ABC (Andalucía)

La Historia como campo de batalla

¿Por qué cuando nos hablan de la Rus de Kiev es señal de que nos quieren robar la cartera?

- PEDRO RODRÍGUEZ

Un problema intelectua­l muy, muy español consiste en forzar cualquier cuestión foránea a través del embudo mesetario para extraer conclusion­es tan familiares como distorsion­adas. Como resultado de esta enfermiza obsesión por lo ibérico –nivel Georgina– abundan estos días en el debate público toda clase de obtusas comparacio­nes de Rusia con España. Acompañada­s, por supuesto, por la inevitable equiparaci­ón de Ucrania con Castilla, Cataluña e incluso Asturias, patria querida.

Llegados a la tercera semana de obscena brutalidad en Ucrania, la verdad es que cada vez se hace más cuesta arriba seguir admirando a Putin como un caballeraz­o cristiano. Sin embargo, esa insalvable distancia entre la babosa adulación iliberal y la terrible realidad no impide perpetrar falsas equivalenc­ias, alentar el ‘nacionalis­mo’ con ‘z’, formular los más siniestros razonamien­tos geopolític­os o distorsion­ar la historia hasta llegar a un calimocho intragable

Si nos empeñamos en no salir de nuestra zona de confort ibérica, a lo mejor deberíamos empezar a pensar que Rusia es España y Ucrania, Portugal. Es decir, un mismo origen pero identidade­s nacionales separadas. Esto debería llevarnos a darnos cuenta de que cuando nos empiezan a hablar de la Rus de Kiev es señal de que nos quieren robar la cartera utilizando el pastiche histórico como señuelo. Se intenta justificar lo injustific­able a partir de una medieval federación política eslava situada en lo que hoy es Bielorrusi­a, Ucrania y la parte más occidental de Rusia.

La realidad es que esta guerra de recoloniza­ción tiene oscuras raíces. Y por eso, no es suficiente con explicar la invasión de Ucrania como el último capítulo en la secular saga que enfrenta a la libertad contra la tiranía. Conviene pensar en otras obsesiones irredentis­tas de Putin basadas en el imperio, la etnicidad o el euroasiani­smo. Y prestar más atención al ‘Russkiy Mir’. Ese ‘mundo ruso’ que a tenor del excepciona­lismo que irradia la lucecita del Kremlin no tiene fronteras. Al fin y al cabo, a quién no le va a gustar un imperio romano del siglo I.

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