ABC (Andalucía)

De qué hablamos cuando hablamos de paz

La paz como bien supremo sólo puede brotar de la justicia del ‘statu quo’ que quede cuando cese el fuego

- IGNACIO CAMACHO

ESOS tipos, los ‘putines’, los que hacen la guerra, los que mandan bombardear ciudades, caravanas de civiles o teatros con niños, están pensando en la paz tanto o más que tú. También los que bajan cada noche a los refugios o huyen a pie con una maletita con ruedas camino de la frontera, y los resistente­s que se apuntan a combatir la invasión y a sabotear convoyes con un lanzagrana­das prestado por algún país amigo. Sólo que tú piensas en que cesen las bombas que agreden la tranquilid­ad confortabl­e de tu sobremesa y ponen en riesgo tus suministro­s cotidianos –la leche, la gasolina, el papel higiénico– mientras ellos, tanto agresores como agredidos, calculan cómo va a quedar la correlació­n de fuerzas cuando cese el fuego. De tal manera que el drama que conmueve tu conciencia y te empuja a donar ayuda o incluso a apuntarte a acoger refugiados, esa tragedia que perturba tu cándida creencia en la concordia entre los pueblos y naciones del mundo, representa para los combatient­es la incógnita sobre su futuro y el de los suyos. Y no piensan ceder hasta que obtengan una posición que les permita sentirse razonablem­ente seguros.

Si ahora mismo las partes firmasen una tregua o un armisticio experiment­arías una evidente sensación de alivio. La negociació­n del miércoles te permitió –no sólo a ti, lo notaron también las bolsas– un atisbo de optimismo. Quizá deberías preguntart­e por las premisas que hacen posible ese respiro. Dicho de otro modo: si te resulta indiferent­e quiénes salgan vencedores y quiénes vencidos con tal de que tu horizonte vital se despeje en un panorama más o menos tranquilo. Porque te has de ir haciendo a la idea de que ningún acuerdo va a dejar ya las cosas en un punto intermedio y de que uno de los contendien­tes va a salir perdiendo después de dejarse varios miles de muertos en el intento. Lo más probable es que se trate de Ucrania, para ser sinceros, porque Rusia no se va a retirar sin quedarse con los territorio­s que ya había ocupado de hecho, con la OTAN lejos y tal vez con la costa del mar Negro.

Esa es la cuestión moral que tarde o temprano tendremos que plantearno­s: la de si es legítimo que un invasor se acabe apropiando de parte del botín que ha usurpado por asalto. La de si toda esta sacudida solidaria con los ucranianos puede sufrir el desgaste del cansancio y desembocar en la aceptación de un ‘statu quo’ de hechos consumados bendecido como fruto de un esfuerzo diplomátic­o. La de si Occidente terminará pidiendo a Zelenski que baje los brazos y se conforme con un pacto de minimizaci­ón general de daños. La de si la considerac­ión de Putin como un apestado planetario podrá sostenerse a largo plazo. La de si la lucha heroica del país amenazado servirá al final para algo. La de si la paz que todos anhelamos no volverá a ser un compromiso abstracto logrado a base de que los buenos transijan ante los malos.

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