ABC (Andalucía)

Mismo plumaje

- DAVID ALANDETE

Ala madre de Matthew Heath le cuesta hablar de su hijo. Cuando lo hace, aparecen las lágrimas. «Me cambiaría por él», dijo, temblorosa, en una breve conversaci­ón el viernes pasado en Washington. Y eso que Connie Haynes sabe que su hijo, preso de la dictadura venezolana, se halla en la ‘casa de muñecas’, una prisión donde se tortura a destajo, a veces hasta la muerte.

De Heath se sabe que ha sido acusado de ‘traición a la patria venezolana’ (aunque él es estadounid­ense) y que ha sido golpeado, electrocut­ado con una batería, atado a un coche y amenazado con violación. Así lo revela un informe del Instituto Casla presentado en la sede de la OEA en Washington.

Estas denuncias llegan justo cuando la Casa Blanca ha admitido que ha restableci­do el contacto directo con Nicolás Maduro, enviando a ver al dictador al máximo asesor del presidente Joe Biden para América Latina, Juan González. Este último regresó a la Casa Blanca desde Caracas con la convicción de que su viaje había valido la pena, según dijo, por haber logrado la liberación de dos estadounid­enses presos. Dice, además, que también se está hablando de ‘seguridad energética’, es decir, petróleo, justo cuando EE.UU. embarga el crudo ruso.

La pregunta ya no es qué sucede con los otros siete estadounid­enses presos en Venezuela, algunos de ellos torturados como Heath, sino con los millones de venezolano­s sometidos a la gran maquinaria de represión y muerte del chavismo, que, protegido por Cuba, Rusia e Irán, parece que finalmente no tiene que rendir cuentas ante nadie.

Está claro que la presión ejercida sobre la dictadura de Caracas en los últimos años no ha dado los resultados esperados. Las sanciones no han traído la ansiada democratiz­ación, es cierto. Pero ante las recientes denuncias de tortura y casos como el de Heath, cabe preguntars­e si la solución más adecuada es premiar a Maduro con un contacto bilateral como si no hubiera pasado nada.

Es algo que se antoja aún más absurdo si se tiene en cuenta que quien salvó a Maduro del colapso fue Rusia, comerciand­o su crudo y mandando soldados a Caracas. Resulta harto difícil entender por qué Biden está tan convencido de que un dictador venezolano, cuya existencia misma depende de otro dictador ruso, va a darle la espalda a este último.

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