ABC (Andalucía)

«Queremos ver si nuestras casas están destruidas, saqueadas...»

Yasnohorod­ka, localidad de 2.500 habitantes, estaba en poder de las fuerzas rusas hasta hace unas horas Según las autoridade­s de Kiev, están a punto de retomar el control de Irpín y luchan por recuperar Bucha y Hostomel

- MIKEL AYESTARAN

El convoy es eterno y la espera también. Primero los tanques, rasgando el asfalto con sus orugas y con los motores revolucion­ados como leones enfurecido­s. Después una decena de blindados para transporte de tropas, seguidos de camiones con munición, una ambulancia y una camioneta blanca con un cartel en la parte posterior que reza «cuerpos». Después llega el turno para una caravana de vehículos todoterren­o sin distintivo­s del Ejército, con uniformado­s perfectame­nte pertrechad­os. Cumplido un mes de guerra, las fuerzas de Ucrania dejan de esperar a que los rusos se aproximen a Kiev y lanzan una contraofen­siva que ha obligado al enemigo a retroceder. Según las autoridade­s de Kiev, están a punto de retomar el control de Irpín y combaten por recuperar Bucha y Hostomel, pero por el camino a estas ciudades van liberando pueblos más pequeños cada día.

Decenas de coches de civiles esperan que pase el convoy para poder seguir su estela y cruzar el río Irpín por el único puente que queda en la parte noroeste de la capital, el resto los dinamitó el Ejército para dificultar el avance enemigo. «Queremos ir a ver nuestras casas, si están destruidas, saqueadas… hemos visto en las noticias que los rusos se han ido de nuestro pueblo y vamos a comprobarl­o», apunta un anciano conductor, acompañado de su esposa y un perro, al volante de un coche cargado de maletas. La espera se produce entre los rugidos y la humareda de los vehículos militares y las explosione­s de la artillería desplegada en los bosques cercanos.

Pasado el convoy, los voluntario­s de la Defensa Territoria­l permiten a los coches seguir su camino. Volamos por el pequeño puente y enfilamos hacia el noroeste, en dirección a Makarev, pero sin saber muy bien qué nos podemos encontrar y si el avance ucraniano es sólido o no. En pocos minutos estamos en una carretera fantasma, con bosque quemado a derecha e izquierda. Lo que ha sido línea del frente durante cuatro semanas, es ahora una zona inerte. Los puestos de control que encontramo­s están vacíos, la carretera agujerada por los proyectile­s y las aldeas desiertas. Avanzamos con la vista puesta en Yasnohorod­ka, pueblo de 2.500 habitantes que, según militares consultado­s en el paso del río Irpín, estaba en manos rusas hasta hace solo unas horas.

Los kilómetros pasan con pasmosa lentitud en el contador del coche y Yasnohorod­ka no aparece. La señal de telefonía se cae porque los rusos han bombardead­o las torres de telecomuni­caciones.

Una partida por Kiev

«Esta misma mañana han detenido a tres soldados rusos, hemos estado varios días bajo su ocupación, pero no hemos tenido trato porque permanecía­mos encerrados en casa»

Artillería y más artillería en el cielo. Trincheras a los lados. Este camino parece una línea que divide el tablero en el que rusos y ucranianos juegan su partida por Kiev.

Algo se divisa al final de una recta. Está aun lejos. Parecen bloques de cemento y sacos terreros. Hay dos banderas, pero no se distingue el color. En un segundo hay que decidir entre seguir o dar la vuelta. Seguimos. Aminoramos la marcha como hay que hacer ante un puesto de control. Metro a metro los colores amarillo y azul se dibujan en las enseñas. Alivio. Es la entrada de Yasnohorod­ka y lo primero que han hecho las fuerzas ucranianas tras recuperar

el control es colocar la bandera nacional. Pero en el acceso las banderas ondean en solitario, aquí tampoco hay soldados a la vista.

Superado el abandonado puesto de control aparece la destrucció­n absoluta. La iglesia de la Virgen María está en pie, pero con la cúpula reventada y disparos en sus paredes. Frente a ella no queda una sola casa reconocibl­e, son un amasijo de hierro, madera y todo tipo de enseres personales. Algunos perros deambulan entre escombros y cascotes.

En medio de la desolación aparecen Yevheni y su esposa Svetlana. Son realmente una aparición, como espíritus errantes en medio de la nada. Su reacción es buscar el calor de los recién llegados. Yevheni abraza a este enviado especial con la fuerza de un cortador de troncos y su mujer, mientras, llora y llora pañuelo en mano. «Esta misma mañana han detenido a tres soldados rusos, hemos estados varios días bajo su ocupación, pero no hemos tenido trato porque estábamos encerrados en casa, apenas nos hemos quedado treinta vecinos en todo el pueblo. Hemos pasado mucho miedo», comenta este hombretón a quien le salen las palabras entrecorta­das. Su esposa solloza, no puede hablar.

De este tipo de escenarios es de donde huyen los millones de refugiados y desplazado­s que en el último mes han dejado sus casas por culpa de los combates. La gran pregunta que se formulan Yevheni y Svetlana es si sus vecinos regresarán algún día.

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// M. AYESTARAN La iglesia de la Virgen María ha perdido su cúpula
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// AFP Un hombre lleva unas bolsas en uno de los barrios de la capital ucraniana, Kiev

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