Ni coherencia, ni honra, ni principios
Las formas son humillantes e inaceptables, pero es mucho peor el fondo del asunto
CASI siempre hay una frase de Churchill para todo, pero en esta ocasión viene especialmente al caso. Cuando el primer ministro Neville Chamberlain volvió de Múnich en 1938 tras haber creído que había apaciguado a Hitler, Churchill afirmó en el Parlamento: «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra». Y aseguró que el acuerdo era «el primer sorbo de una copa amarga» que habría que apurar año tras año.
Esto es lo que acaba de hacer el Gobierno de Sánchez: claudicar ante las exigencias del monarca marroquí a cambio de una tregua que previsiblemente durará muy poco, tal vez un par de años. Sin luz ni taquígrafos, sin informar a los miembros del Ejecutivo, sin consultar con nadie, el presidente ha dado un giro de 180 grados con una decisión de la que nos hemos enterado por una filtración de Rabat.
Las formas son humillantes e inaceptables, pero es mucho peor el fondo del asunto. España se vio forzada a abandonar el territorio del Sahara a finales de 1975 cuando Franco expiraba por unos acuerdos secretos firmados por el ministro Solís que nadie nos explicó jamás. Fue una retirada vergonzante, pero había una justificación: evitar una guerra con el reino alauí que había organizado aquella Marcha Verde para provocar la salida del Ejército español y anexionarse el territorio por la fuerza.
Luego vinieron las resoluciones de la ONU y el Plan Baker, que nunca se pudieron llevar a cabo porque Marruecos torpedeó esas iniciativas. En síntesis, la ONU establecía la celebración de una consulta de autodeterminación para que la población saharaui decidiese su futuro. Lo que hubo fue una política de nuestro vecino para expulsar a la población y colonizar el territorio.
Como antigua potencia colonial, España tenía la obligación de garantizar ese compromiso. Obviamente no pudo hacerlo, pero al menos durante 47 años se mantuvieron las formas y los sucesivos gobiernos se negaron a reconocer la política de hechos consumados de Marruecos, contraria a la legalidad internacional, los derechos humanos y los deberes contraídos.
El partido que se distinguió en la defensa de esta posición fue el PSOE, en cuyos mítines había una presencia permanente de la bandera saharaui en los primeros años de democracia. Pero también Aznar defendió con firmeza esta política.
Parafraseando a Churchill, es un acuerdo deshonroso, pero lo peor de todo es que no va a servir para nada. La razón es que Mohamed VI ya ha constatado que el chantaje y el uso de la fuerza son muy rentables cuando se negocia con Madrid. Un aviso de lo que sucederá inevitablemente con Ceuta y Melilla más pronto o más tarde.
Los intereses son muy importantes en las relaciones internacionales, pero no se pueden defender sin honra, ni coherencia, ni principios.