Desvergüenza
Algo debe fallar en el Ejército de Putín cuando con todo a su favor necesita la ayuda de mercenarios para imponerse
¿ Pero no le da vergüenza? Claro que eso es algo que nunca han tenido los dictadores convencidos de que el mundo les pertenece y, por lo tanto, no tener que rendir cuentas a nadie. Me estoy refiriendo, como habrán imaginado, a Vladímir Putin, dispuesto a meter en la cárcel a aquellos de sus súbditos que llamen «guerra» a su invasión de Ucrania y a dominar ésta a sangre y fuego, alegando que intenta salvarla de los nazis. Visto que los ucranianos no se rinden, y que lo que iba a ser un paseo triunfal de su caravana de tanques no acaba de tomar Kiev, ha pedido auxilio a Bashar al Assad, otro autócrata, a quien prestó tropas para deshacerse de su oposición en Siria, provocando la mayor oleada de refugiados en Centroeuropa de los últimos tiempos. Ayuda por lo que pagará naturalmente, unos 16.000 hombres que se unirán a los chechenos que ya combaten en Ucrania, expertos en la lucha casa a casa, lo que quiere decir que acabarán con todo el que encuentren dentro, hombre o mujer, joven o viejo. O sea que no contento con arrasar las ciudades con fuego artillero y bombardeos nocturnos para eludir las escasas defensas antiaéreas ucranianas, Putin necesita mercenarios para completar una operación que prometió limitar a «objetivos militares» si bien ya ha arrasado escuelas, hospitales, bibliotecas y cuanto se le ponga por delante.
Algo debe fallar en el Ejército de Putin cuando con todo a su favor –basta comparar en un mapa la extensión de Rusia y la de Ucrania, así como la desproporción de sus fuerzas militares que derrotaron a las de Hitler– necesita la ayuda de mercenarios con el fin de imponerse a un ejército que, hasta llegarle ayuda del Oeste, las bombas que tenían para detener a los tanques rusos era en algunos casos botellas llenas de gasolina, con un trapo como mecha, que se encendía para lanzarlas a pecho descubierto contra el monstruo de acero, como en nuestra guerra civil. Y ese algo sólo puede ser que luchan por su país, mientras los reclutas rusos luchan porque se lo ordenan.
¿Qué va a hacer Putin si finalmente no logra imponerse? Como todo indica que no está dispuesto a reconocer su derrota ni la amenaza de guerra nuclear –en la que su país y él serían los primeros en morir– ha hecho retroceder a Occidente (menos aún a los ucranianos), no les extrañe que eche mano de armas bacteriológicas. Su embajador en las Naciones Unidas ha sido el primero en citarlas, acusando a Ucrania de estar fabricándolas con ayuda norteamericana. Esa es su fórmula favorita para justificar su eventual uso. Quiero decir que la guerra de Vladímir Putin no está acabada ni se sabe cómo acabará. Lo siento y me gustaría equivocarme.