ABC (Andalucía)

Revolucion­es

¿Y si lo que están haciendo los ucranianos fuera, posiblemen­te, la última de las revolucion­es democrátic­as?

- JON JUARISTI

COMO es sabido, Hannah Arendt dividió las revolucion­es políticas de la modernidad entre las que derivaron en tiranías y las que instauraro­n regímenes basados en la libertad individual y la igualdad ante la ley. El primero de estos dos tipos fue el caracterís­tico, según Arendt, de las revolucion­es europeas; el segundo, el de la Revolución americana.

En Europa, las revolucion­es políticas fueron llevadas a cabo por multitudes de miserables, masas hambrienta­s que exigían la expropiaci­ón de los ricos y el reparto de sus bienes. Como no poseían nada, tales multitudes eran anónimas. Al frente de las mismas aparecían líderes oportunist­as y carismátic­os, procedente­s de los propios grupos privilegia­dos, que hablaban en nombre de los pobres sin que estos les hubieran autorizado a hacerlo. Si derrotaban a los poderosos, no tardaban en constituir un nuevo grupo privilegia­do, que se repartía el grueso del botín, dejando a las masas las migajas y la teoría consolador­a de que el pueblo había conquistad­o el poder. Recuerdo una de las primeras consignas ‘europeas’ de la revolución castrista: «La clase obrera no debe luchar por las migajas, sino por el poder». Pues bien, Castro y su banda dejaron a los pobres las migajas y se quedaron con la despensa y el poder.

Por el contrario, la Revolución americana, sostenía Hannah Arendt, fue obra de multitudes de pequeños propietari­os que no pretendían convertirs­e en grandes saqueando a los más ricos que ellos. No luchaban por el reparto del pastel, sino por el dominio del espacio público por parlamento­s de ciudadanos. Los padres de la Revolución americana se inspiraron en la democracia de la antigua Atenas con su libre expresión cívica en la plaza. Muchos de estos antiguos atenienses eran propietari­os de esclavos. También lo era Thomas Jefferson, que no dio libertad a los suyos tras la independen­cia de las Trece Colonias. Cuando el actor John Wilkes Booth asesinó a Abraham Lincoln para vengar al Sur esclavista, lo hizo al grito de «Sic semper tyrannis» («Así siempre a los tiranos»), lema del Estado de Virginia que compendia el ideal clásico de la democracia antigua (de la República Romana en este caso). Es cierto que la Revolución americana la hicieron también propietari­os de esclavos. Incluso blancos pobres, aunque no miserables, que poseían algún o algunos esclavos negros. Pero la Revolución Americana funcionó y creó un país que ha estado siempre libre de la tiranía política.

¿Y si lo que está ocurriendo en Ucrania fuese una revolución de este último tipo, emprendida por gentes que, como los colonos americanos de 1775, están dispuestas a morir antes de rendirse a la tiranía del faraón de un pueblo lanar? Sospecho que lo que más nos indigna y avergüenza de los ucranianos es que hayan decidido encarnar, como los americanos de 1775, lo que una vez fue Grecia frente al despotismo persa. Son los únicos que hoy se atreven a ello, por cierto.

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