LA GUERRA DE PUTIN DEJA VARADOS A LOS ESTUDIANTES RUSOS
Sus problemas, dicen, son mundanos si se comparan con los que puede estar sufriendo una familia en Kiev. Pero la guerra también está complicando su existencia. Sin dinero, temen no poder terminar sus estudios en Europa. Su miedo va más allá: los más críticos con Putin podrían ir a la cárcel si deciden volver a casa
Hasta que empezó la guerra en Ucrania, para los miles de jóvenes rusos que estudian en la Unión Europea su acento nunca había sido motivo de vergüenza. Su amor a Rusia es mucho más fuerte que las malas decisiones de su líder, pero las sanciones económicas y el veto institucional a todo lo que suene a Putin los ha dejado en tierra de nadie, con sus tarjetas bancarias inservibles y sus acuerdos académicos temblando. El fantasma de la ‘rusofobia’ planea sobre sus vidas, más como un temor que como una realidad. Por ahora.
«Todo cambió a partir del 24 de febrero y muchos de nosotros lo vivimos como una guerra civil. El conflicto moral y el dolor están ahí, pero nos hemos topado con una lista interminable de problemas. Son prosaicos si se comparan con lo que puede estar viviendo una familia de Kiev, pero son dificultades que bloquean nuestro futuro y nuestros planes. En España estoy haciendo mi doctorado y actualmente mi único ingreso son las clases online de bellas artes e ilustración que imparto a 30 alumnos de Moscú. Ese dinero ya no es útil aquí. Hace unos días tuve que sacar todos mis ahorros del banco. El rublo ahora mismo no vale nada y mis ingresos se han quedado en polvo. Pero es que tampoco sé si podré prolongar mi estancia cuando mi visado caduque a finales de junio». Alexandra Semenova se topó con la obra de Ortega y Gasset a los 18 años y desde entonces es una enamorada de España, sus pensadores y su literatura. Su castellano impoluto es un síntoma de la veneración que siente por nuestro país, en el que ya lleva algo más de dos años trabajando en su doctorado en la facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid.
Cárcel por opinar
Mientras Putin siga en el poder no puede volver a Rusia, donde es una reconocida ilustradora: «No es un pensamiento romántico. El temor es muy real. Si vuelvo a Moscú me arriesgaría a pasar 15 años en la cárcel. He sido muy combativa con el Kremlin en mis redes sociales, tuve que cerrar mi cuenta en Facebook y la comunicación con mi familia se limita a lo básico. Sabemos que nuestros mensajes no son privados».
Al preguntarle por su visión del conflicto, dice percibir «espanto, vergüenza y odio» en su círculo más estrecho. Sin embargo, también dice tener la sensación de que la realidad se está simplificando: «Considero que tenemos que apoyar con todos los medios posibles a la gente de Ucrania, pero no olvidarnos de que existen matices y muchas personas rusas también son víctimas directas de Putin. Hay miles de exiliados que han dejado atrás su país, muchos de ellos son mentes brillantes. Hay ciudadanos que se encuentran en la cárcel por defender sus ideas. No nos podemos olvidar de ellos».
Dos millones de personas han abandonado Rusia desde que Putin llegó al poder en 1999. Pero la fuga de cerebros se ha cronificado con la invasión en Ucrania. Según un informe de Future Today, un 85% de los estudiantes rusos pretenden salir a buscar oportunidades fuera de sus fronteras. Ante esta realidad, el Kremlin se ha visto obligado a elaborar un paquete de medidas que frenen el goteo de jóvenes. La primera es que ningún ciudadano pueda salir de Rusia con más de 10.000 dólares.
Son abundantes los casos de estudiantes que temen no poder volver a salir del país si regresan a casa. Es el caso de Mila –que prefiere no dar su nombre real, por si el gobierno de Putin pudiera castigar a su familia–. Nació en la ciudad de Cheliábinsk y está en Eslovenia estudiando un posgrado. Lucía, una madrileña con la que comparte piso,
cuenta que han sido días muy difíciles para ella: «El día 24 de febrero nos despertamos, empezamos a ver las noticias y su móvil comenzó a recibir llamadas. Sus familiares en Rusia la telefoneaban sin cesar y ella, nerviosa y llorando, no paraba de ir de un lado a otro de la casa. No le podían hacer transferencias y ha tenido que sacar en efectivo lo que tenía para ir tirando. Ha sido un caos».
Convenios suspendidos
Lo cierto es que las sanciones por parte de Europa y la comunidad universitaria no lo están poniendo nada fácil. El Ministerio de Universidades español anunció el pasado 10 de marzo que no adoptará nuevos contratos ni convenios con organizaciones de Rusia ni Bielorrusia. Y también informó de que «suspende, por principio, todos los que están en curso». Días antes, la Asociación de Universidades Europeas había recomendado romper todos los acuerdos académicos con el país eslavo. Pero, ¿en qué situación deja esto a los estudiantes rusos en el extranjero? En el caso de España, es cada universidad la que decide y hay disparidad de criterios. Mientras la Universidad de Granada y la de Almería, por ejemplo, han decidido prolongar la estancia de estudiantes rusos (y por supuesto, ucranianos) ante el conflicto bélico, la Universidad de Valencia instó el pasado lunes a los estudiantes de esta nacionalidad a volver a su país.
Tras la suspensión de los programas de movilidad internacional, la rectora advirtió a los alumnos que continúen en Valencia que lo harán «bajo su responsabilidad» y añadió: «Se les va a garantizar poder acabar este curso, porque no pueden ser víctimas de su gobierno, pero si desean continuar en España deberán asumir las consecuencias que se deriven de las sanciones a Rusia adoptadas por la comunidad internacional».
El caso de Valencia es simbólico, puesto que es una de las zonas donde la comunidad rusa de estudiantes es más abundante. Precisamente Kristina Masorina, que es médico en Moscú, tenía pensado estudiar el MIR a través de la universidad valenciana el curso que viene para poder ejercer en España. Accede a hablar con este diario en una entrevista telefónica, aunque advierte: «No puedo hablar de la palabra que empieza por ‘g’».
Sobre sus planes de futuro, sentencia: «Cada vez lo veo más lejano y difícil. Para poder empezar tendría que tener en una cuenta bancaria mi dinero en euros. Nosotros ahora mismo no podemos cambiar divisas. Pero además, necesitaría tener un seguro médico, y ahora mismo no aceptan nuestras tarjetas de crédito para poder pagarlo, ni Visa, ni Mastercard». Muchos amigos de Kristina se han marchado a países vecinos como Georgia, Turquía o Armenia tras haber participado en las manifestaciones contra la guerra en la capital rusa. «Lo han hecho por miedo a las represalias. Yo no tengo el dinero suficiente para marcharme a esos países. La frustración es total. La cultura rusa está siendo cancelada. Lo vemos en detalles como que algunos bares europeos han pasado a llamar al cóctel más famoso de mi ciudad, el Moscow Mule, Kiev Mule. Hasta he pensado, si finalmente consigo largarme, en decir que soy judía. No estaría mintiendo, porque esos son mis orígenes».
Víctimas colaterales
Algo parecido expresa Alina, que estudia un máster de lingüística, también en la Universidad Autónoma de Madrid. «Estos días he tenido miedo de ser juzgada por ser rusa. Pero tengo que decir que en España hay mucha tolerancia. No he perdido amigos, ni nada por el estilo. Aunque es cierto que a veces temo que la gente note que tengo un acento diferente y al decirles que soy rusa puedan prejuzgarme. Estoy en contacto con algunos estudiantes de mi país que viven fuera y su situación no es tan fácil, sé de conocidos en República Checa que se sienten estigmatizados».
Alina es quizá la menos explícita de las universitarias rusas con las que ha contactado ABC. Habla sin tapujos del caos burocrático que ha sufrido al entrar en vigor las sanciones económicas a Rusia, pero prefiere no opinar de la situación en Ucrania: «Siempre me he mantenido alejada de la política». Esta joven de la ciudad rusa de Rostov del Don, pegada a Ucrania, prefiere no ver las noticias en España porque, dice, «no siempre dicen la verdad». Al finalizar la entrevista confiesa que «da igual lo que pensemos, porque en Rusia siempre hacen lo que quieren».
Todas ellas son víctimas colaterales de una guerra que ya las obliga a enmascarar su acento eslavo por temor a ser juzgadas. Su futuro y el de sus familias está amenazado.