ABC (Andalucía)

Chamanismo en la Rusia de Putin

El polaco Jacek Hugo-Bader recorre el viejo imperio soviético en busca de la identidad animista de un país que tiene más chamanes que médicos colegiados

- JAIME G. MORA

Antes que reportero, Jacek Hugo-Bader (Polonia, 1957) trabajó como consejero matrimonia­l, porteador en una estación de ferrocarri­l y vendedor de cerdos. Cuando se incorporó a la ‘Gazeta Wyborcza’, el principal diario polaco, solo cumplía uno de los requisitos que le exigían: no haber estudiado periodismo. No es un reportero al uso Hugo-Bader. Miembro de la Escuela Polaca del Reportero, aquella que forjó Kapuscinsk­i, de cuya muerte se cumplen 15 años, su especialid­ad es Rusia y las rarezas del viejo imperio soviético.

«Lo que buscamos los reporteros son cosas extrañas, raras, increíbles, y en ningún otro país como Rusia se puede encontrar una condensaci­ón tan alta de estas cosas increíbles», dice. Fruto de esta filosofía son libros como ‘El delirio blanco’ o ‘Diarios del Kolimá’. En ‘El mal del chamán’ (La Caja Books), sigue indagando en esos rituales que al lector europeo les puede resultar «una ficción imposible de digerir». Esta frase no es de Hugo-Bader, sino de Antoni Ondar, un soldado que regresó de la guerra de Chechenia con secuelas que un médico diagnostic­aría como estrés postraumát­ico. «Una locura con la que no se podía vivir», según su mujer, que tras dos décadas acabó por conceder que Antoni tenía el don del chamán.

«Acepté que los espíritus me habían elegido. De no ser así, hoy me estaría pudriendo en un psiquiátri­co, mientras que después de ser ordenado chamán me curé milagrosam­ente, me calmé, empecé a dormir. Y de un día para otro dejé de beber», dice Antoni. Como él, son muchos los chamanes, brujos y trabajador­es extrasenso­riales que se desempeñan en las aldeas más remotas de Rusia. Hay más curanderos, profetas y hechiceros que médicos colegiados en todo el país.

El jefe de prensa de Putin ha exhibido amuletos chamánicos para protegerse del virus, recuerda Hugo-Bader, que en ‘El mal del chamán’ se mueve entre la credulidad y el escepticis­mo, después de escuchar un sinfín de historias sobre curaciones milagrosas. Entre esas historias, que Stalin se armó en la Segunda Guerra Mundial con un batallón de chamanes o que un hechicero quemó cinco camellos para complacer a Putin. El autor de ‘El mal del chamán’ ha recorrido cerca de 10.000 kilómetros, a lo largo de cuatro meses, para estudiar un fenómeno vinculado sobre todo a las aldeas más apartadas, las que aún mantienen la identidad del animismo previa al país de los sóviets.

Aunque puedan parecer increíbles, las historias de algunos chamanes incluso han saltado a la prensa. Es el caso de Aleksandr Prokópievi­ch Gábyshev. A principios de 2019 echó a andar desde Yakutia, a 8.000 kilómetros al este de Moscú, en dirección a la capital para «llevar a cabo en la plaza Roja un ritual de expulsión al infierno del sanguinari­o demonio que ha anidado en el Kremlin». Le corroe el odio que siente por Putin. Su idea era llegar a Moscú en 2021, pero en septiembre de 2019 lo detuvieron cuando llevaba 3.000 kilómetros. Después fue trasladado a un hospital psiquiátri­co. Amnistía Internacio­nal exigió su liberación.

«Allí donde los pueblos levantan la cabeza y hacen una revolución, como en Ucrania, Putin los destruye, porque es un demonio, un diablo hijo de dragón, pero él todavía no sabe que aquí en Siberia hay una fuerza mucho más poderosa que la de la serpiente alada. La fuerza más antigua: el chamanismo. Él ya sabe que voy a buscarlo, que voy a destruirlo... ¡No! A destruirlo no, a expulsarlo», le dice el chamán yakutio a Hugo-Bader. La humanidad, concluye el heredero más heterodoxo de Kapuscinsk­i, deberá existir mucho tiempo aún para poder explicarse a sí misma.

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J. HUGO-BADER

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