ABC (Andalucía)

Desvergüen­za

Algo debe fallar en el Ejército de Putín cuando con todo a su favor necesita la ayuda de mercenario­s para imponerse

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

¿ Pero no le da vergüenza? Claro que eso es algo que nunca han tenido los dictadores convencido­s de que el mundo les pertenece y, por lo tanto, no tener que rendir cuentas a nadie. Me estoy refiriendo, como habrán imaginado, a Vladímir Putin, dispuesto a meter en la cárcel a aquellos de sus súbditos que llamen «guerra» a su invasión de Ucrania y a dominar ésta a sangre y fuego, alegando que intenta salvarla de los nazis. Visto que los ucranianos no se rinden, y que lo que iba a ser un paseo triunfal de su caravana de tanques no acaba de tomar Kiev, ha pedido auxilio a Bashar al Assad, otro autócrata, a quien prestó tropas para deshacerse de su oposición en Siria, provocando la mayor oleada de refugiados en Centroeuro­pa de los últimos tiempos. Ayuda por lo que pagará naturalmen­te, unos 16.000 hombres que se unirán a los chechenos que ya combaten en Ucrania, expertos en la lucha casa a casa, lo que quiere decir que acabarán con todo el que encuentren dentro, hombre o mujer, joven o viejo. O sea que no contento con arrasar las ciudades con fuego artillero y bombardeos nocturnos para eludir las escasas defensas antiaéreas ucranianas, Putin necesita mercenario­s para completar una operación que prometió limitar a «objetivos militares» si bien ya ha arrasado escuelas, hospitales, biblioteca­s y cuanto se le ponga por delante.

Algo debe fallar en el Ejército de Putin cuando con todo a su favor –basta comparar en un mapa la extensión de Rusia y la de Ucrania, así como la desproporc­ión de sus fuerzas militares que derrotaron a las de Hitler– necesita la ayuda de mercenario­s con el fin de imponerse a un ejército que, hasta llegarle ayuda del Oeste, las bombas que tenían para detener a los tanques rusos era en algunos casos botellas llenas de gasolina, con un trapo como mecha, que se encendía para lanzarlas a pecho descubiert­o contra el monstruo de acero, como en nuestra guerra civil. Y ese algo sólo puede ser que luchan por su país, mientras los reclutas rusos luchan porque se lo ordenan.

¿Qué va a hacer Putin si finalmente no logra imponerse? Como todo indica que no está dispuesto a reconocer su derrota ni la amenaza de guerra nuclear –en la que su país y él serían los primeros en morir– ha hecho retroceder a Occidente (menos aún a los ucranianos), no les extrañe que eche mano de armas bacterioló­gicas. Su embajador en las Naciones Unidas ha sido el primero en citarlas, acusando a Ucrania de estar fabricándo­las con ayuda norteameri­cana. Esa es su fórmula favorita para justificar su eventual uso. Quiero decir que la guerra de Vladímir Putin no está acabada ni se sabe cómo acabará. Lo siento y me gustaría equivocarm­e.

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