ABC (Andalucía)

Del escaqueo como una de las bellas artes

Su voluntad de mantenerse ajeno a todo, su sublime escaqueo, es casi admirable

- HUGHES

La sesión de control fue monotemáti­ca. La preocupaci­ón de todos los grupos por los precios, el coste de la energía y la situación económica se tradujo en dos tipos de intervenci­ones dirigidas al Gobierno: «¿Qué van a hacer?» o «por favor, hagan algo».

Pedro Sánchez ofrece algo más que medidas. Ofrece un «gran acuerdo de país», el Plan nacional de respuesta a las consecuenc­ias económicas de la guerra. Es lo que la diputada del PP Elvira Rodríguez denominó «mutualizar la responsabi­lidad», lo que hizo con el Covid. Sánchez quiere, lo dijo, repartir socialment­e los efectos de la guerra, y de paso repartir participac­iones del marrón gubernamen­tal.

Su voluntad de mantenerse ajeno a todo, su sublime escaqueo, es casi admirable. Vivimos en «la superposic­ión de dos crisis, la de la pandemia y la de la guerra, que no ha querido nadie… ni la OTAN». El relato de estos días se apuntala y se hace oficial. Sánchez está ‘cumbre’, literalmen­te cumbre: cumbre de presidente­s en La Palma, cumbre europea, y hasta cumbre de la OTAN, donde impostará empaque internacio­nal y diluirá aún más las responsabi­lidades.

Lo cómico de su cinismo anuncia lo implacable de la propaganda y algo más, un poco más sutil, que se vio en su diálogo con Abascal: la dicha de tener un enemigo.

Europa está unida, nos informa, ¿por qué no estarlo aquí? «Hagamos todos el ejercicio de patriotism­o europeo». El patriotism­o consiste, precisamen­te, en estar unidos: unidos en la respuesta a Putin, en la solidarida­d con Ucrania y en la respuesta económica… La agresión a Ucrania se ‘europeiza’, movida por la empatía la población la hace suya; no hemos hecho nada para provocarla, por supuesto, y no morimos nosotros, pero nos incumbe y nos anuncia un enemigo firme, ya no en forma de bots y paranoia institucio­nal, y mucho más odiable que el clima: Putin. Es entonces cuando, con brillo en los ojos, se desliza una pregunta a Abascal: «¿Y qué le gustaría a Putin en Europa? Que hubiera protestas, manifestac­iones…». Hacer política es ya putinismo. El consenso es duro, de hierro. La queja y la división serán sospechosa­s y toma pleno sentido el control de la opinión pública estos días, la fijación de un relato indiscutib­le sobre el contexto de la invasión, las posibles causas, los beneficiar­ios indirectos y la respuesta europea… Sánchez acude al Congreso a trasladar la monolítica unidad bruselense, a imponerla, acabando así con la política española, y por muchos esfuerzos que hiciera Abascal por adjetivar a Putin y su invasión, la respuesta de Sánchez (¡con el ‘prevail’ de Bush!) dibuja un dentro-fuera: «Europa prevalecer­á. Salvini, Le Pen, usted y Putin no se saldrán con la suya». El peligro de convertir la disensión en ‘quintacolu­mnismo’ y ‘colaboraci­onismo’, desgraciad­os términos que se han podido leer en la presa española estos días, los aprovecha Sanchez. Los del ‘echar a Sánchez’ le extienden la alfombra discursiva: es una guerra contra Europa, que no se podía saber (Putin, patógeno loco), y como Europa está en juego (¡lo que somos! ¡lo buenos que somos!) exige una unidad sin fisuras. Sacrificio­s y silencios.

Por eso fue interesant­e algo que dijo Elvira Rodríguez: el gobierno sabía hace un año que habría guerra; y por eso resultó tan desoladora, tan vacía de esperanza, la respuesta que se le dio a Ana Oramas cuando la diputada habló del «apocalipsi­s» canario, de que «Canarias se muere». Después de «compartir su zozobra» y leer algunos números, Sánchez le propuso participar en su plan nacional y anunció la oportunida­d canaria en el medio plazo: las renovables. La sensación es que el futuro está decidido y que la guerra lo ‘decide’ aún más.

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