El balón que une a ucranianos y rusos
La invasión no ha enturbiado la relación entre futbolistas de ambos países que defienden al mismo club en Extremadura. El entrenador del Valvidia explica a ABC cómo les está afectado este conflicto
Oleksandr Horodenko es ucraniano y comparte vestuario con Nikita Altukhov y Gleb Vasilenko, de nacionalidad rusa. Tres veinteañeros unidos por el fútbol que sufren el conflicto bélico entre sus países mientras defienden como un solo hombre un mismo escudo, una misma bandera de paz, la del CP Valvidia, el club extremeño al que se unieron esta temporada. «A Olek es al que se le nota estos días mucho más pendiente del móvil. Es normal porque su padre está en el frente de batalla con un fusil y su madre vive ahora encerrada en un búnker de Kiev». Desvelos y sentimientos a flor de piel, aunque la invasión no ha cambiado la relación entre buenos compañeros, antes y después de que comenzaran los bombardeos y los partes de bajas. «Son deportistas y la convivencia entre ellos es normal, como lo era antes», añade Pedro Blázquez.
Es la persona que mejor conoce a los chicos porque es su entrenador y tiene trato diario con ellos. Para los tres, el fútbol es su trabajo. Oleksandr fue el primero en llegar, en octubre del pasado año. En enero se incorporaron los rusos Nikita y Gleb. Ninguno podía imaginarse lo que les esperaba vivir a miles de kilómetros de casa. «Son fríos, como te imaginas a la gente del Este de Europa, pero cercanos. Tienen una buena relación también con el resto de la plantilla», asegura el técnico en conversación con ABC. «El ucraniano es el más abierto, los rusos son más cerrados, se les nota un carácter muy competitivo». Comparten vestuario, aunque no viven juntos. «El ucraniano reside en la casa que tenemos en Valdivia, los rusos en otra que tenemos en Miajadas».
El CP Valvidia, conjunto de regional que representa a un pequeño municipio perteneciente a Villanueva de la Serena (Badajoz), aparece como una rareza en el mapa del fútbol español, donde no es fácil encontrar equipos con ucranianos y rusos en sus filas. El viaje de Oleksandr, Nikita y Gleb, y el de varios chicos de otras nacionalidades, ha asegurado, al menos por esta temporada, la continuidad de una entidad que antes de empezar la liga no encontraba jugadores en pueblos de alrededor. «La juventud ya no se siente tan atraída por el fútbol. Para los clubes modestos, estos ‘fichajes’ suponen un salvavidas, permiten que en muchos pueblos siga vivo el fútbol», explica Blázquez.
Un entrenador que ejerce como un segundo padre. El idioma es una barrera derribada por el traductor de Google. «Antes de cada entrenamiento hablo con Olek para preguntarle cómo está la situación en su país, cómo está él, pero también hablo con los rusos. Gleb tampoco lo ha pasado bien porque sus padres, pese a ser rusos, vivían en Kiev. Hasta el pasado jueves no pudieron salir hacia Turquía». Blázquez muestra su cariño con unos chicos que no lo están pasando nada bien y con los que se muestra agradecido: «Están a miles de kilómetros de sus familias y miran más por este club que la gente de casa». Sus países están en guerra, pero la suya en España es solo el fútbol.