El cántaro roto del presidente
SOÑABA el presidente Sánchez con la cantidad de cosas que podría hacer con los miles de millones de euros que España iba a recibir de los fondos europeos. Calificaba de antipatriota a todo aquel que osara protestar por la mala gestión y la falta de transparencia que, sin duda, se estaba produciendo en la selección de los proyectos y en el reparto de los primeras ayudas que vinieron de Europa.
No importaba, ya se callarán. Con el dinero recibido –fabulaba Sánchez– tendremos para favorecer a los nuestros –obras para las sedes sindicales, para renovar las Marismillas, para hacer Erasmus literarios, dar bonus culturales a los jóvenes...–; callaremos la boca a los empresarios que se beneficiarán con la adjudicación de proyectos; la economía crecerá sí o sí al menos en el corto plazo por el impacto de las inversiones millonarias; el empleo se disparará..., la oposición se quedará sin argumentos y ganaremos de corrido las próximas elecciones. Y en esas estábamos cuando Rusia invade Ucrania y el escenario cambia de la noche a la mañana. Los problemas que ya existían, como la fuerte subida en los precios de los combustibles y la luz, que el Gobierno preveía transitorios y que se diluirían con la llegada del maná europeo se agravan. Y la calle, a pesar del silencio de los sindicatos amigos, tan solo roto en la tarde de ayer por seudomanifestaciones convocadas más por hacer el paripé que por exigir soluciones al Gobierno, estalla. Y en su soberbia, el Ejecutivo, con su presidente a la cabeza, en lugar de adoptar medidas de forma inmediata, aunque fueran transitorias, y de negociar con los pequeños transportistas que salieron con sus camiones a las carreteras a pedir soluciones, se dedica a insultar a los manifestantes, calificándolos de ultraderechistas, y a aplazar la toma de medidas en espera de que Europa le saque las castañas del fuego. Y por si esto fuera poco, en medio, de la noche a la mañana y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, a Sánchez se le ocurre cambiar la posición de España sobre el Sahara. Mucho me temo que las fantasías de Sánchez se han ido por la alcantarilla como la leche derramada de la lechera. La pregunta es si será capaz de dejar de soñar y tomar las riendas de un país que se desmorona.