ABC (Andalucía)

Los muertos (y las muertas)

No se pedía a los bloques que renunciase­n a sus ideas. «A lo que es preciso renunciar es a la creencia de que se pueden conseguir por medio de una guerra mundial»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

LA primera víctima de la guerra no es la verdad, que nadie acepta, sino la sensatez, hoja de parra de la inteligenc­ia (la inteligenc­ia es conocimien­to de la ley de la causalidad), y luego vienen los muertos (y las muertas, en inclusión de Gómez de la Serna).

–Creí con fe religiosa en un mundo platónico, eterno, donde las matemática­s lucían una belleza como los últimos Cantos del ‘Paraíso’, y al final vi que el mundo eterno es trivial y que las matemática­s son sólo el arte de decir la misma cosa con palabras diferentes –cierra Bertrand Russell su ‘Autobiogra­fía’.

En los 50, dos inteligenc­ias superiores, Russell y Einstein, intentaron aportar sensatez a un mundo de locos que fumaban sobre bombas nucleares como Bakunin acostumbra­ba hacerlo sentado en un barril de pólvora. La Guerra Fría era un concurso de ‘faroles’ entre el Occidente, que tenía al Kremlin por malvado, y el Oriente, para quien la malvada era Wall Street. Ni Russell ni Einstein pedían a nadie que renunciase a ninguna de estas dos opiniones: «A lo que es preciso renunciar es a la creencia de que se pueden conseguir ambas cosas por medio de una guerra mundial».

El peligro eran los halcones de ambos bandos, que creían que el suyo podría conseguir la victoria en el sentido antiguo. «Norteaméri­ca podría ganar una guerra abierta, pero yo no sé si ganaremos esta guerra fría», declaró Dulles ante un Comité del Congreso. A la vez, Kruschef le decía por carta a Russell: «Yo creo que si el imperialis­mo desencaden­a una nueva guerra mundial, perecerá en ella».

Preguntado en el Comité Symington del Senado por los efectos, en muertos (y muertas), «si nos metiésemos en una guerra nuclear», el general James M. Gavin respondió: «Los cálculos corrientes llegan hasta cifras de varios centenares de millones, dependiend­o de la dirección en que soplase el viento». En América, el primer día, sobre 150 millones, morirían 36.

–Una ‘victoria’, a condición de que el número de muertos rusos fuese todavía mayor.

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