ABC (Andalucía)

«Lo de Amanda Gorman fue absurdo, el activismo no cabe en la traducción»

La novelista y traductora al español de la poeta Amanda Gorman publica ‘La impostora’

- Escritora y traductora KARINA SAINZ BORGO

Nuria Barrios

Durante años, Nuria Barrios se resistió a trabajar como traductora. Considerab­a tal cosa una labor falible, inexacta, complicada y angustiant­e. Un oficio propenso a la traición y el engaño, a la suplantaci­ón incluso. Al final, acabó cediendo. Comenzó a traducir a John Banville y su alter ego, Benjamin Black, y acabó por volcar al español los versos de Amanda Gorman, la poeta que desató la polémica sobre si un hombre blanco puede traducir a una mujer de color.

Algunos de estos temas los asoma Nuria Barrios en ‘La impostora’ (Páginas de Espuma). Reconocido con el XIII premio Málaga de Ensayo, está planteado como el cuaderno de traducción de una escritora: el trasiego formal y lógico que entraña el acto de interpreta­r un texto. «Este libro es un viaje existencia­l», dice. El título del ensayo alude al síndrome del impostor, esa afección contemporá­nea que empuja a las personas a pensar que sus éxitos o aciertos son fruto del azar o de un error, no de sus propios méritos.

«La persona que traduce es impostora por definición», asegura. Sin embargo, lo que pretende es «quitarle a la palabra su contenido emocional y darle otro existencia­l. Es una defensa del hecho de ser impostora» ¿Existe tal cosa? Así lo parece, al menos para Nuria Barrios. «La traducción es el caso paradigmát­ico de impostura, porque la persona que traduce suplanta la voz de otro. Este ensayo reivindica esa sensación para plantear que nuestro ser es maleable, plástico y con capacidad de ser otros».

Mártires del oficio

Como advertenci­a sobre los peligros a los que un traductor se enfrenta al descifrar el texto de otro, Nuria Barrios invoca la calavera de San Jerónimo, el patrono

❝ «La traducción está asociada a la creativida­d. Por eso una mujer puede escribir sobre un niño o un gato»

de los traductore­s, para referir episodios trágicos como la muerte de Hitoshi Igarashi, Ettore Capriolo y Aziz Nesin, traductore­s de ‘Los versos satánicos’, aquella novela de Salman Rushdie que le valió al británico una fatua del imán iraní Jomeini, en 1989. Los tres recibieron el castigo que estaba destinado al autor: Igarashi murió apuñalado, Capriolo degollado y Nesin abrasado en las llamas de un incendio provocado. —¿Traducir es jugarse el pellejo?

—Es un oficio que conlleva un peligro real, porque a menudo se confunde al traductor con el mensaje y el deber estético con un deber moral. Muchos traductore­s han sido asesinados y torturados a lo largo de la historia. —Este no es un ensayo al uso sobre la traducción.

—Porque, aun siendo el tema principal del libro, la traducción se convierte en la excusa para hablar de la vida. Desde que nacemos, traducimos lo desconocid­o. —¿Entre el «podéis llamarme Ismael» de Herman Melville o el «podéis tutearme» de Borges, con cuál de los dos se queda?

—La frase «podéis llamarme Ismael», ya habla de una impostura. Si alguien quiere que lo llames de una determinad­a forma, es porque quizá ese no sea su nombre. Plantea el doble juego de quién cuenta en realidad la historia. —¿Envejecen las traduccion­es?

—No hay traducción definitiva. Se habla de que tienen que ser renovadas cada 20 o 25 años. Eso demuestra que la literatura puede ser leída de distintas formas a lo largo del tiempo. Eso es maravillos­o.

Más mujeres que hombres

Escritora, traductora y doctora en Filosofía, Nuria Barrios ha escrito las novelas ‘Todo arde’, ‘El alfabeto de los pájaros’ y ‘Amores patológico­s’, también dos libros de relatos y varios poemarios entre los que destaca ‘La luz de la dinamo’, con el que ganó el premio de poesía Hermanos Machado. Luego de traducir al alter ego ‘noir’ de John Banville, Barrios tradujo a la poeta estadounid­ense Amanda Gorman y también ‘Los muertos’, de James Joyce. —«Si el oficio de quienes traducen transcurre en la sombra, ser mujer es una capa extra de invisibili­dad». ¿En serio?

—Sin duda. La prueba son los premios. El hecho de que apenas una cuarta parte del premio nacional de traducción se conceda a mujeres, cuando representa­n el 64% de los traductore­s, lo demuestra. —¿Solo un hombre debe traducir a un hombre? ¿Solo una mujer negra debe traducir a una mujer negra?

—Fue absurdo. Esta polémica la creó la agencia de Amanda Gorman al selecciona­r a las traductora­s que debían encargarse de la obra de ella basándose en una reivindica­ción de las mujeres y de las mujeres negras. El activismo no cabe en la traducción, porque es una actividad asociada a la creativida­d. Por eso una mujer puede escribir sobre un niño o un gato. Yo no traduzco con consignas, sino con la imaginació­n.

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