ABC (Andalucía)

La economía del peor escenario

- POR MIGUEL MARÍN Miguel Marín es economista

«De nuevo nos vuelve a sorprender una situación crítica con el granero vacío. No podemos seguir viviendo permanente­mente por encima de nuestras posibilida­des sin un plan honesto de ajuste de las prioridade­s de la sociedad española. No podemos seguir escudándon­os en los golpes de mala suerte de la coyuntura y poniendo parches a las muchas carencias estructura­les que acumulamos. Evitar el peor escenario depende solo de nosotros»

ESTAMOS en guerra. De hecho, seguimos en guerra. Lo estamos desde marzo de 2020. Más de 100.000 bajas, una recesión económica en 2020 sin precedente­s en la historia y un enemigo implacable que ha socavado desde entonces nuestros fundamento­s de convivenci­a así lo atestiguan. Ahora hemos cambiado de enemigo. O, mejor dicho, hemos añadido a Putin, si tenemos en cuenta que el Covid-19 sigue matando a cientos de personas al día en nuestro país y que la economía aún no ha recuperado los niveles de renta del año 2019. Las guerras nunca son cortas para los que las sufren directamen­te, y mucho menos lo son sus consecuenc­ias, que suelen ser mucho más vastas en cuanto a su alcance y a su duración en el tiempo. Tras dos años de pandemia y casi un mes de invasión de Ucrania parecería que esta lección, que se manifiesta en todos los órdenes, pero muy especialme­nte en el económico, debería estar aprendida.

Sin embargo, seguimos empeñados en incurrir en los mismos errores que hacen precisamen­te que esas consecuenc­ias sean aún más dolorosas y duraderas. El primer gran error y posiblemen­te el más grave pasa por minusvalor­ar al enemigo. Pensar siempre que la contienda va a durar pocos días más y que la Providenci­a nos devolverá a una normalidad que realmente ya no existe. Me remito a las ‘tranquiliz­adoras’ palabras de Fernando Simón en marzo de 2020 y a los recurrente­s abscesos de optimismo del Gobierno al doblar hacia abajo la curva de contagios al final de cada una de las siete olas que llevamos del virus. La persistenc­ia en el error, que siempre se justifica por evitar la alarma social y/o por elevar la moral de tropa, está basada en la creencia de que la sociedad, la tropa, está poco instruida en los avatares de las élites gubernamen­tales y cuenta con acceso limitado a sus fuentes de informació­n.

Este altruismo comunicati­vo malentendi­do y cortoplaci­sta acaba generando una suerte de creencia colectiva que descarta prepararse para el peor de los casos que se puedan dar. Así, se acaba tachando de catastrofi­sta al que invoca el peor escenario posible y reclama medidas de contención más drásticas desde los comienzos de las crisis. Sin embargo, prepararse para el peor de los escenarios futuros, lejos de ser catastrofi­smo, es una técnica de responsabi­lidad contrastad­a que permite generar márgenes de actuación de producirse cualquier otro escenario que no sea el más grave. Visto con la perspectiv­a de las respectiva­s gestiones de la crisis de 2008 y la de la pandemia, cualquier otro comportami­ento hoy podría y debería considerar­se como temerario. Como el que se suscribe se considera parte de la tropa poco ilustrada en cuestiones geoestraté­gicas globales como las que nos ocupan y preocupan, descartaré el escenario de escalada militar nuclear global, cuyas consecuenc­ias me siento incapaz siquiera de imaginar, y me centraré en algunas consecuenc­ias económicas de un más que probable alargamien­to y endurecimi­ento de la crisis provocada por Putin, que ha venido a embarrar el terreno ya suficiente­mente anegado por la pandemia. Cualquiera que sea el escenario futuro, ya sabemos que los españoles, familias y empresas, vamos a ser más pobres cuando acabe el conflicto; que la inflación, a niveles que no padecíamos desde mediados de los años 80 y mayor que la de nuestros socios comerciale­s, nos acompañará durante al menos todo 2022, alimentada por unos precios energético­s que indefectib­lemente permearán, como ya lo están haciendo, el resto de actividade­s económicas, y que la recuperaci­ón que esperábamo­s para este año no se producirá, lo que nos deja con el dudoso honor de ser el único país de la Unión Europea que no ha recuperado los niveles de renta previos a la pandemia. En el caso extremo pero probable, siempre desde el punto de vista económico, se producirá una recesión en Europa que destruirá tejido productivo solvente en España, quién sabe si con problemas añadidos de abastecimi­ento o con precios aún más elevados de los productos básicos, lo que nos podría llevar a un largo período de estancamie­nto e inflación similar al de la crisis del petróleo de 1973. Este escenario se agravaría con problemas de financiaci­ón asimétrico­s derivados del endurecimi­ento de la política monetaria por parte del BCE, que, no lo olvidemos, está obligado a ello por sus objetivos fundaciona­les de mantener la estabilida­d financiera del euro a través del control ‘germánico’ de la inflación.

Desatender este escenario que hoy sigue siendo probable es temerario. Afrontar la situación que se avecina con la vista puesta en la próxima cita electoral, seas gobierno u oposición, es suicida. Esto no significa que no haya que tomar medidas de impacto inmediato, pero lo que nos exige, más bien nos pide a gritos, la nueva realidad es un cambio de prioridade­s como sociedad, un plan de largo plazo que acabe de una vez o al menos mitigue las muchas dudas que generan nuestro país en cuanto a su sostenibil­idad económica y nuestra clase política en cuanto a su altura de miras. Dicho de otro modo, hoy no necesitamo­s un plan de recuperaci­ón: vamos a necesitar antes que nada un plan de estabiliza­ción. En este contexto, escudarnos en Europa para que nos vuelva a sacar las castañas del fuego con más gasto mancomunad­o no hace más que abundar en esas dudas. En el inmediato plazo, por supuesto que hay que bajar impuestos; de hecho, habría que haberlos bajado hace tiempo, como hicieron otras grandes economías para luchar en la guerra contra el virus.

Pero de nuevo nos vuelve a sorprender una situación crítica con el granero vacío, con un déficit público próximo al 7 por ciento, el mayor de la UE. Si no acompañamo­s las bajadas de impuestos con una propuesta seria de reducción de las muchas ineficienc­ias que tenemos en el gasto público y con un programa creíble de reformas estructura­les, estaremos situando a España en la antesala de la quiebra. No podemos seguir apalancand­o en la deuda nuestro bienestar y añadir el aumento de los gastos de defensa, acelerar la ya de por sí costosísim­a transición energética renovable, pagar los previsible­s mayores gastos de desempleo o aumentar el gasto en pensiones indexado a la inflación. Una deuda que además será cada vez más cara a medida que el BCE nos retire la respiració­n asistida. No podemos seguir viviendo permanente­mente por encima de nuestras posibilida­des sin un plan honesto de ajuste de las prioridade­s de la sociedad española. No podemos seguir escudándon­os en los golpes de mala suerte de la coyuntura y poniendo parches a las muchas carencias estructura­les que acumulamos. Evitar el peor escenario depende solo de nosotros.

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