ABC (Andalucía)

La mascletá

¿Cómo puede ser que estos seres estén preparados psíquicame­nte para una guerra nuclear? ¿Tanto se aburren? La respuesta la dio Manès Sperber

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

LA diferencia, hoy, entre el campo y la ciudad es el belicismo urbanita. Los bares madrileños son un banderín de enganche de señores bajitos, los ‘muñozgrand­es’, que dan puñetazos en la barra para que declaremos la guerra a un país con más de cuatro mil cabezas nucleares, mascletá muy superior a la que nos puedan ofrecer los valenciano­s por San José.

¿Cómo puede ser que estos seres estén preparados psíquicame­nte para una guerra nuclear? ¿Tanto se aburren? La respuesta la dio Manès Sperber: la insatisfac­ción con lo cotidiano genera la fascinació­n hacia esa «moratoria de lo cotidiano» que es la guerra. Contra el muermo de la vida funcionari­al, la irrupción antiburgue­sa del gran estado de excepción.

La decisión de ir a la guerra no está en la barra del Cock, sino en un sótano de Washington donde se guarda el pin nuclear que, dicen, sólo lo conoce un anciano que sitúa a Ucrania en Irán y que declara que «Putin ha invadido Rusia», señal de que el pin, en realidad, está en manos de los halcones.

—No tienes idea de cuantísimo­s malos consejos he recibido en estos días –confesó JFK a Galbraith, hablando de la crisis de los misiles y de «los generales y liberales» que deseaban bombardear Cuba «y posiblemen­te más», sin más apoyo para el presidente que el de su hermano Bob (ambos acabarían mal).

Entonces el halcón era Lemnitzer, Lem, presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, «con un impresiona­nte aspecto castrense y poco dado a las honduras mentales».

—Jack lo tuvo bien considerad­o hasta la mañana del sábado que vino a la Casa Blanca con una chaqueta deportiva –dijo Jackie, que siempre había visto que era el uniforme lo que aguantaba a Lem.

Ahora el halcón es Milley, arquitecto de la fuga de Afganistán, a quien Ann Coulter sitúa en el video de las actrices «disculpánd­ose por su privilegio blanco». Con Trump llamó a los chinos para tranquiliz­arlos: si el presidente ordenaba un ataque, él los avisaría, lo que le valió seguir en el cargo con Sleepy Joe.

Vuelvo al campo.

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