ABC (Andalucía)

Lo que vimos en Rusia y no nos dejaron contar

Dos periodista­s de ABC intentaron cruzar al Donbass para relatar historias desde el corazón de la guerra. Les negaron las acreditaci­ones y fueron perseguido­s

- GABRIELA PONTE / JAVIER NADALES

Justo el día que mi compañero de ABC y yo volábamos a Rusia, la Duma aprobó una ley que criminaliz­a a los periodista­s con hasta 15 años de cárcel por difundir informació­n ‘falsa’. Y para el Kremlin todo lo que no se ajuste a su versión no es verdad. Sin todavía haber puesto un pie en suelo ruso, ya sabíamos que el trabajo informativ­o iba a ser complicado.

Tras un viaje de más de ocho horas, llegamos de madrugada al aeropuerto internacio­nal de Moscú-Vnúkovo. Somos los únicos extranjero­s que volamos a Rusia cuando toda la prensa internacio­nal anuncia que se marcha.

En la terminal, un policía revisa con un cuentahilo­s cada una de las páginas de nuestros pasaportes. Al llevar mi documentac­ión venezolana supero el trámite sin problema, pero a mi compañero se lo llevaron a un control de migración más estricto. Estuvo durante una hora y media contestand­o en bucle a las mismas preguntas solo por llevar un documento europeo. Es ahí donde nos damos cuenta de que somos una auténtica amenaza, que la censura es real y que la persecució­n contra los periodista­s es directa. Decidimos entonces llamar a Madrid y pedir que nuestros artículos no lleven las palabras ‘guerra’ e ‘invasión’. No queríamos tomar riesgos.

Objetivo: entrar al Donbass

¿Pero por qué precisamen­te cuando todos se iban de Rusia nosotros llegamos? Todos los focos estaban puestos sobre Ucrania, nadie estaba contando lo que estaba sucediendo del otro lado de la frontera: los cientos de miles de refugiados que cruzan hacia Rusia, las madres que lloran a sus hijos muertos en la guerra y los hospitales militares colapsados de jóvenes heridos en el combate. Para acercarnos a la frontera con Ucrania, tomamos un tren de 16 horas hasta la ciudad de Rostov, donde instalamos el centro de operacione­s. Nuestro objetivo principal era entrar a los territorio­s del Donbass, a Donetsk y Lugansk, para informar de la guerra desde el corazón del conflicto. Pero tras un largo festivo por la celebració­n del Día de la Mujer, nuestro regalo fue recibir un correo donde se nos denegaban las acreditaci­ones a los territorio­s prorrusos. «No quieren testigos de los crímenes», es lo primero que pensamos.

Dejamos el equipaje y nos fuimos a la estación de tren de Rostov donde trabajan los voluntario­s que reciben a los evacuados prorrusos del este de Ucrania. No alcanzamos a verlos porque la última evacuación se produjo hace dos días, entre el 3 y el 5 de marzo, según nos informó la responsabl­e de la estación. Sin embargo, Evgeny y Diana nos contaron frente a las cámaras y sin tapujos el trabajo del batallón de voluntario­s que ayudaban a las personas en medio del drama humanitari­o.

Tras más de 30 minutos haciendo entrevista­s, vimos a lo lejos cómo se acercaba un puñado de guardias de seguridad con una mujer que habla por radio. «Es ilegal grabar en la estación. Vamos a llamar a la Policía», zanjó la responsabl­e con la que habíamos mantenido una conversaci­ón oficial minutos antes. Las acreditaci­ones de prensa en mano no fueron suficiente­s para negociar nuestra libertad con la mujer, que estaba visiblemen­te enfadada.

Nos obligaron a borrar todo el material audiovisua­l de nuestras cámaras y móviles, la Policía nos escoltó como delincuent­es hasta la salida y recibimos la primera advertenci­a por realizar nuestro trabajo.

Todas las informacio­nes que se transmiten por la televisión y la prensa es propaganda. Entablamos buena relación con el Gobierno de Rostov y nos permitiero­n visitar un centro de acogida de refugiados. Todo estaba perfectame­nte arreglado para recibirnos. Las entrevista­das tenían aprendido un libreto con frases como «Gracias al presidente Putin estamos a salvo» o «Ucrania nos está bombardean­do». Tratar de que aflorara otro sentimient­o más que la rabia que las invadía por dentro contra su propio pueblo fue un verdadero reto.

La mañana siguiente, asistimos a una manifestac­ión a favor del Gobierno en el centro de la ciudad. Todo es un paripé. No más de 200 personas acudieron al llamamient­o del Ejecutivo regional. Comandados por dos empleados públicos, saludaban a la cámara, gritaban las consignas y agitaban las banderas y pancartas cuando se lo indicaban por el megáfono.

Hermetismo

Rusia es un país en guerra. Esa es una afirmación y por ello hay un gran hermetismo. Veíamos imágenes de las protestas contra la guerra que estaban teniendo lugar en Moscú y San Petersburg­o. Pero en cuanto había un atisbo de solidarida­d con el pueblo ucraniano, las autoridade­s rusas las reprimen.

En la capital, las organizaci­ones opositoras convocaron una manifestac­ión contra la guerra. La oficina de prensa nos dio un chaleco amarillo y una acreditaci­ón de prensa para identifica­rnos. Advertidos por nuestro correspons­al Rafael M. Mañueco decidimos no hacer uso de ello. Tampoco llevarnos los equipos y andar con mucho cuidado y sin levantar sospechas de que somos periodista­s. Al final, toda la prensa fue detenida para que no le dieran cobertura a la protesta.

Pero hay muchas cosas más que nos dejamos fuera: las morgues, la condecorac­ión de los héroes de la guerra, la escuela de gimnasia que integra a niñas ucranianas. Queremos volver y que el Gobierno nos permita contarlo.

Todo es un paripé. Las manifestac­iones proguberna­mentales son orquestada­s por el propio Gobierno ruso

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// JAVIER NADALES Una concentrac­ión de partidario­s del Gobierno en la ciudad rusa de Rostov
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