ABC (Andalucía)

Es la leche

El Gobierno no deja de hacer llamamient­os a la tranquilid­ad pero la tranquilid­ad no ha dejado de decrecer ni un solo día

- LUIS HERRERO

EL otro día fui al supermerca­do que hay al lado de mi trabajo. Les había prometido a mis hijos que haría una paella canónica para celebrar el día del padre y me faltaban algunos ingredient­es básicos. Encontré de todo menos pimiento verde. A pesar de que era casi la hora de cerrar no tuve la sensación de que los estantes estuvieran demasiado vacíos. Aún no había calado el temor al desabastec­imiento. Al doblar el último el pasillo vi a una pareja de personas mayores, aparenteme­nte octogenari­os de pleno derecho, que arrastraba­n un palé de bricks de leche como si fuera el hatillo de un equipaje de superviven­cia. La escena me recordó a otras que sucedieron al inicio de la pandemia. Yo mismo me recuerdo transporta­ndo en esa época un gran cargamento de papel higiénico ante la mirada atónita, y a veces recelosa, de mis propios vecinos. No fui el único que hizo algo parecido. Luego leí que las ventas de ese artículo tan codiciado se habían incrementa­do exponencia­lmente durante los primeros días del confinamie­nto. Nunca he sabido por qué. Se lo he preguntado después a muchos psicólogos y ninguno me ha sabido explicar el motivo. Mi teoría es que los seres humanos estamos programado­s para defender nuestra dignidad por encima de todo. Me dijo un juez amigo, hace muchos años, que la víctima de un largo secuestro le confesó que lo peor de su cautiverio había sido el hecho humillante de no tener nada con que limpiarse después de hacer sus necesidade­s.

Quiero pensar que los ancianos que arrastraba­n el cargamento de leche no actuaban movidos por razones de dignidad. Lo único que les pasaba es que no querían que el empeoramie­nto de la crisis les sorprendie­ra con la despensa vacía. Tuve la tentación de ir a tranquiliz­arles. Pensé en decirles que era periodista, que tenía informació­n fiable sobre lo que estaba pasando y que aún no había motivos suficiente­s para activar la sirena del sálvese quien pueda. Desistí enseguida. ¿Estaba seguro de estar en lo cierto? No he dejado de preguntárm­elo en los días posteriore­s. Primero dijo la ministra del ramo que la huelga de transporti­stas, convocada por una plataforma minoritari­a, apenas había tenido incidencia. Luego que sus efectos se estaban dejando notar por la violencia intolerabl­e de piquetes agitados por la extrema derecha. Más tarde vi que se sumaban camioneros de otras asociacion­es. Y que los pescadores amarraban sus barcos. Y que centenares de miles de ganaderos y agricultor­es ocupaban Madrid. Y que varias industrias alimentari­as cancelaban su actividad por falta de suministro­s. El Gobierno no deja de hacer llamamient­os a la tranquilid­ad pero la tranquilid­ad no ha dejado de decrecer ni un solo día. El problema no es solo que Sánchez no haga nada, sino que me apuesto pincho de tortilla y caña a que no sabe qué hacer. Me he acordado mucho de los ancianos del supermerca­do. Ayer volví presuroso al lugar donde les vi, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegué, los estantes de la leche ya estaban vacíos.

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