Un Gobierno inane, sordo y a la deriva
El Gobierno no escucha, no responde y ni siquiera habla el mismo idioma que los demás. En el Congreso volvió a repetirse una única pregunta, qué van a hacer, y quedó de nuevo sin respuesta. El Gobierno se dedica a lubricar a sus órganos de propaganda, a sus organizaciones y sectores afines y para el resto no hay nada, por el momento.
Pedro Sánchez se presenta como un ser inocente con el que se ensañaron los dioses. El Covid, el volcán y la guerra de Putin son los culpables de que no se pueda poner la calefacción, ni pagar la gasolina y de que clareen los supermercados, y la única medida concreta que presentó fue «ser ejemplo de acogida de refugiados y refugiadas». Sánchez se mete en lo suyo, la pornografía, y se oculta tras el sufrimiento de estas personas porque no tiene más. Las otras medidas consisten en trabajar «a nivel europeo», y luego en trabajar «a nivel español», lo que resulta casi una novedad tratándose de un gobierno de España; también, por supuesto, «a nivel de comunidades autónomas».
Sánchez volvió a dirigirse a sí mismo la pregunta: ¿Qué hace el Gobierno? «Construye un acuerdo de país» que remite como mínimo al 29 de marzo.
La situación es tan grave y tal la impotencia de Sánchez que desde la izquierda, sin terminar de hacer una crítica al Gobierno, surgieron dos Pepito Grillo o voces de la conciencia. «A la izquierda no nos entiende nadie», dijo Rufián, con la mano en el bolsillo como si fuera Dyango y sin querer evitar lo cómico: «Tenemos que dejar de militar exclusivamente en la moral»; Errejón alertó de «un momento de bifurcación en la legislatura». Es un momento crítico. Pero no sacaban a Sánchez de lo suyo: refugiados y refugiadas, diálogo europeo y diálogo nacional con sectores y partidos. Se sospechaba la inutilidad del Parlamento, ahora cabe preguntarse de qué sirve un gobierno.
En varias intervenciones se escuchó la palabra ‘colapso’, y también afecta a la narrativa. No es solo Sánchez. Cuando hablaron sus ministros aún fue peor. En ellos, con menos talento para el cinismo, se advierte que la soberbia del Gobierno es absoluta. La ministra Calviño, que tanta altura técnica prometía, se desgañita arreando a la oposición con la justicia social, el feminismo y el repaso delirante a sus ‘resultados’. Hasta Edmundo Bal parece Cánovas por contraste. «Diga qué medidas concretas». Ninguna. «Estamos trabajando en desplegar las medidas acordadas».
Pero ¿cuáles? ¡Cuáles! «Un paquete coherente de medidas… la articulación entre todos de un plan». Lo de Calviño es preocupante. Inquieta seriamente. Toma forma aquello de que si los españoles vieran una sesión del consejo de ministros, saldrían en el primer avión.
Calviño considera que bajar el IRPF y el IVA no resuelve nada, y en eso está de acuerdo Teresa Ribera, en quien el tono se hace además desdeñoso. No iba desencaminado Mariscal, del PP, cuando habló de «ultraideología». Ribera se entiende mejor con el de la CUP que propuso el «decrecimiento planificado». Sonó casi como un anuncio. Ribera produce siempre una sensación de determinación iluminada y ausencia total de razones: «Más transición energética, descarbonización de 2030 acelerada y despliegue masivo de renovables». Como no hay alternativa, no caben explicaciones.
El Gobierno ni propone ni responde, tampoco (mucho menos) en la cuestión del Sahara. Albares, un hombrecillo soberbio y fosco, incomprensible, remitió a la ilegible carta filtrada a EP, se negó a contestar si se avisó a Argelia y el beneficio que sacan de todo esto. «Antes éramos espectadores, ahora actores». «De reparto marroquí», contestó uno de Bildu al que hubiera aplaudido España entera. La deriva del Gobierno es tal que empieza a allegar lo inconciliable.