ABC (Andalucía)

LA PACIENCIA SE AGOTA

El discurso oficial del Gobierno se llena de tópicos sobre la protección a los trabajador­es, cuando en realidad no actúa como sí hacen otros países, ni frena el empobrecim­iento colectivo

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LOS sindicatos y Unidas Podemos callan ahora lo que le gritaban a Mariano Rajoy, mientras el coste de la energía ahoga a autónomos, pequeñas empresas y familias. El Gobierno engorda la recaudació­n de impuestos a costa del empobrecim­iento del país y gracias a una inflación disparada. El presidente Sánchez juega al despiste con la bajada de impuestos, que otros países como Italia, Francia, Portugal o Alemania ya están aplicando desde hace semanas, por ejemplo en los combustibl­es. España es el único país de peso que no lo ha hecho mientras el Ejecutivo se lanza a tachar de ‘ultraderec­ha’ a los organizado­res de la huelga de transporte­s. Estos son los criterios con los que la izquierda y el Gobierno de coalición entre socialista­s y comunistas están afrontando la crítica situación actual, a la que la huelga de camioneros está poniendo la forma de conflicto que tanto legitimaba­n el PSOE, Podemos y sus sindicatos cuando quien gobernaba era el Partido Popular. Son los mismos que reformaron el Código Penal para dejar impune la violencia de los piquetes sindicales de izquierda, y claman ahora contra los camioneros de ‘ultraderec­ha’, porque, de nuevo, la izquierda demuestra estar convencida de que su violencia es la única que está legitimada.

Puesto de nuevo a prueba, el Gobierno de Sánchez se retrata con indolencia e incapacida­d para dirigir el país en tiempos adversos. Corre a refugiarse en coartadas de segunda mano y elude tomar decisiones responsabl­es. Los costes de la energía son insoportab­les para la actividad productiva de muchos sectores industrial­es y la bajada de los impuestos que la gravan es urgente, porque no hay otra medida que alivie de forma inmediata esa presión asfixiante. No hay que ser alarmista, es cierto, y los ciudadanos no deberían caer en la psicosis del desabastec­imiento. Ni en lo peor de la pandemia por el Covid-19 el comercio dejó de suministra­r lo necesario a los ciudadanos. Sin embargo, en esta ocasión hay riesgos concretos sobre la producción y distribuci­ón de determinad­os bienes de consumo esencial, empezando por la leche o el pescado. Es el Gobierno el que tiene que liderar una gestión política y eficaz del conflicto de los transporti­stas, ahorrándos­e insultos a trabajador­es que creen que no son de su ideología, esa doble moral tan propia de la izquierda, que reserva la legitimida­d democrátic­a para quien ella decide.

Son tiempos que exigen madurez política y España siente otra vez la carencia de un Gobierno a la altura de las circunstan­cias. Pero el discurso oficial del Ejecutivo se llena de tópicos sobre la protección social de los trabajador­es y las familias, cuando en realidad no toma decisiones que realmente actúen de freno al empobrecim­iento de los españoles en aspectos concretos y básicos de su calidad de vida. El de los transporti­stas es el primer conflicto laboral serio al que se enfrenta este Gobierno, muy acostumbra­do al silencio de las calles. Pero parece que el vaso de la paciencia se ha llenado, así que conviene que La Moncloa abandone sus tics autoritari­os, esos con los que manda callar a unos y someterse a otros, porque bastante está soportando la sociedad española, y hay muchos sectores que empiezan a sentirse desesperad­os por la falta de respuestas y de expectativ­as. El Covid-19 y Putin tienen buena parte de la culpa de lo que sucede, pero no toda. El resto de las causas son anteriores y señalan al mismo Gobierno charlatán y pasivo que cae por la peligrosa pendiente del desdén y el desprecio a los trabajador­es, tanto a los que están en huelga, como a los que la sufren. Porque de esta crisis de liderazgo somos víctimas todos.

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