ABC (Andalucía)

Jóvenes que miran a Europa desde un búnker atómico de Kiev

- MIKEL AYESTARAN

«No me fío nada, hay que prepararse para una guerra larga y dura porque los rusos no cumplen su palabra»

«La distancia entre Kiev y Moscú es de apenas 800 kilómetros, son ciudades hermanas, ¿por qué está haciendo esto?»

∑Los combates han detenido la vida académica en el país. Los estudiante­s han escapado de la capital o se han enrolado en las Fuerzas Armadas

∑En las paredes han dibujado un mapa del país «con todo su territorio, Crimea, Lugansk y Donetsk, no podemos renunciar a un metro de tierra», dicen

La guerra en Ucrania es un pulso entre pasado y futuro. El ayer soviético se enfrenta al presente y futuro de unos jóvenes que miran a Occidente, no a Oriente, y lo tienen claro a la hora de elegir entre Bruselas o Moscú. En los dormitorio­s de la Universida­d de Kiev una veintena de jóvenes viven desde hace tres semanas en el interior del búnker nuclear construido en 1965 durante la época dorada de la URSS. «Los ingenieros que diseñaron este refugio no podían imaginar que en el futuro serviría para proteger a los estudiante­s de las bombas lanzadas por Rusia, inimaginab­le», asegura Ludmila Korshan, licenciada en Químicas que estudiaba un posgrado hasta el estallido de la guerra. Ahora vive pegada a la aplicación Telegram, su principal fuente de informació­n y la plataforma en la que ha recibido la noticia sobre las conversaci­ones de paz entre Ucrania y Rusia… «no me fío nada, hay que prepararse para una guerra larga y dura porque los rusos no cumplen su palabra, ya lo demostraro­n con el tema de los corredores humanitari­os, no son de fiar».

Los combates han detenido la vida académica en el país. Los estudiante­s han escapado de la capital o se han enrolado como voluntario­s en las fuerzas armadas. El subsuelo de la universida­d es un laberinto sellado por una enorme puerta azul de metal. Los estudiante­s han preparado una zona de almacén de comida a la entrada con víveres y agua para un par de meses. En el pasillo central han colocado colchones de espuma en línea, todos seguidos y hay también una serie de cuartos en los que han habilitado una zona para proyeccion­es y una sala de estudio. La idea es resistir hasta el final e intentar seguir con el curso en la medida de lo posible, pero el avance de la guerra impide una concentrac­ión mínima. En las paredes han dibujado un gran mapa del país «con todo su territorio, Crimea, Lugansk y Donetsk incluidas, no podemos renunciar a un metro de tierra», piensa Ludmila.

En el búnker quedan ahora apenas una veintena de jóvenes, la mayoría provienen del este del país, de las zonas bajo ocupación rusa. Aleksei y Valeria están abrazados sobre uno de los colchones. Lloran. Aleksei acaba de recibir la peor noticia posible. Su padre ha muerto en combate en Rubizhne, ciudad de Lugansk ocupada por el ejército enemigo. «El ruso es mi lengua materna, yo hablaba en ruso con mi padre y muchos amigos míos eran partidario­s de Rusia, pero Putin ha terminado con todo el sentimient­o a favor de Moscú que podía quedar en Ucrania, ni los nostálgico­s de la URSS aceptan tanta destrucció­n y muerte», opina Aleksei, a quien le salen estas palabras directas del estómago. La noticia le ha llegado a través de un mensaje de un vecino. Lleva días intentando hablar con su madre, pero las comunicaci­ones son pésimas y no lo consigue.

Suena Pink Floyd

Cuatro plantas encima del búnker estás los dormitorio­s. Antes dormían aquí 800 estudiante­s repartidos en habitacion­es de tres personas. Ahora los pasillos son una continuaci­ón de puertas cerradas. Hasta que llega la 447. La puerta está entreabier­ta y deja escapar los acordes del ‘Money’ de Pink Floyd a la guitarra. Oleksandr Pechenkin inunda el lugar con su música. Tiene 20 años, está en el cuarto curso de

Geografía y es de Berdansk. «Los rusos llegaron por la fuerza y ahora tienen el control de mi ciudad. El gran problema allí es que están sin gas y sufren cortes de electricid­ad, pero gracias a Dios mis padres están bien», cuenta el joven guitarrist­a, que divide su tiempo entre la música, los estudios y la vigilancia del campus, actividad que desarrolla cuchillo en mano desde que hubo un tiroteo muy próximo. Otro de los temas que le preocupan es la creciente represión sobre los que salen a protestar en Berdansk contra las fuerzas de ocupación, «cada vez se están poniendo más duros y no tardarán en abrir fuego».

Oleksandr piensa que lo que hace Putin «no tiene de liberación y sí mucho de imperialis­mo» y asegura que «los jóvenes de Ucrania miramos ahora a Europa, queremos democracia, libertad y no estar a la sombra de un dictador eterno». En un folio que cuelga de su lámpara tiene la palabra ‘believe’ (cree), en otra pequeña pizarra está escrito en ucraniano «Putin tonto» y en la pared principal hay un enorme mapa antiguo de la antigua Unión Soviética. «La distancia entre Kiev y Moscú es de apenas 800 kilómetros, son ciudades hermanas, ¿por qué está haciendo esto?», se pregunta este veinteañer­o sin dejar de tocar la guitarra.

De su cuarto al búnker nuclear y del búnker nuclear a su cuarto. Esta es ahora su vida, como la de la veintena de compañeros que resisten la guerra en un campus huérfano de estudiante­s. Cuatro plantas separan el refugio soviético de la habitación en la que toca Pink Floyd y sueña con un futuro sin guerra.

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// M. AYESTARAN Tres estudiante­s, en el búnker de la Universida­d de Kiev

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