Cita previa
Entre las numerosas e inusuales prácticas protocolarias que la pandemia del Covid-19 nos ha impuesto sobresale, con perfiles muy prominentes, la que todos conocemos como cita previa. En principio, se trataría de una medida tendente a ordenar el acceso de los ciudadanos y de los clientes a los diversos servicios públicos y privados. Nada que objetar. Claro que, como en cualquier novedad, siempre hay aristas. Sin ir más lejos, he aquí dos escenarios bien distintos: por un lado, el Registro General de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, donde hay dos funcionarios, uno en cada mesa, que cumplen con su tarea siempre que haya ciudadanos con cita. En caso contrario, aunque no haya nadie a la espera, si no se dispone de cita no se atiende; se trata de un principio inmutable. Por otro lado, en el Registro del Ayuntamiento en el Distrito de Triana, una persona recibe a la entrada y pregunta si se dispone de cita o no. En el primer caso pulsa el botón de ‘sí’ en una máquina electrónica y se pasa a ventanilla rápidamente; si no se dispone pulsa el ‘no’ y se aguardará el turno hasta que haya hueco. Siempre se atiende al ciudadano, de un modo u otro. Hay que saber aplicar las reglas teniendo en cuenta dos verbos simples: modelar y modular. Modelen un sistema menos agresivo, más respetuoso y más eficaz. De este modo no asistiremos al espectáculo ridículo de un ciudadano durante media hora frente a una puerta desierta, frente a dos mesas ociosas y sin poder ser atendidos porque no tiene cita. MANUEL CID PÉREZ MADRID