Incomodidad
Si el agradecimiento se convierte en incomodidad, es que nos estamos convirtiendo en unos miserables
Acasi todos los gobiernos se les nota incómodos con las víctimas del terrorismo. Les pasa lo mismo que a ese magnate, procedente de una humilde familia, que ha conquistado fortuna y posición social y, de repente, en una boda, tiene que mezclar a sus nuevas e importantes amistades con los parientes pobres que no ha tenido más remedio que invitar. Al actual presidente se le nota mucho más, porque para ser presidente ha tenido que pactar con el grupo de fans de los asesinos, los que organizan homenajes a los que mataban, algo que sería impensable que ocurriera en cualquier país de la Unión Europea. Y, de repente, cuando el gobernante está pensando en pasar a la Historia, llaman a la puerta los familiares de los asesinados, esos parientes pobres que siempre están pensando en lo mismo, o se manifiestan para recordar de dónde procede nuestra relativa paz y a quiénes debemos nuestro frágil sosiego. Y el gobernante aprieta las mandíbulas por la incomodidad e intenta componer una expresión que esconda la irritación que le produce, el engorro de tener que saludar –¡otra vez!– al pariente que no está en el futuro, sino en el pasado que el político quiere olvidar.
Escribir novelas ha mutilado mi capacidad para entrar en las abstracciones filosóficas, y debo descender a los hechos y a la subjetividad para poder entender cualquier circunstancia. Alfredo tenía 14 años. Era hijo de un empleado de banca y de una taquillera de un cine de Pamplona. Una bomba mató a Alfredo y a un policía de 32 años, casado y con dos hijos, en una noche de primavera del último día de mayo. ¿Cómo les vas a pedir a los padres de Alfredo que olviden lo ocurrido? ¿De qué manera vas a convencer a esa mujer que, de repente, se queda viuda y con dos hijos que pase página? «Hay que pasar página» le escuché a un veterano político, como si la vida fuera una película sin antecedentes, sobre todo sin antecedentes penales.
Ayer se manifestaron los familiares de esas personas asesinadas vilmente, en Madrid. Sobre su dolor, sus lutos y sus lágrimas, los demás hemos ido creciendo y viviendo. Y, si el agradecimiento se convierte en incomodidad, es que nos estamos convirtiendo en unos miserables. No sólo los políticos.