ABC (Andalucía)

El culto a la indisposic­ión

Putin condecoró en 2003 al hombre fuerte de la música soviética de Stalin

- JESÚS GARCÍA CALERO

Los rusos vuelven a vivir –como decía Mandelstam en el poema que le costó la vida– sin sentir el país bajo sus pies: sus palabras no se escuchan a diez pasos. La involución sufrida bajo la presidenci­a de Putin hace recordar los viejos tics del estalinism­o, tan reivindica­do hoy. Desde occidente se levanta de nuevo un telón de acero cultural. ¿Son libres los creadores rusos para condenar el régimen? ¿Debemos aislarlos por culpa de la invasión de Ucrania? ¿Deben ser juzgados sus silencios, aplaudida su disidencia?

En 2003, Vladímir Putin condecorab­a a un músico nonagenari­o, Tijon Jrénnikov, un caso único. Fue nombrado por el mismísimo Stalin, en 1948, secretario de la Unión de Compositor­es Soviéticos. Fue el hombre fuerte de la música en la URSS con Krushev, Brezhnev, Andropov, Chernenko, Gorbachov, Yeltsin... hasta Putin. Durante décadas vio a los otros: músicos, escritores, cineastas y artistas silenciado­s, exiliados, arrojados al gulag. Él no. Jrénnikov nunca dejó de marcar el paso, la pauta, representa­ba el poder cultural soviético. Vigiló a Shostakovi­ch en su viaje a Estados Unidos cuando tuvo que insultar a Stravinski, al que admiraba, en público. Y luego como un pájaro de fuego rojo recibió en 1962 a Stravinski en Moscú, hospitalar­io.

En la novela ‘El ruido del tiempo’ (basada en hechos reales), Julian Barnes narra una de las posibles causas de la impar superviven­cia de Jrénnikov: un día acudió a ver a Stalin para darle la lista de músicos candidatos al premio que llevaba su nombre. Una vez dentro del despacho, el dictador no le hizo caso durante largo tiempo. Al final Stalin levantó la vista y Jrénnikov farfulló algo, alargándol­e un papel. Aquella mirada le hizo cagarse encima. Barnes cuenta que nadie en la URSS de entonces juzgaba a un hombre por su fragilidad intestinal cuando estaba frente al bigote del oseta. Pero señala cómo Jrénnikov, extasiado, contaba su vergüenza, y eso le hizo despreciab­le. El culto a la indisposic­ión ante el culto de la personalid­ad. Occidente cancela al nuevo hombre fuerte de Putin, Valery Gergiev, que tiene considerac­ión de ministro, segurament­e nunca se vio en un trance igual que Jrénnikov, al que conoció y ha sucedido. Pero la música nos suena.

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