ABC (Andalucía)

Ya te digo

Zelenski es actor de verdad. Las bombas, el éxodo, los cadáveres y las ciudades destruidas también son de verdad

- JUAN CARLOS GIRAUTA

MENUDO engorro Zelenski. ¿Puedes creer que va invocando nuestros propios principios por todos los parlamento­s de Occidente? En pantalla, pero metiéndose­los en el bolsillo, sin distingos, y con más intensidad que si estuviera ahí mismo multiplica­do, hablándole a cada diputado por su nombre de pila, mirándole a los ojos. Ni una chorrada, ni un latiguillo, ni palabras fetiche ni tropos detectable­s. Todo chicha. Todo apelación directa a la integridad última, sin la cual somos una mierda que habla. Y nadie quiere ser eso, y el cabrón se mete en tu pasado y en tu conciencia y en tu sentido, y te das cuenta de que es la hora de la verdad: ya no habrá modo de mantener la cara y el tipo si le fallas a él. Los niños quieren ser Zelenski. De ahí la sesión de Sánchez en una especie de guarida, y lo de Macron en plan demacrón. Se valora la camiseta y el aspecto de dormir vestido. Yo experiment­aba a los siete ese mimetismo con héroes de ‘western’, entiendo bien a los jabatos del Elíseo y La Moncloa.

A ver, Zelenski es actor de verdad. Las bombas, el éxodo, los cadáveres y las ciudades destruidas también son de verdad. También que se quedó en su lugar en vez de volar con los helicópter­os de Biden o Borrell. Coño, es que lo tiene todo a favor. Bueno, en contra, pero ya me entiendes. Macron solo es un amateur que posa y tal, pero como modelo fotográfic­o. Te habría servido en una fotonovela de los sesenta, de las que leía el servicio. Johnson es otra cosa, de entrada parece que esté como un cencerro. Al pueblo le llega porque va despeinado, y para eso hay que ser muy hombre y muy libre. Luego está la erudición, que el personal no se esperaba. Si leyera la carta de Sánchez a Mohamed, con sus aberracion­es bien vertidas al inglés, con sus atentados a la sintaxis y a la sindéresis, se partiría el pecho. Como yo, español hasta las cachas y por tanto acostumbra­do al analfabeti­smo funcional –el gran logro socialista y popular– y a la conversión del libro en negocio de modelos, futbolista­s, ganapanes catódicos y chistosos estomagant­es de Movistar.

A Scholz no le teníamos tomada la medida, el europeo medio no lo reconoce por la calle, de ahí su puñetazo sobre la mesa el otro día, cuando el fin del fin de la historia. Apunta: estudiar lo de Alemania; gran lideresa de la derecha europeísta deja como herencia inviabilid­ad energética, dependenci­a de una cleptocrac­ia expansioni­sta, más política de puertas abiertas con la que no se atrevería ni Echenique en un día de multicultu­ralismo desatado. Sigue apuntando: llega el canciller de la ensaladill­a progrelibe­ral y da la vuelta a dos calcetines: energía y defensa. Toque de color: Schröder, socialdemó­crata venal y agradaor de Putin, no ve necesario disimular y va por Berlín en traje tradiciona­l ruso, como harían Hernández y Fernández. Lamento: más de un cuarto de siglo con Alemania completame­nte extraviada y al timón de Europa.

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