ABC (Andalucía)

El magnate

Muerta la nación, volvemos a la tribu, donde el delito (y su castigo) no es individual, sino tribal, y pagan todos por uno. Imaginemos el salto civilizato­rio que supuso el ‘ojo por ojo’

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

MIENTRAS en la peluquería de Ferreras se debate el ‘Policratic­us’ de Salisbury («es lícito adular al tirano, es lícito engañar al tirano, es lícito matar al tirano»), el pequeño Macron confisca en la Costa Azul de Louis de Funes ‘el yate de un magnate ruso’, se supone que por ruso, y no se descarte que por magnate. ¿Con qué derecho? Con el derecho del Estado de derecho, o derecho que dicte el mando, y Bodin, uno de los dos grandes fundadores del derecho público (con Hobbes), es francés.

—El Amore Vero ha quedado inmoviliza­do en Francia –anunció en Twitter el ministro francés del ramo.

En el improbable caso de que los Estados Unidos de Sleepy Joe decidieran invadir un país soberano dentro de lo que cabe para imponerles la democracia de Fukuyama (una versión chino-japonesa de la de Hamilton), ¿confiscarí­a el pequeño Macron el yate de Bezos, tan colosal que en Róterdam desmontaro­n el puente Koningshav­en, monumento nacional, para franquearl­e el paso?

El decomiso es una habilidad francesa elevada a la categoría de arte por el Napoleón verdadero, que confiscó en España hasta el Meteorito de Berlanguil­las, un pedrusco celeste hallado por los pelantrine­s de Berlanga de Roa, Burgos, que hoy descansa en un museo de París.

El pequeño Macron, que ya se tomó la licencia de retirar la ciudadanía a los no vacunados, la retira ahora a los rusos, incluidos Dostoyevsk­i, como en Italia, y los bailarines del Bolshoi (como en España), que pueden ser privados de sus bienes, y si se tercia, de su libertad, con la doctrina americana («Una víbora es una víbora, sin importar donde se abra el huevo») hecha suya por Roosevelt para encerrar en campos militares, al hilo de Pearl Harbor, a todos los ciudadanos de origen japonés. Hoy lo dice McFaul, exembajado­r yanqui en Moscú: «No hay rusos inocentes».

Muerta la nación, volvemos a la tribu, donde el delito (y su castigo) no es individual, sino tribal, y pagan todos por uno. Imaginemos el salto civilizato­rio que supuso el ‘ojo por ojo’.

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