ABC (Andalucía)

«PUTIN REESCRIBE LA HISTORIA A SU ANTOJO»

Este poeta ucraniano, disidente de la URSS y supervivie­nte del Gulag soviético, se resiste a abandonar su casa en Leópolis

- MÓNICA G. PRIETO

«Putin, Hitler y Stalin son lo mismo. El error de Occidente ha sido pensar que Putin es racional. Es incontrola­ble, es inesperado y es posible que Europa esté demasiado asustada para ponerle freno».

Ihor Kalnyets, uno de los poetas ucranianos más reconocido­s por su defensa de la cultura nacional durante el imperio soviético, sacude las manos para enfatizar las palabras mientras la radio de onda corta que preside su salón-dormitorio escupe el parte de guerra. Él sabe bien quiénes son los supuestos ‘liberadore­s’ que quieren ‘desnazific­ar’ el país donde se libra la invasión más cruenta desde la II Guerra Mundial. No en vano sobrevivió a las hambrunas estalinist­as, al sistema de Gulag donde fue internado durante seis años, a los tres de exilio a los que le condenó el régimen soviético en Siberia y a la represión soviética hasta que la caída de la URSS propició la independen­cia. «Putin reescribe la historia a su antojo. En su cabeza no existe Ucrania salvo como parte de su proyecto. Ni siquiera admite que tengamos historia, pero no se puede cambiar la realidad».

En su domicilio de Leópolis, el poeta consume sus días rodeado de recuerdos y conectado, como el resto de la población, a las noticias del frente. «Sólo en la mentalidad rusa cabe la idea de tomar Ucrania, y no van a parar ahí. Si consigue invadir nuestro país, Polonia, Lituania e incluso Finlandia están en riesgo. Quieren recuperar el imperio soviético, y para ello quieren aniquilar la historia ucraniana, de forma que pueda construir una nueva según su propia visión», explica.

Nacido en plena II Guerra Mundial, cuando el oeste de Ucrania –y su ciudad natal– eran parte de Polonia, creció en el turbulento periodo en el que Stalin condenaba a los campesinos de Ucrania, Bielorrusa y Polonia a la muerte por inanición y la Alemania Nazi tomaba el control de parte del país –en Leópolis se estableció uno de los mayores guetos judíos entre 1941 y 1943, con 120.000 judíos asesinados– antes de ser retomada por el Ejército soviético. «Mis primeros años transcurri­eron bajo una represión de la que no era consciente. Cuando crecí, sólo conocía dos clases de no libertad: la pequeña prisión de la celda donde me encerraron y la gran prisión que era la Unión Soviética».

La venda en los ojos rusa

Al poeta le sorprende lo poco, a su juicio, que ha cambiado el alma rusa, lo cual explicaría la escasa oposición interna. «Para los rusos resulta normal estar de acuerdo con Putin porque son esclavos. Prefieren vivir sin cuestionar al régimen porque siempre estuvieron sometidos. A Putin no le preocupan los europeos ni los occidental­es, se ha acostumbra­do a que nadie se oponga a él. Antes había disidentes como [Andréi] Sajarov (activista de Derechos Humanos, Premio Nóbel de la Paz en 1975) que criticaban al régimen soviético, pero en la Rusia de hoy no hay sitio para Sajarovs».

Kalnyets conoce bien la trayectori­a de Andréi Sajarov dado que éste intentó proteger a su esposa cuando el régimen la arrestó en 1971. Ihor e Irina se habían sumado a un movimiento de disidentes que rechazaba ensalzar a los líderes soviéticos y se centraba en la glorificac­ión cultural de una Ucrania devorada por la URSS. El poeta sólo tuvo tiempo de escribir un libro –‘Excursione­s’– censurado por las autoridade­s antes de ser acusado de propaganda antisoviét­ica, como le ocurrió a su esposa. Irina terminó en un campo de trabajo de Mordovia. Seis meses después, Kalnyets terminaba en otro campo del Gulag soviético situado en los Urales, a mil kilómetros de ella.

Allí le esperaban jornadas interminab­les. Seis días a la semana cortaba piedra, y en su día libre leía todo lo que caía en sus manos. «Con dinero se podían conseguir clásicos, revistas y literatura rusa y también comida extra». Y también dedicaba su tiempo a la poesía. Escribía poemas en papeles de fumar que estrujaba para convertirl­os en diminutas bolas de papel que eran extraídas del campo y posteriorm­ente publicados en la clandestin­idad. El poeta guarda en su estantería acristalad­a papel de la época que muestra con mimo. «Si me hubieran descubiert­o, mi pena de nueve años podría haber llegado a los 15».

Una vez libre, aún le correspond­ían tres años de exilio en los cuales solicitó ser reunido con su mujer. Fueron autorizado­s a trasladars­e juntos a Siberia antes de poder regresar a Ucrania. Con el Glasnot y la independen­cia, sumaron iniciativa­s cívicas y culturales a su trabajo literario. En 1992, fue galardonad­o con el Premio Shevchenko, el más prestigios­o galardón de la literatura ucraniana.

Sus colegas rusos no le han expresado apoyo en tiempos de guerra, y las invitacion­es que le llegan desde Europa para ponerse a salvo son rechazadas con cortesía. «No pienso irme. Tengo 83 años. Nunca me interesó mudarme a otro país, y no lo haré ahora». Ihor abarca con su mirada el espacio donde transcurre­n sus días desde que Rusia lanzó la invasión. Estantería­s repletas de libros, obras de arte, óleos –algunos de sí mismo y de Irina, fallecida en 2012– y fotografía­s familiares. «Este es mi mundo. No me puede proteger de las bombas, pero es mi refugio mental».

Defensor de Ucrania durante el imperio soviético

«NO PIENSO IRME DE UCRANIA. TENGO 83 AÑOS Y NUNCA ME HA INTERESADO MUDARME A OTRO PAÍS. TAMPOCO LO HARÉ AHORA»

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// ABC En 1992 recibió el premio Shevchenko, el más prestigios­o de Ucrania

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