Lo que vimos en Rusia y no nos dejaron contar
Dos periodistas de ABC intentaron cruzar al Donbass para relatar historias desde el corazón de la guerra. Les negaron las acreditaciones y fueron perseguidos
Justo el día que mi compañero de ABC y yo volábamos a Rusia, la Duma aprobó una ley que criminaliza a los periodistas con hasta 15 años de cárcel por difundir información ‘falsa’. Y para el Kremlin todo lo que no se ajuste a su versión no es verdad. Sin todavía haber puesto un pie en suelo ruso, ya sabíamos que el trabajo informativo iba a ser complicado.
Tras un viaje de más de ocho horas, llegamos de madrugada al aeropuerto internacional de Moscú-Vnúkovo. Somos los únicos extranjeros que volamos a Rusia cuando toda la prensa internacional anuncia que se marcha.
En la terminal, un policía revisa con un cuentahilos cada una de las páginas de nuestros pasaportes. Al llevar mi documentación venezolana supero el trámite sin problema, pero a mi compañero se lo llevaron a un control de migración más estricto. Estuvo durante una hora y media contestando en bucle a las mismas preguntas solo por llevar un documento europeo. Es ahí donde nos damos cuenta de que somos una auténtica amenaza, que la censura es real y que la persecución contra los periodistas es directa. Decidimos entonces llamar a Madrid y pedir que nuestros artículos no lleven las palabras ‘guerra’ e ‘invasión’. No queríamos tomar riesgos.
Objetivo: entrar al Donbass
¿Pero por qué precisamente cuando todos se iban de Rusia nosotros llegamos? Todos los focos estaban puestos sobre Ucrania, nadie estaba contando lo que estaba sucediendo del otro lado de la frontera: los cientos de miles de refugiados que cruzan hacia Rusia, las madres que lloran a sus hijos muertos en la guerra y los hospitales militares colapsados de jóvenes heridos en el combate. Para acercarnos a la frontera con Ucrania, tomamos un tren de 16 horas hasta la ciudad de Rostov, donde instalamos el centro de operaciones. Nuestro objetivo principal era entrar a los territorios del Donbass, a Donetsk y Lugansk, para informar de la guerra desde el corazón del conflicto. Pero tras un largo festivo por la celebración del Día de la Mujer, nuestro regalo fue recibir un correo donde se nos denegaban las acreditaciones a los territorios prorrusos. «No quieren testigos de los crímenes», es lo primero que pensamos.
Dejamos el equipaje y nos fuimos a la estación de tren de Rostov donde trabajan los voluntarios que reciben a los evacuados prorrusos del este de Ucrania. No alcanzamos a verlos porque la última evacuación se produjo hace dos días, entre el 3 y el 5 de marzo, según nos informó la responsable de la estación. Sin embargo, Evgeny y Diana nos contaron frente a las cámaras y sin tapujos el trabajo del batallón de voluntarios que ayudaban a las personas en medio del drama humanitario.
Tras más de 30 minutos haciendo entrevistas, vimos a lo lejos cómo se acercaba un puñado de guardias de seguridad con una mujer que habla por radio. «Es ilegal grabar en la estación. Vamos a llamar a la Policía», zanjó la responsable con la que habíamos mantenido una conversación oficial minutos antes. Las acreditaciones de prensa en mano no fueron suficientes para negociar nuestra libertad con la mujer, que estaba visiblemente enfadada.
Nos obligaron a borrar todo el material audiovisual de nuestras cámaras y móviles, la Policía nos escoltó como delincuentes hasta la salida y recibimos la primera advertencia por realizar nuestro trabajo.
Todas las informaciones que se transmiten por la televisión y la prensa es propaganda. Entablamos buena relación con el Gobierno de Rostov y nos permitieron visitar un centro de acogida de refugiados. Todo estaba perfectamente arreglado para recibirnos. Las entrevistadas tenían aprendido un libreto con frases como «Gracias al presidente Putin estamos a salvo» o «Ucrania nos está bombardeando». Tratar de que aflorara otro sentimiento más que la rabia que las invadía por dentro contra su propio pueblo fue un verdadero reto.
La mañana siguiente, asistimos a una manifestación a favor del Gobierno en el centro de la ciudad. Todo es un paripé. No más de 200 personas acudieron al llamamiento del Ejecutivo regional. Comandados por dos empleados públicos, saludaban a la cámara, gritaban las consignas y agitaban las banderas y pancartas cuando se lo indicaban por el megáfono.
Hermetismo
Rusia es un país en guerra. Esa es una afirmación y por ello hay un gran hermetismo. Veíamos imágenes de las protestas contra la guerra que estaban teniendo lugar en Moscú y San Petersburgo. Pero en cuanto había un atisbo de solidaridad con el pueblo ucraniano, las autoridades rusas las reprimen.
En la capital, las organizaciones opositoras convocaron una manifestación contra la guerra. La oficina de prensa nos dio un chaleco amarillo y una acreditación de prensa para identificarnos. Advertidos por nuestro corresponsal Rafael M. Mañueco decidimos no hacer uso de ello. Tampoco llevarnos los equipos y andar con mucho cuidado y sin levantar sospechas de que somos periodistas. Al final, toda la prensa fue detenida para que no le dieran cobertura a la protesta.
Pero hay muchas cosas más que nos dejamos fuera: las morgues, la condecoración de los héroes de la guerra, la escuela de gimnasia que integra a niñas ucranianas. Queremos volver y que el Gobierno nos permita contarlo.
Todo es un paripé. Las manifestaciones progubernamentales son orquestadas por el propio Gobierno ruso