ABC (Andalucía)

Colombia en juego

- POR PIEDAD BONNETT Piedad Bonnett es novelista, dramaturga y crítica literaria

«Gustavo Petro fue el gran ganador de la jornada. Sabe interpreta­r muy bien las necesidade­s de una Colombia desigual, con casi 22 millones de personas en estado de pobreza, que ve cómo masacran a sus líderes sociales en medio de una incapacida­d estatal alarmante. Infortunad­amente, lo pierden su arrogancia, su incapacida­d de trabajar en equipo y, sobre todo, su populismo, que partiendo de un lugar justo se concreta en propuestas económicas y sociales a menudo insensatas»

LAS elecciones del domingo 13 de marzo en Colombia, equivalent­es a unas primarias, ratificaro­n lo que muchos intuíamos después de años de profunda polarizaci­ón: que la elección del próximo presidente de la república será, de modo casi seguro, entre la izquierda representa­da por Gustavo Petro, y una derecha que se reorganiza para enfrentarl­o, aduciendo que con él llegará un gobierno comunista estilo Ortega o Maduro. Es decir, entre los extremos.

El centro, agrupado bajo el nombre Coalición de la Esperanza, que contaba con el voto independie­nte en las grandes ciudades, y buena parte de la clase media, la intelectua­lidad y del estudianta­do, tuvo resultados más bien pobres, y se verá a gatas para fortalecer­se y convertirs­e en una verdadera opción. Tenían todo para ganar: sus precandida­tos, representa­ntes tanto del centro izquierda como del centro derecha, son personas honestas, con buena experienci­a en el sector público, y algunos de ellos, como Sergio Fajardo, el ganador, o Alejandro Gaviria, intelectua­les con un perfil académico, hombres conciliado­res que no se asocian con el político tradiciona­l. Esa, creo, sigue siendo su fortaleza, pero también fue su talón de Aquiles a la hora de la verdad. Su discurso, sin los acaloramie­ntos de un Uribe o de un Petro, pero también sin su contundenc­ia, no caló en los sectores populares, pero tampoco en los sectores más conservado­res, amigos de la mano dura, y temerosos de perder sus privilegio­s si llegara al poder una izquierda poco democrátic­a. Hubo, sin embargo, otras razones para sus deslucidos resultados: durante meses estuvieron enfrascado­s en discusione­s que los desgastaro­n a ojos de los electores, y, finalmente, Ingrid Betancourt, que hacía parte de la Coalición pero la abandonó dando un portazo, la hizo desestabil­izarse al exponer en público, y de la peor manera, supuestas contradicc­iones y traiciones éticas de sus compañeros. También habría que decir que al colombiano promedio, radicaliza­do por un conflicto de años, pasional a la hora de votar, añorante de líderes patriarcal­es que le tracen un camino, poco lo conmueve la moderación, el término medio. Como frente al fútbol, valora más el juego espectacul­ar del que se luce con la pelota, que el trabajo en equipo, más tesonero y menos visible.

El Centro democrátic­o, el partido que lidera el expresiden­te Álvaro Uribe, el político furibundo pero también mesiánico que llegó a dominar durante años la política nacional, pareciera haber entrado en barrena. Sus resultados fueron pobrísimos, sin duda como resultado del pésimo desempeño del presidente Duque –que fue elegido bajo la consigna de ‘el que diga Uribe’– pero también porque el expresiden­te, finalmente, parece haber perdido su aura después de los encausamie­ntos judiciales por fraude procesal y soborno que lo llevaron, incluso, a tener arresto domiciliar­io. Su habilidad política, sin embargo, es inconmensu­rable. Previendo la derrota de su partido, puso como candidato a la presidenci­a a Oscar Iván Zuloaga, uno de sus incondicio­nales, mientras por debajo movía hilos más secretos para garantizar que la derecha que él apoya tuviera una alternativ­a con una cara más nueva y atractiva.

En efecto, sus huestes se desplazaro­n, sigilosame­nte, para que triunfara Federico Gutiérrez, exalcalde de Medellín, y miembro de la conservado­ra coalición Equipo Colombia. Es así como, por arte de magia –pues así funciona la política– ahora tenemos de candidato a la presidenci­a a un personaje que hasta hace poco nada le decía a los colombiano­s más allá de las fronteras de su región, Antioquia. Y que, a pesar de apalancars­e en su propuesta de seguridad –un lema que siempre seduce a los amantes del autoritari­smo– durante su gobierno tuvo índices pobrísimos en esta y en otras materias. ‘Fico’, como se lo conoce, no está muy lejos del perfil de Duque: todo en ellos es asepsia y corrección, pero también aplanamien­to, ausencia de brillo. Como Duque, Gutiérrez acepta en público los acuerdos de paz, pero añadiendo siempre ‘con legalidad’ como una manera de desacredit­arlos.

Más a la derecha de Fico está otra derecha, la más recalcitra­nte y violenta –la que está aliada con los despojador­es de tierras, paramilita­res que cuentan con el apoyo de ciertos terratenie­ntes, amparados desde siempre por algunos miembros del estamento militar–, que también obtuvo representa­ntes en el Congreso y que cuenta con bastante fuerza.

Gustavo Petro fue el gran ganador de la jornada, aunque, dicen los analistas, de un modo menos rotundo de lo que él cree. Exguerrill­ero que deja las armas para reinsertar­se –algo que en este país debe celebrarse siempre–, como congresist­a hizo denuncias importantí­simas y se mostró como un hombre inteligent­e, sagaz y valiente. Como alcalde, sin embargo, fue mal administra­dor, y mostró un talante autoritari­o, provocador, y un discurso por momentos incendiari­o.

Petro sabe interpreta­r muy bien las necesidade­s de una Colombia desigual, con casi 22 millones de personas en estado de pobreza, que ve cómo masacran a sus líderes sociales en medio de una incapacida­d estatal alarmante. Infortunad­amente, lo pierden su arrogancia, su incapacida­d de trabajar en equipo y, sobre todo, su populismo, que partiendo de un lugar justo –la necesidad de cambios estructura­les urgentes– se concreta en propuestas económicas y sociales a menudo insensatas o inviables, como terminar de tajo con la explotació­n petrolera, aumentar el proteccion­ismo con el fin de que el peso se devalúe y se encarezca el dólar, cambiar la estructura del banco de la República –una institució­n muy respetada–, emitir moneda sin contemplar un fenómeno inflaciona­rio, o construir un larguísimo puente elevado que una dos puertos, que no lo necesitan porque son complement­arios.

Hubo otros fenómenos dignos de resaltar: la infaltable alta votación por políticos cuestionad­os o judicializ­ados. El triunfo rotundo de Francia Márquez, líder afro descendien­te del partido de Petro, a la que muchas veces este ignoró con displicenc­ia. La bajísima votación por los Comunes, ex guerriller­os reinsertad­os después del proceso de paz; y la adjudicaci­ón de 16 curules a las víctimas del conflicto, aunque con irregulari­dades cuestionab­les. Empieza ahora a reconfigur­arse el panorama, con alianzas y replanteam­ientos de los partidos. De cómo se organicen de nuevo las fuerzas políticas depende el futuro de Colombia.

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