Guerra y delirio contra Ucrania
«Los rusos apuntan a los símbolos de nuestra identidad: a los monumentos arquitectónicos, a los museos... Apuntan a las maternidades para destruir a los hijos recién nacidos de quienes no comparten sus ideas, a las escuelas y universidades, para destruir la posibilidad una educación propia. De repente, los rusos, inmersos en su propio imaginario, empiezan a sospechar que no sabían nada de los ucranianos. Y de ser así, creen que deben ser completamente destruidos»
HACE unos años, en mayo, cuando la naturaleza estaba en pleno apogeo con el mayor entusiasmo de la primavera, de camino al cementerio militar de Lukyánivka, me encontré con mi amigo Andrí. En ese momento, Andrí aún no trabajaba para la editorial que luego publicaría la novela que yo estaba escribiendo. En el cementerio, entre generales y coroneles soviéticos, buscaba la tumba de una persona inesperada en este lugar: el escritor, crítico literario, filósofo, antropólogo social y arqueólogo, Víctor Petrov. La única explicación para que tal figura se encontrara en un cementerio de altos rangos militares fue la probable actividad de inteligencia que realizó Petrov.
Víctor Petrov ha vivido muchas encarnaciones, es un hombre a quien algunos consideran un héroe y otros, un traidor. De hecho, solo quería vivir su vida y dedicarse a su negocio. Es un típico ejemplo de cómo la psique, mutilada por el terror y el totalitarismo, trata de salvarse. Salvarse, adaptándose y camuflándose, pero al mismo tiempo desarrollándose en la ciencia y la creatividad. El ejemplo de Petrov es felizmente raro: no fue ni fusilado durante la represión de la década de 1930, ni enviado a un campo de concentración, ni caído durante la guerra. Murió de muerte natural a una edad avanzada mientras trabajaba.
En el cementerio civil de enfrente, se encuentra la tumba simbólica de Mykola Zerov, esposo de la amante de Víctor Petrov. Mykola Zerov era un poeta ucraniano, crítico literario, traductor y destacado representante del renacimiento cultural ucraniano durante las décadas de 1920 y 1930. No pudo adaptarse, permaneció entero. Lo fusilaron en Sandarmoj en 1937. Casi todos los artistas, científicos e intelectuales ucranianos de la época fueron aniquilados. Gente que durante un corto periodo de tiempo de esperanza, con el surgimiento del Estado ucraniano en 1905-1917 y antes del terror estalinista, lograron llenar de vida la cultura ucraniana, prácticamente paralizada por el imperio. Todos fueron aniquilados: tanto los que lucharon contra el régimen soviético como los comunistas más apasionados. El enemigo de Rusia en todo momento era cualquiera que tuviera personalidad, que supiera exactamente quién era. Los únicos que el régimen no consideraba peligrosos eran los mediocres, los amorfos, los que no eran nadie.
El 1 de marzo de 2022, los misiles rusos alcanzaron la torre de televisión en Kiev y alrededores. El cementerio militar de Lukyánivka, donde está enterrado Víctor Petrov junto a miembros del Ejército soviético, está a pocos metros.
Aquí yace Babyn Yar, el sitio de una catástrofe, de la terrible tragedia de los pueblos judío y ucraniano. El lugar donde durante dos días de septiembre de 1941, los alemanes fusilaron a 34.000 judíos ucranianos. Y aquí, justo en el memorial del Holocausto ‘Babyn Yar’, es donde ha caído un misil de crucero ruso. Los transeúntes que pasaban por allí han muerto.
Durante estas tres semanas de la guerra de Rusia contra Ucrania se han disparado alrededor de mil misiles contra ciudades ucranianas. Esto sin tener en cuenta las bombas de vacío y de racimo, los bombardeos de los sistemas Grad (‘granizo’), ni los lanzagranadas. Los rusos están atacando hogares, hospitales, escuelas, guarderías, matando a miles y miles de ucranianos inocentes, niños, mujeres, ancianos y débiles, sanos y enfermos, torturando, violando y robando. Sepultando a la gente viva en las ruinas de sus propios hogares, los que fueron sus refugios acogedores. Mueren de hambre, deshidratación, sepsis, en la oscuridad y el frío. Les disparan cuando intentan escapar del asedio por los corredores humanitarios. Disparan contra las personas desarmadas que se dirigen hacia los tanques intentando echar fuera al invasor solo con sus manos.
El cohete lanzado en Babyn Yar es uno de los innumerables símbolos de esta guerra. Se desencadenó tras una serie de mentiras delirantes, manipulaciones, distorsiones e ilusiones enfermizas de la perversa ideología de la propaganda rusa. Es difícil encontrar en la historia una analogía de estas contradicciones del autoengaño ruso: tan brutalmente destructivo como es, y a la vez poco convincente, absurdo y espantosamente cómico. Los rusos creen que están salvando a Ucrania del fascismo. Están salvando a los ucranianos destruyéndolos, salvándolos de un fascismo que no existe en Ucrania. Lo que llaman fascismo ucraniano es la diferencia con los rusos, la subjetividad, la identidad. En las últimas décadas, a medida que la masa crítica de rusos, encabezada por el lunático y poco imaginativo Putin, se ha encerrado cada vez más en la fantasía vacía de un ‘pueblo único’, los ucranianos han reflexionado y vivido su propia identidad. No una identidad de nueva creación, sino de una longevidad histórica y cultural, que el imperio intenta destruir desde hace siglos.
Matan a personas: a ucranianos que saben exactamente quiénes son y quiénes quieren ser, personas que realmente valoran cada vida humana, su dignidad y su derecho a elegir. Los rusos apuntan deliberadamente a los símbolos de nuestra identidad: a los monumentos arquitectónicos, a los museos, a los templos antiguos. Apuntan a las maternidades para destruir a los hijos recién nacidos de quienes no comparten sus ideas, a las escuelas y universidades, para destruir la posibilidad una educación propia. Incluso apuntan a lugares que simbolizan nuestra responsabilidad, tragedia y culpa, como Babyn Yar. De repente, los rusos, inmersos en su propio imaginario, empiezan a sospechar que no sabían nada de los ucranianos. Y de ser así, creen que deben ser completamente destruidos. Resulta que, en nombre de estos delirios y fantasías, se pueden cometer los peores crímenes. La razón de esta guerra para los rusos es la incapacidad de decir adiós a una fantasía. Para los ucranianos, proteger la realidad es una necesidad.
Mientras tanto, los ucranianos están escondiendo estatuas barrocas, llevándolas en brazos con la ternura con la que se carga a los bebés, evacuando las colecciones de arte de los museos y envolviendo las figuras escitas en sacos de arena. Los ucranianos son iguales que todas las demás personas, y cada persona es valiosa por su propia experiencia e historia. ¿No es revelador que la tecnología rusa no logró atravesar las ‘murallas de serpiente’, un sistema de fortificaciones construido por los escitas antes de nuestra era y restaurado durante la ‘Rus’ de Kiev para protegerse contra las hordas? El arqueólogo Víctor Petrov estudió a los escitas.
Mi amigo Andrí y yo encontramos su tumba ese día de mayo, hace unos años. Andrí es un hombre de libros, un hombre que disfruta con placer de trabajar con librerías; en este mismo momento está cavando trincheras defensivas cerca de Kiev y aprendiendo a usar armas. Lo hace precisamente porque quiere volver a leer y estudiar libros.