ABC (Andalucía)

No hay toque de queda en Baikove, el principal cementerio de Kiev

► Cientos de urnas con cenizas de caídos esperan la llegada de familiares para ser enterradas

- MIKEL AYESTARAN ENVIADO ESPECIAL A KIEV

Humo espeso. Humo negro. Humo que se eleva desde la chimenea del crematorio del cementerio Baikove de Kiev. El cielo azul se vuelve grisáceo en esta parte de la ciudad a la que no paran de llegar furgonetas con el cartel de ‘crematorio’ en su parte posterior. Varios sacerdotes esperan a los vehículos, consuelan a los familiares y les acompañan hasta las capillas dispuestas para los funerales. El cementerio es un mundo aparte dentro de esta guerra. A pocos kilómetros los servicios de rescate y bomberos se afanan en estabiliza­r la situación en el centro comercial atacado por Rusia, un nuevo ataque dentro de la capital para dejar claro a los kievitas que están en el punto de mira. Murieron ocho personas.

«Esta mañana hemos recibido 200 nuevas urnas funerarias para cenizas», informa una de las responsabl­es de la administra­ción del cementerio. Desde el 24 de febrero se les acumula el trabajo y tienen ya cientos de urnas con cenizas guardadas en un almacén a la espera de que los familiares las reclamen para enterrarla­s o llevársela­s. Las clasifican por orden alfabético y graban los nombres y la fecha de fallecimie­nto en la parte exterior. «Son todos de Kiev y alrededore­s y del mes de marzo, aquí no llegan los cuerpos de los caídos en Bucha o Irpín porque los entierran allí mismo», informa la responsabl­e.

Los últimos datos ofrecidos por Naciones Unidas elevan a más de 900 los civiles muertos en estas tres semanas de conflicto y la única cifra ofrecida por Ucrania sobre soldados caídos la dio el presidente Volodímir Zelenski, que elevó el número a 1.300. Esas cifras tienen nombre y apellido en este cementerio. El problema de una guerra es que toda estadístic­a caduca minuto a minuto ya que según avanza el conflicto crecen los muertos, heridos y refugiados.

No hay soldados a la vista, pero sí grupos de voluntario­s de la denominada Defensa Territoria­l, la milicia que se encarga de la vigilancia en los puestos de control de todos los barrios de la capital. Esperan la llegada del cuerpo de Igor, exparacaid­ista de 51 años caído anoche en combate. Llevan flores en una mano y subfusiles en la otra. Pétalos amarillos y blancos a un lado, metal al otro. La familia de Igor recibe el pésame de los milicianos. Cuando todo está preparado el sacerdote abre la puerta de la capilla asignada para el sepelio y entra la comitiva. Familiares y compañeros rodean el ataúd.

La madre no puede contener la emoción y se abalanza sobre la caja donde descansa su hijo querido. Le toca la cara, le susurra al oído y le besa las mejillas como queriendo despertarl­e. Le despidió con un «hasta mañana» antes de salir de patrulla, como cada noche, y ahora le despide para siempre. Un adiós eterno que debe ser rápido debido a la cola de cuerpos esperando a recibir el último sacramento antes de ser incinerado­s. Su hijo descansa, para ella empieza el duelo. «Igor es un mártir que ha caído por la defensa de Ucrania y del mundo libre. Nosotros luchamos y morimos no solo por la defensa de nuestro país, sino por la defensa del resto de mundo que se considera libre. La muerte es terrible, pero lo es también la atrocidad que comete Rusia al cercar poblacione­s e impedir la entrada de alimentos y medicina», comenta el sacerdote entre plegaria y plegaria. Reza, canta y responde al móvil al mismo tiempo porque le avisan de nuevos funerales.

Un buen hombre, un mártir

La ceremonia es demasiado rápida para la madre, a quien tienen que coger en brazos para que no se desmaye. Uno por uno los milicianos pasan

ante su compañero, le tocan en el hombro y salen al exterior donde forman una línea y preparan sus armas. «Era un buen hombre, una persona que aportaba al grupo su experienci­a en el Ejército, era un buen hombre», comenta uno de sus compañeros. Cuando la familia sale de la capilla, seis hombres apuntan al cielo y disparan dos veces al aire en honor al caído. En ese momento, casualidad­es de una guerra, un misil de la defensa antiaérea surca el firmamento y deja su rastro como una tiza que hace un zig zag en una pizarra azul. Sí, encima de la nube gris del humo del crematorio, Kiev disfruta de un sol radiante.

El nuevo toque de queda decretado por las autoridade­s no afecta a Baikove. En esta miniciudad de los muertos no hay un minuto para el descanso. Igor se suma a la lista de caídos, al menos ha podido ser despedido por los suyos. Este es el consuelo que le queda a la familia en una guerra que deja cientos de urnas de cuerpos incinerado­s que no tiene quién les despida.

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// ABC Entierro de Igor, paracaidis­ta ucraniano de 51 años
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