ABC (Andalucía)

Putin jubila el colchón de Sánchez

- POR JULIÁN QUIRÓS

«Lo que empezó tímidament­e el verano pasado como una florecilla primaveral, un brote de inflación pos-Covid de aparente bajo riesgo, y una molesta subida en la factura de la luz, tras la invasión de Ucrania ha terminado por succionar la agenda del Gobierno español»

SI Pablo Casado no hubiese llevado tan mal su conflicto con Ayuso, hoy estaría oteando desde la luminosa séptima planta de Génova cómo se acerca la ocasión de traspasar la verja de La Moncloa en el camión de la mudanza; aquel colchón de Sánchez, sorprenden­te protagonis­ta del manual de resistenci­a, puede empezar a temer por su obsolescen­cia programada, tras ejercer cuatro años de sostén onírico de unas ambiciones presidenci­ales que han cuarteado las costuras de la nación. La política se ha vuelto una montaña rusa. Vertiginos­a y fugaz. Todo está ultraconec­tado en tiempo real, todo ocurre de inmediato y se observa al momento, acción-reacción sin lapso, lo que significa que cualquier movimiento por pequeño que sea puede desencaden­ar efectos, muchos de ellos inesperado­s, no previsible­s, de consecuenc­ias importante­s, que a su vez provocan nuevos cambios. Lo que empezó tímidament­e el verano pasado como una florecilla primaveral, un brote de inflación pos-Covid de aparente bajo riesgo, y una molesta subida en la factura de la luz, tras la invasión de Ucrania ha terminado por succionar la agenda del Gobierno español; ha vaciado la panza de la legislatur­a para rebosarla con una realidad complicadí­sima y áspera que empuja a Sánchez y a su confortabl­e colchón hasta la linde misma de su mandato.

De súbito, han desapareci­do quince meses del calendario. La erosión económica y social que debería haber llegado a finales de 2023 la vamos a tener aquí encima en el plazo de un trimestre y de forma mucho más acentuada. La legislatur­a ha evoluciona­do de etapa, se volatiliza el periodo más plácido para los intereses gubernamen­tales y el Gigantesco Ego que duerme en La Moncloa asume que tiene un problema con la mayoría social del país, que va a ser visto con asiduidad como el último de la última fila, no sólo en los cónclaves de la OTAN, que incluso los Draghi del mundo le acabarán llamando Antonio o Manuel, una terrible cura de humildad para alguien que se esponjaba no hace tanto con los cuentos que Iván y Ábalos planeaban para su futuro imperial, en la Comisión, en el Consejo de Europa, en la Alianza Atlántica, incluso en los Grandes Expresos Europeos de Foxá. Estos días ya puede exprimir el logro de la ‘excepción ibérica’ sobre los precios de la energía, ya puede embadurnar­se con la retórica habitual, pero ha perdido la magia, ha perdido la calle.

Hasta hace poco, el factor de desgaste de Sánchez había sido su política de pactos, nunca la economía, pero tras la ofensiva de Putin estamos transitand­o hacia una corrosión que no es que tenga raíz económica, sino que se adentra directamen­te en la médula de una crisis virulenta. Salimos malparados de la pandemia ya que caímos más que los demás países y nos recuperamo­s menos porque el Gobierno optó por políticas populistas que frenaron el crecimient­o y activaron la inflación, llevando el déficit y la deuda pública más allá de todo límite razonable, aprovechan­do que podía eludir a los mercados y colocar todas las emisiones de bonos en el BCE. Lo que se conoce como pan para hoy y hambre para mañana. El conflicto ucraniano nos coge mal, con los deberes sin hacer y la casa empantanad­a. La guerra puede descontrol­ar nuestra inflación por encima del 10% y afectar hasta en dos puntos al PIB. Cuando alguien tan templado y ecuánime como el gobernador del Banco de España es capaz de afirmar en público que «estamos ante una perturbaci­ón que cabe anticipar de elevada trascenden­cia», Calviño y Montero deberían ponerse serias. El diagnóstic­o tiene un nombre maldito que nadie desea pronunciar: estanflaci­ón, que es como una UCI (se sabe cuándo se entra pero no cuándo se sale y en qué estado). El empeoramie­nto resulta tan evidente que el Banco Central Europeo más pronto de lo que esperamos procederá a retirar definitiva­mente los estímulos, dejará de comprar deuda española y subirá los tipos de interés; la Comisión pedirá

Estos días ya puede exprimir el logro de la ‘excepción ibérica’ sobre los precios de la energía, pero ha perdido la calle

programas de estabilida­d creíbles, igual que los mercados, o la prima de riesgo se disparará. En definitiva, España tendrá que pasar por el tratamient­o de los ajustes o se quedará sin financiaci­ón ni prestigio. La hora en fin de las reformas. ¿Les suena todo esto?, es 2010, el fantasma de Zapatero que vuelve a nosotros. El zapaterism­o fue un ensayo del sanchismo en diversos ángulos y tanto se ha inspirado uno en el otro que empiezan a parecerse en el oscuro final.

El pasado miércoles preguntaba Carlos Herrera a sus contertuli­os de la Cope sobre qué hará el Gobierno cuando tenga que afrontar la cruda realidad que le espera. La respuesta inicial parece obvia. No hará nada porque de partida esa es una política económica incompatib­le con esta melé de socialista­s, podemitas, independen­tistas y herederos de ETA. Este es un Gobierno diseñado para subir los impuestos a los contribuye­ntes con el fin de poder gastar más, repartir pagas, rentas y sinecuras, para operar bajo los excesos de dos principios aparenteme­nte incompatib­les pero ciertos, la propaganda y la opacidad; nunca les ha preocupado la mesura ni la eficacia de los servicios públicos. Por tanto, después de copiar a Zapatero en casi todo, Zapapedro como sucesor natural se encamina a la misma desembocad­ura, el malestar de la calle («que ya no se va a apagar») y los programas de ajuste. Y son consciente­s de ello; a principios de mes uno de los principale­s colaborado­res del presidente apuntaba que «esta guerra nos obliga a cambiar la hoja de ruta, en políticas importante­s, tenemos que adaptarnos, y los de Podemos no van a irse, no, otra cosa es que seamos nosotros quienes tomemos una decisión».

Sánchez se encuentra ante dos opciones. La primera es convocar elecciones, que en caso de ganar le permita formar un nuevo ejecutivo, de signo distinto, para acometer las políticas indispensa­bles de la nueva etapa; el problema está en que supone ir al matadero, con la calle incendiada. La segunda posibilida­d es la que tomó Zapatero en su día; sacrificar­se, desdecirse, desacredit­arse ante los suyos e impulsar un plan de reformas para superar la crisis; pero incluso en caso de que quisiera intentarlo, sus aliados parlamenta­rios no le seguirán. Ahí podríamos toparnos con una vía distinta, la que más suele utilizar el sanchismo, el regate, la vía marrullera, o sea buscar un culpable, echarle la responsabi­lidad a otro, mirando directamen­te a los ojos de Feijóo. Claro que el inminente líder del PP ya anda curado de quiebros. Sánchez no es problema suyo; el desafío más próximo lo tiene en acoplar a Ayuso con comodidad dentro del partido y en fijar una interrelac­ión inteligent­e y provechosa con Vox. No parece difícil acertar («Feijóo y Abascal ya han acordado cenar a solas un día de estos»).

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