La llama de Morante frente al agua fría
El de La Puebla hace lo mejor y Aguado corta una oreja en una decepcionante corrida
En una auténtica tarde de perros (lluvia, viento y frío), el comienzo de la corrida se retrasa media hora, algo difícil de comprender: ni el ruedo ni la tarde iban a cambiar. El resultado ha sido decepcionante, con toros de Juan Pedro de muy pobre juego. Al final, una generosa oreja a Pablo Aguado no cambia nada. Juan Ortega deja sólo unas verónicas. Morante vuelve a deleitarnos en su faena al cuarto.
Hay que tener en cuenta que el cartel, en principio, era excelente: el mismo –toros y toreros– del Domingo de Resurrección en Sevilla y de una de las grandes corridas de San Isidro. Morante es ahora el rey indiscutido y estos dos sevillanos, Ortega y Aguado, han creado grandes ilusiones en muchos buenos aficionados por su concepto clásico. Estos tres diestros han logrado que, a cierto nivel, vuelva a ponerse de moda el auténtico toreo de arte. Por eso, lamento advertir que los dos jóvenes no avanzan en oficio y técnica como yo desearía.
El segundo, de salida, va largo y noble. Ortega lo aprovecha con unas preciosas verónicas, de categoría, de estilo añejo. También son estéticos los doblones iniciales pero el toro se queda corto y la faena, a medias. Tarda el toro en cuadrar y enfría todo más (si fuera posible, en la tarde gélida). Luego, intenta matar sin cruzar, algo verdaderamente difícil. Debe arreglarlo urgentemente. El quinto, muy protestado, renquea y huye, se defiende a cabezazos, provocando tres desarmes: para un matador de primera fila, son demasiados. Entrando de muy lejos, deja un bajonazo. Da una sensación de fragilidad, a veces atractiva...
Acaba de reaparecer Pablo Aguado después de su lesión. Dirige ahora su carrera Curro Vázquez, un gran maestro. En el tercero, luce su buen concepto con el capote pero echando el toro hacia fuera. El toro se raja a tablas, es una birria. Aguado muestra su estilo sólo en algunos muletazos y también entra a matar sin cruzar. El último resulta ser el único manejable de la tarde. El comienzo de faena es vistoso, con ayudados y un molinete. Las tandas de derechazos y naturales levantan ovaciones: compone bien la figura pero manda poco y el arte debe basarse en la técnica. Mata pronto pero mal y la gente, ¡por fin!, logra que se corte una oreja.
¡Qué desesperación!
El primero de la tarde embiste brusco pero blandea y se para. Morante ha de gritar cinco veces «¡je!» antes de cada muletazo: ¡qué desesperación! Logra algunos naturales trazados con naturalidad, algo muy raro de ver, pero falta toro. No ha estado ni bien ni mal: el sufrido público merecía más.
Recibe al cuarto con unas verónicas a cámara lentísima, que parecen imposibles, pero, enseguida, el toro huye. Dibuja preciosos ayudados a dos manos (¿por qué no practican esa suerte otros diestros?) pero el toro se para y se raja. Las series de muletazos son magistrales: manda, corre la mano, acompaña con la cintura. Por su empeño, ha alargado la faena y suenan dos avisos pero ha toreado con gran belleza.
Para mostrar el triunfo del amor sobre la muerte, escribe Quevedo: «Nadar sabe mi llama el agua fría...» Ni el agua fría de la tarde ni la falta de casta de los toros –la peor agua fría en la Fiesta– han podido con la llama del arte de Morante.