Es la leche
El Gobierno no deja de hacer llamamientos a la tranquilidad pero la tranquilidad no ha dejado de decrecer ni un solo día
EL otro día fui al supermercado que hay al lado de mi trabajo. Les había prometido a mis hijos que haría una paella canónica para celebrar el día del padre y me faltaban algunos ingredientes básicos. Encontré de todo menos pimiento verde. A pesar de que era casi la hora de cerrar no tuve la sensación de que los estantes estuvieran demasiado vacíos. Aún no había calado el temor al desabastecimiento. Al doblar el último el pasillo vi a una pareja de personas mayores, aparentemente octogenarios de pleno derecho, que arrastraban un palé de bricks de leche como si fuera el hatillo de un equipaje de supervivencia. La escena me recordó a otras que sucedieron al inicio de la pandemia. Yo mismo me recuerdo transportando en esa época un gran cargamento de papel higiénico ante la mirada atónita, y a veces recelosa, de mis propios vecinos. No fui el único que hizo algo parecido. Luego leí que las ventas de ese artículo tan codiciado se habían incrementado exponencialmente durante los primeros días del confinamiento. Nunca he sabido por qué. Se lo he preguntado después a muchos psicólogos y ninguno me ha sabido explicar el motivo. Mi teoría es que los seres humanos estamos programados para defender nuestra dignidad por encima de todo. Me dijo un juez amigo, hace muchos años, que la víctima de un largo secuestro le confesó que lo peor de su cautiverio había sido el hecho humillante de no tener nada con que limpiarse después de hacer sus necesidades.
Quiero pensar que los ancianos que arrastraban el cargamento de leche no actuaban movidos por razones de dignidad. Lo único que les pasaba es que no querían que el empeoramiento de la crisis les sorprendiera con la despensa vacía. Tuve la tentación de ir a tranquilizarles. Pensé en decirles que era periodista, que tenía información fiable sobre lo que estaba pasando y que aún no había motivos suficientes para activar la sirena del sálvese quien pueda. Desistí enseguida. ¿Estaba seguro de estar en lo cierto? No he dejado de preguntármelo en los días posteriores. Primero dijo la ministra del ramo que la huelga de transportistas, convocada por una plataforma minoritaria, apenas había tenido incidencia. Luego que sus efectos se estaban dejando notar por la violencia intolerable de piquetes agitados por la extrema derecha. Más tarde vi que se sumaban camioneros de otras asociaciones. Y que los pescadores amarraban sus barcos. Y que centenares de miles de ganaderos y agricultores ocupaban Madrid. Y que varias industrias alimentarias cancelaban su actividad por falta de suministros. El Gobierno no deja de hacer llamamientos a la tranquilidad pero la tranquilidad no ha dejado de decrecer ni un solo día. El problema no es solo que Sánchez no haga nada, sino que me apuesto pincho de tortilla y caña a que no sabe qué hacer. Me he acordado mucho de los ancianos del supermercado. Ayer volví presuroso al lugar donde les vi, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegué, los estantes de la leche ya estaban vacíos.