«Es como si se la hubiese tragado la tierra»
Cristina Bergua Vera salió de su casa en Cornellá un 9 de marzo, hace 25 años, y nadie volvió a verla. Por ella esta fecha se convirtió en la de todos los desaparecidos
Juan Bergua fundó la primera asociación de desaparecidos en España, Inter-SOS
Han pasado 9.131 días. «Éramos una familia normal, trabajábamos duro durante todo el año y cada verano nos íbamos de vacaciones. Todo eso acabó ese día». Era domingo. Juan Bergua y Luisa Vera esperaban que su hija Cristina, de 16 años, volviese a casa a las diez de la noche. «Yo estaba en el sofá y cuando se encendía la luz del pasillo, sabía que había llegado». Si iba a retrasarse, llamaba para avisar. Siempre. Por eso, solo cinco minutos después, el matrimonio comenzó a llamar a las amigas de la joven. Fue así como se enteraron de que esa tarde había quedado con su novio, Javier R., un joven 10 años mayor, para dejar la relación. Preguntaron por su dirección, y allí se plantó su hermano, mientras los padres no se separaban del teléfono. Dijo que la había dejado una hora antes cerca de su casa, en la carretera de Esplugues, en Cornellá (Barcelona).
«Han pasado 25 años y es como si se la hubiese tragado la tierra», explica Juan a ABC. Fue el 9 de marzo de 1997 la última vez que la vieron, y por eso hoy se conmemora el día de los desaparecidos sin causa aparente. Esa misma noche, el padre acudió a interponer la denuncia, pero la Policía no se la aceptó. «Me dijeron que tenía que esperar», cuenta. No era una normativa, pero si una suerte de protocolo interno por el que en algunas comisarías instaban a dejar pasar 24 horas –ahora las autoridades recomiendan hacerlo cuanto antes–. Finalmente, la cursó a la mañana siguiente y así arrancó la búsqueda de Cristina, que aún continúa.
En el punto de mira de los investigadores estaba quien había sido su pareja, que mostró total frialdad ante la desaparición de la adolescente. «Decía por ahí que ya volvería cuando cumpliese los 18 años», recuerda su madre. Las pesquisas no se tradujeron en indicios para llegar a imputarlo. Interrogado en varias ocasiones –primero por la Policía Nacional y luego por los Mossos d’Esquadra–, siempre mantuvo la misma versión y una actitud fría y distante. Los agentes llegaron a registrar tres kilómetros de alcantarillado que comenzaban en una arqueta del patio de la casa del sospechoso, pero no encontraron nada. Meses más tarde, Javier R. se marchó a Santo Domingo (República Dominicana), mientras los padres de Cristina se afanaban en repartir carteles con la foto de la niña. «Enviamos 10.000 a los ayuntamientos de toda España», recuerda él. La desesperación era total.
Un anónimo llevó a los policías a buscar a la joven desaparecida en el vertedero del Garraf, pero tampoco encontraron nada. «Nos sentimos desamparados», relata Juan desde el salón de su casa, junto a fotos de Cristina, y sus nietos, hijos del hermano de ésta. Un desamparo que le llevó a fundar la primera asociación de desaparecidos de España, Inter-SOS. Lo hizo junto al padre de otra joven, que apareció muerta nueve meses después de ser vista por última vez. Junto a la cara de Cristina, a los carteles se sumaron los rostros de otros desaparecidos. «Por entonces solo se encontró a uno, pero ya por eso valió la pena», indica Juan. Los policías no cejaron en su empeño, tanto de localizar a la niña, como de recabar pruebas contra el principal investigado, que siempre se mostró «reticente» a colaborar, recuerda uno de los agentes que, por aquella época, participó en la investigación.
Bajo acusaciones de maltrato en la relación que entabló en República Dominicana, regresó a España, donde ingresó en prisión por transportar droga en su maleta. Hasta el penal donde cumplía condena se desplazaron los Mossos para interrogarlo años después de la desaparición, pero el intento resultó infructuoso.
Búsqueda incansable
En paralelo, los padres de Cristina, que en un inicio incluyeron el teléfono de su casa en los pósteres que alertaban sobre la desaparición, tuvieron que sufrir bromas y engaños. «Nos llamaban de madrugada desde el Maremagnum –zona de ocio en Barcelona– para decirnos que la habían visto», recuerda Luisa. Una tarde llegó otra llamada: «Papá, papá, ven a buscarme», se escuchó al otro lado de la línea. Quien estaba detrás era una mujer de 46 años que trabajaba en una biblioteca. «Gente mala hay en todas partes, pero yo prefiero quedarme con la buena», apostilla Juan.
En ocasiones, esas llamadas los llevaron a recorrer España en coche. El padre recuerda una que les aseguró que habían visto a su niña en una atracción de feria en Valencia. «Nos plantamos allí y al hablar con la asociación de feriantes, nos dijeron que la atracción en cuestión, el ‘martillo’, ni siquiera se había instalado ese año», rememoran los progenitores.
También lidiaron con la estafa de un falso detective. «Cobraba 10.000 pesetas la hora –y estamos hablando de 1997– Los gastos de desplazamiento, aparte», cuenta Luisa. Tampoco se abstuvieron de contactar con ellos supuestos videntes. «En esos momentos no puedes ni pensar, pero eso nos sirvió luego para advertir a las familias que se unían a Inter-SOS y evitar que pasasen por lo mismo», apunta Juan.
Hoy, cuando se cumplen 25 años de la desaparición de Cristina, su habitación permanece casi intacta, mientras que la cruzada que emprendieron Luisa y Juan, tal y como indica uno de los uniformados que investigó el caso, se ha traducido en numerosos avances para la búsqueda de los desaparecidos. Entre ellos, y tras años de insistencia, la creación de una base de datos conjunta para que las distintas comisarías y Cuerpos tengan constancia de las denuncias interpuestas –algo impensable aquel 9 de marzo–. «Las búsquedas nunca se cierran. Cualquier nuevo indicio o información –que puede aportar, por ejemplo, alguien que entonces no se atreviese a hablar– sirve para retomar la investigación», recalca el policía. Estos padres aún esperaban saber qué le ocurrió a su hija.