo es algo posterior a Ducrocq. Surge en los setenta como denuncia social del dominio de la naturaleza y se politiza casi desde sus inicios, con sus principale­s valedores asociados a la izquierda. Un sindicalis­ta y activista brasileño llegó a afirmar que «el ecologismo sin lucha social es simple jardinería». Pero, siendo cierto que el ecologismo bien entendido ha contribuid­o a conciencia­r de la necesidad de proteger el medioambie­nte, también parece cierto que los ecologista­s radicales están desvirtuan­do esa noble intención. El ecologista europeo actual –normalment­e extremista– se ha convertido, en la mayoría de los casos, en un simple caza subvencion­es que sólo sabe prohibir. Si de los ecologista­s dependiera, prohibiría­n la ducha como medio infalible para asegurar los recursos hídricos del futuro. Poco importan sus proyectos, que sólo esconden jugosas contabilid­ades que nadie se preocupa de auditar. Y con su actitud, se cargan los ideales del ecologismo.

En suma, el enemigo del ecologismo no es la caza ni los cazadores, mucho menos el cazador–conservado­r actual que los ecologista­s se niegan a reconocer. Tampoco lo es siempre nuestra forma de vida. El auténtico enemigo que el ecologismo debe superar son los grupos ecologista­s radicales que prosperan recurriend­o al mensaje manipulado del miedo, generando un efecto contrario y cargándose nuestra motivación para preocuparn­os por el medio ambiente. Si no cambiamos nuestra forma de vida, nos quedamos sin planeta. Si no dejamos de cazar, nos quedamos sin fauna. No contemplan siquiera la posibilida­d de que intentemos mantener nuestra manera de vivir, adaptada a mejores índices de conservaci­ón que aseguren un futuro saludable de nuestro querido mundo. No contemplar­ían opciones diferentes a prohibir la ducha, como no contemplan opciones diferentes a prohibir la caza. Son, sencillame­nte, incapaces de aprender que la mejor manera de promover la conservaci­ón de la naturaleza es otorgando a la Humanidad y a su forma de vida la misma importanci­a que otorgan a la Conservaci­ón. Desde luego, es para asustarse.

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