Si Ucrania cae...
Tras tres cuartos de siglo, Europa había olvidado que la guerra existe. Aquí está. Como siempre
SI Ucrania cae –y nada impedirá que caiga, a no ser que la OTAN intervenga en su socorro–, Putin habrá consolidado su poder en Rusia. Y podrá aspirar legítimamente a sentarse en el trono imperial de Stalin, que lleva ya más de medio siglo vacante. Así, el linaje de déspotas sin límite, que inaugura en el siglo XVI Iván el Terrible, habrá restablecido –siempre acaba por suceder así en esa tierra bárbara– su monótona continuidad, más allá de efímeros pasajes de calma o de pereza.
Si Ucrania cae –y caerá, si las armas de Europa y de Estados Unidos no ponen rápida barrera–, la milicia de ‘mercenarios Wagner’ (melómana denominación de origen nada casual), a cuyos asesinos, didácticamente tatuados con cruces gamadas y bisutería nazi, dirige el hitleriano Dmitri Utkin y que es propiedad –con sede social en Argentina– del estafador y proxeneta Evgueni Prigojine, aplicará el genocidio selectivo que ha venido perfeccionando en Sudán, Siria o Libia desde su fundación en 2014. La población ucraniana será diezmada sin miramientos: en el modo atroz que los mercenarios walkirios juzgan el más adecuado para disciplinar a las razas inferiores. Luego, velarán por la esclavitud colectiva, al servicio de la raza superior y rusófona de los oligarcas, cuyo guía es el providencial Vladímir Putin.
Si Ucrania cae –y caerá, a no ser que la OTAN lo impida ya–, Moldavia perderá cualquier opción de sobrevivir: o se doblega al yugo ruso o será devastada. Y el ejército de Putin llegará hasta las fronteras de Rumania, de Polonia, de Hungría, de Eslovaquia… Suecia y Finlandia serán entonces neutralizadas: ‘finlandizadas’, reducidas a la condición de países semisoberanos. Los Bálticos vivirán días de alto riesgo.
Si Ucrania cae –caerá, si una fuerza militar aliada no contiene a rusos y mercenarios–, el mar de Azov será propiedad de Putin. También, toda la costa norte del mar Negro. Y la salida al Mediterráneo de la flota rusa no tendrá más que un obstáculo irrisorio: el estrecho del Bósforo. Con un portero tan fiable como el islamista Erdogan, el precio a pagar por la vía expedita no se anuncia muy caro.
Si Ucrania cae –y la OTAN no mueve un dedo para impedirlo–, Putin habrá testado experimentalmente que su amenaza nuclear funciona. No importa que el armamento atómico de los Estados Unidos sea más potente y más moderno que el ruso. La cosa se juega aquí en la convicción de quien posee ese armamento. O en su brutalidad para exhibirla. Putin proclama estar decidido a usarlo. Las potencias de la OTAN dan garantía de no hacerlo. El resultado, así, sólo puede ser uno.
Si Ucrania cae –y caerá, como carnaza con la cual sueñan algunos calmar el hambre imperial de Putin–, habremos retornado más atrás de la guerra fría. Tras tres cuartos de siglo, Europa había olvidado que la guerra existe. Aquí está. Como siempre.