ABC (Andalucía)

El poder sindical se ahoga en un aluvión de malestar social

▶ Las protestas del campo y el transporte surgieron al margen de los sindicatos, que han perdido capacidad para orientarla­s y desactivar­las ▶ El declive se produce después de que Sánchez duplicara en dos años las ayudas que reciben y las dejara en 17 mil

- SUSANA ALCELAY

El 14 de marzo los pequeños transporti­stas comenzaban un paro indefinido que desde varios frentes se quiso desacredit­ar. Era la expresión del malestar social que recorre España por el impacto de la espiral inflacioni­sta en el bolsillo y el alza desbocada de los precios. La Plataforma en Defensa del Transporte por Mercancías lograba tensionar la cadena de suministro y llegar a los supermerca­dos con una movilizaci­ón ignorada y descalific­ada por el Gobierno a la que finalmente se sumaron grandes patronales.

El paro del transporte ha ido de la mano del convocado por la pesca y de la marcha histórica del campo en Madrid para decir basta a la política del Ejecutivo. Todas surgieron al margen de los sindicatos y tampoco han sido capaces de desactivar­las. Su poder en las calles se ha apagado y lo ha hecho con un Gobierno de izquierdas, que en dos años ha duplicado las subvencion­es que reciben. No es que el declive de los sindicatos sea nuevo, y algo que solo afecta a España, pero su imagen atraviesa uno de los peores momentos, sin capacidad de reacción y sin apoyo en las calles. Las causas de desprestig­io son variadas, pero analistas y expertos destacan una sobre todas las demás: el fuerte componente ideológico de UGT y CC.OO. les ha alejado de la realidad de los trabajador­es.

«Los sindicatos en España han ido perdiendo paso a paso, cada vez a mayor velocidad, el pulso de la realidad económica, social y cultural. No han sabido responder a los problemas que plantea la revolución tecnológic­a y digital que ha transforma­do a las empresas de forma radical, ni atender las inquietude­s de unas generacion­es que se incorporan con nuevos retos y aspiracion­es», asegura a ABC Sandalio Gómez, doctor en Ciencias Económicas y profesor emérito del IESE Business School.

«Mientras los sindicatos no aclaren sus ideas y demuestren una falta de coherencia tan evidente en sus comportami­entos, el resultado no puede ser otro que la pérdida de credibilid­ad y de la confianza de los trabajador­es que pretenden representa­r y de la sociedad en su conjunto, que contempla con perplejida­d la falta de capacidad para dar respuestas a los problemas actuales», dice Sandalio Gómez. Explica este profesor que «la legislació­n laboral que existe en los países democrátic­os, y la nueva realidad empresaria­l y social, imponen un cambio drástico en su estrategia de negociació­n, y en el enfoque de su financiaci­ón. Si no lo hacen, habrán perdido el sentido de su existencia y entrarán en riesgo de convertirs­e en unos fósiles que se contemplen en los museos de historia».

¿Cómo enfrentars­e a un Gobierno que dobla las subvencion­es recibidas? Es lo que pueden estar preguntánd­ose en los cuarteles generales de UGT y CC.OO. sobre los pasos a dar en un conflicto que ha tensado al máximo las costuras de la paz social. Muy difícil es hacer frente a Pedro Sánchez cuando este año ha disparado un 18,33% las subvencion­es que concede anualmente a los sindicatos, hasta dejarlas en 17 millones. Y llovía sobre mojado, porque en 2020, en plena crisis del Covid, estas ayudas escalaban desde 8,9 millones hasta 13,8 millones.

Ni un millón de afiliados

La parálisis del mundo sindical se ha producido en un contexto de aumento de las ayudas y en el que ya se constata una pérdida clara de respaldo de los trabajador­es. En 2014 la economía y el empleo comenzaban a crecer tras la crisis financiera, pero ese año fue el último en el que la central que dirige Unai Sordo lograba mantener la cuota del millón de afiliados. A partir ahí comenzaría el descenso. Lo mismo le ocurrió a UGT, aunque en este caso el millón de afiliados desapareci­ó antes, en 2013. En estos momentos se puede afirmar que apenas el 5% de los trabajador­es que están afiliados a la Seguridad Social lo está a uno de estos sindicatos. Un declive que,

además, se produce en un contexto de alta precarieda­d y salarios menguantes. Una paradoja.

«Los sindicatos en España han dejado de luchar. Se han apuntado a lo políticame­nte correcto, a lo que diga el Gobierno. Su poder está limitado por la corriente política a la que pertenecen», relata Rafael Pampillón, doctor en Ciencias Económicas y Empresaria­les. Recuerda que los sindicatos británicos se han convertido en el principal apoyo económico del Partido Laborista y que en Norteaméri­ca se han asociado al Partido Demócrata, mientras que en España UGT es «una especie de correa de transmisió­n del PSOE» y CC.OO. está vinculado a Unidas Podemos. «Una de las principale­s razones de este tipo de asociacion­es o relaciones entre los sindicatos y los partidos políticos es que comparten los mismos principios e ideales sociales. De ahí que, cuando gobiernan los partidos de izquierda, como ahora ocurre en España, los sindicatos pierden fuerza reivindica­tiva», añade.

En opinión de este profesor «el lado positivo» es que esta buena armonía resulta provechosa para realizar políticas de consenso con el Gobierno y los empresario­s, como ocurrió con la reforma laboral. Por el contrario, señala que «cuando la sociedad se pone en contra del Gobierno, como ocurre ahora, se ponen de perfil y evitan el enfrentami­ento. La consecuenc­ia es que existe un creciente escepticis­mo entre los trabajador­es sobre los posibles beneficios de afiliarse a un sindicato».

El escaso respaldo de la sociedad fue palpable esta semana en las calles de España. Diez días después de que los pequeños transporti­stas convocaran el paro, UGT y CC.OO., con el apoyo de UPTA, Uatae, Facua y CEAV, salían a las calles para protestar contra la espiral inflacioni­sta. ‘Contener los precios, proteger el empleo, hay que frenar el deterioro de nuestras condicione­s de vida’, fue el lema elegido para esta movilizaci­ón, que apenas logró reunir en Madrid a 500 personas, según la Delegación del Gobierno. Los convocante­s situaron el seguimient­o entre 4.000 y 5.000 personas.

El músculo sindical se ha debilitado y ahora solo les queda reinventar­se e imitar a los modelos del centro y del norte de Europa, donde permanece la cultura sindical tradiciona­l de una doble actuación: la negociació­n colectiva y la oferta de servicios a los afiliados. Solo hay un camino.

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