Repensar esta guerra
¿Se debe interpretar Ucrania como el último capítulo del pulso entre la tiranía y la libertad?
El lugar que ocupa Estados Unidos en el mundo es el resultado de una peculiar mezcla: una larga tradición aislacionista y una entusiasta dosis de idealismo. Desde que un oscuro sermón puritano del siglo XVII introdujo el factor de ejemplaridad –«debemos considerar que seremos como una ciudad sobre una colina, los ojos de todo el mundo nos miran»– el excepcionalismo ocupa un lugar central en la idea de América pese a la distancia cambiante entre ideales y realidades.
Como explica Janan Ganesh en el ‘Financial Times’: «La rareza de Washington como capital diplomática es que se avergüenza de lo que mejor sabe hacer: la ‘realpolitik’. No hay nada del placer en la fría búsqueda de intereses que caracteriza a Londres y París, por no hablar de Moscú». Y por eso el realista John Mearsheimer, catedrático de la Universidad de Chicago, es tan prominente en estos momentos precisamente porque es uno de los pocos cínicos declarados en cuanto a la política exterior de Estados Unidos.
Desde su toma de posesión, el presidente Biden ha planteado que la clave de este siglo no es otra que la lucha entre las democracias y las autocracias del mundo. Y de hecho, Washington insiste en interpretar Ucrania como el último capítulo del pulso secular entre tiranía y libertad. Sin embargo, esta narrativa se queda corta para entender la motivación de Vladímir Putin al embarcarse en una guerra que está destruyendo tanto a Ucrania como a Rusia.
Para asimilar esta tragedia conviene tener en cuenta que la ofensiva del Kremlin tiene mucho de imperio fallido, identidad étnica y recolonización. La guerra de Putin se apalanca en ideologías como el euroasianismo y el etnonacionalismo. Es decir, una síntesis de nacionalidad e identidad con base en el idioma, la cultura, la sangre y la tradición. Todo un peligroso calimocho –profundamente arraigada en la historia de Rusia y del que beben muchos por todo el mundo– donde se combinan el fascismo, el bolchevismo, el misticismo, el irredentismo, la ambivalencia hacia Occidente e incluso la telebasura.