«Tengo a un hijo en paro y nunca he colocado a nadie» Tengo plena confianza en el Supremo. No contemplo en absoluto la idea de entrar en la cárcel
José Antonio Griñán Martínez Expresidente de la Junta de Andalucía (2009-2013) y exconsejero de Hacienda (2004-2009) El exdirigente socialista, que narra en un libro la historia reciente de España, se abre en canal para mostrar su honda desazón por la co
José Antonio Griñán (Madrid, 1946) era ministro de Felipe González cuando entregó a Lola Flores la Medalla al Mérito del Trabajo. La artista, que las había tenido tiesas con Hacienda, proclamó entre sollozos: «He llorado mucho», pero «ha valido la pena», mientras se explayaba en agradecimientos a «mi Felipe». Como la cantante, Griñán, que recuerda la anécdota, hace balance y cree que mereció la pena el viaje, pese al quinario que supuso su condena por la Audiencia de Sevilla en el caso ERE, sentencia que va a revisar el Supremo. Y así se lo transmite a su hijo Manolo en el epílogo de su libro ‘Cuando ya nada se espera’ (Galaxia Gutenberg), escrito con buen pulso y ritmo narrativos. Su promoción le ha hecho salir de la reclusión en la que llevaba instalado siete años, sin pandemia y con ella. Nos cita a las 11.00 horas en la taberna ‘La Casa Vieja’ de Mairena del Aljarafe. Digamos que el entrevistado juega en casa. Se muestra cálido y locuaz, desprovisto de esa coraza de acero que blinda al poder que ya no tiene. Se reserva algunos secretos para otro volumen, pero hasta en sus silencios dice muchas cosas. Si tiene rencor, que no lo parece, se lo guarda. —En su libro defiende el llamado ‘régimen del 78’ y señala que la Transición fue una historia de éxito. Sin embargo, ¿Franco está ahora más presente que nunca en el debate político? —Yo creo que no. No fue un régimen, sino una Transición política que impulsó magníficamente el Rey, quien tuvo el gran acierto de elegir a Adolfo Suárez, que tuvo muchas virtudes. Aceptó todo lo que pedía la oposición: que la reforma fuera un proceso constituyente, que se hiciera en el Parlamento y que viniera precedido de una ley de amnistía. Es el momento más glorioso que ha vivido España en el siglo XX. La UCD con Alianza Popular sumaba mayoría absoluta. Suárez se negó siempre a ir a esa mayoría natural. Se situó en la centralidad política y eso impidió que España se rompiera en dos bloques antagónicos. Hubo personalidades de las que no me puedo olvidar, sin duda, de Felipe González. Pero también le doy muchísimo mérito al entendimiento entre Alfonso Guerra
y Fernando Abril Martorell. Cuando yo oigo a tanta gente que no vivió eso ni tiene conciencia de ello decir las cosas que dice, no tengo más remedio que considerar que hay ignorancia o malicia. En diciembre de 1978 aprobamos la Constitución y en 1979 ETA mató a 90 personas. Al mismo tiempo, hubo intentonas golpistas. Ese era el mundo en el que tuvieron que transitar Suárez y la oposición. A pesar de todo, lo hicieron. Y lo hicieron bien, porque nunca hubo ese revanchismo que no habría conducido a ningún sitio. —Pablo Iglesias fundó Podemos como una «alternativa frente a un régimen que se derrumba», en alusión al pacto constitucional. Hoy este partido forma parte de un Gobierno con el PSOE. ¿Está en riesgo ese proceso? —Creo que no. En acontecimientos importantes este Gobierno se sitúa siempre en puntos que no son radicales. Iglesias pretende decir que él quiere que el régimen del 78 se derrumbe. Pero es evidente que tenemos una democracia liberal. No sólo España sino el mundo entero está viviendo una recolocación de los equilibrios que se produjeron en 1945. Ese dualismo enfrentaba a las democracias liberales con el comunismo. Tras la caída de éste, eclosionaron los nacionalismos y los populismos llegaron como consecuencia de que el capitalismo desregulado causó la crisis financiera y todo el malestar que generó.
—¿Qué impresión tiene al contemplar al PSOE gobernando ahora con la extrema izquierda y con el apoyo externo de separatistas y exterroristas?
—Yo no lo sé, porque no vivo la vida del partido en absoluto. Pero yo diría que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo deben encontrar un punto de entendimiento en determinadas cuestiones. Al PP le puede venir mal el pacto con Vox y a nosotros nos pueden venir mal los pactos con la izquierda, porque no debemos tener vergüenza a que haya fuerzas a nuestra izquierda. El PSOE ha sido siempre socialdemócrata.
—Cuenta una larga conversación suya con José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa en la que le ofreció ser candidato a la Alcaldía de Sevilla al inicio de 2007. Pero usted no se veía en ese papel y lo rechazó. ¿Por qué?
—Es que me llamó para eso. A mí Sevilla me entusiasma porque es una ciudad que te permite la quietud y la alegría, que fui descubriendo cuando vine a Madrid. Por ejemplo, descubrí que la alegría no es lo contrario de la seriedad sino de la tristeza y que el andaluz es alegre y serio. Pero hay una cosa que de lo que llama la gente ‘sevillita’ que, de verdad, nunca ha entrado en mi corazón. No me gusta la Semana Santa ni la Feria pero no tengo nada contra ellas. Yo he ido a la Feria y a la Semana Santa. Además, los últimos años estuve haciendo mi desempeño político en Córdoba. «No creo que sea la persona más indicada», le dije [a Zapatero]. Entonces, entró Felipe González y me echó una mano. «Yo veo muy lógico lo que dice Pepe. ¿No te lo parece a ti, José Luis?» Y así terminó.
—Citando a Trotski, escribe que tanto Susana Díaz como Mario Jiménez tienen «las cualidades y los defectos» que deben reunir quienes ejercen el poder. Dígame, ¿qué defectos son esos?
—Eso es algo que dice Trotski a propósito de su hijo en su libro ‘Mi vida’. Dice que él era muy leal con la causa comunista y un magnífico analista político, pero carecía de los defectos más imprescindibles. Eso yo lo vi también. ¿Cuáles son esos defectos? Una frialdad que se sobrepone a los sentimientos y el maquiavelismo para no decir siempre aquello que estás pensando. En política hay que ser dueño de los silencios y eso te obliga a veces a no decir todo lo que debes o puedes. Yo digo que eso que se consideran defectos, ellos los tenían.
—¿Habla con Susana Díaz, ahora que su estrella política ha declinado?
—No, hablar no, pero de vez en cuando nos enviamos algún mensaje de whatsapp. Yo le sigo teniendo cariño.
—Sí habla con Juan Espadas, líder del
in péctore del PP, al que le agradece que lo dijera «públicamente». A raíz del proceso judicial retomó su amistad con Chaves, aunque las cosas ya no son como antes.
Existe, sostiene, una ley de hierro que dicta que el líder «termine peleándose» con su sucesor, si bien aclara que dicha norma no se cumplió entre él y Susana Díaz porque «nunca me metí en lo que hacía», aunque «pudo cometer errores». Confiesa que «al principio me dolió» que ella intentara dejar atrás el pasado de sus antecesores en el PSOE-A y la Junta, «pero luego lo comprendí».
❝ Recurso tras la condena
El candidato del PSOE andaluz Espadas no debe nunca contagiarse de los perros de presa y mantener esa moderación
PSOE andaluz. ¿Qué consejos le da? —Sí, pero yo no doy consejos si no me los piden. Me gusta Juan porque tiene ese temple de la moderación que yo tanto admiro en un político. Es un resiliente, un corredor de fondo. Pero lo que no debe hacer nunca es contagiarse de los perros de presa y debe mantener la moderación. Andalucía merece que haya un punto de entendimiento que ahora puede ofrecer Moreno Bonilla y luego lo puede ofrecer él cuando gane las elecciones, que yo espero que las gane.
—Admite que hubo «un cúmulo de irregularidades injustificables» en la Consejería de Empleo. ¿Ha sentido repulsión por algunos episodios que han salido en la instrucción del caso ERE?
—Repulsión no es la palabra. Yo me he enterado de muchas cosas en la propia instrucción, incluso en el juicio. Resulta sorprendente que en un juicio donde no se estudian las ayudas pueda hablarse de malversación. Ésta se produce cuando hay un gasto de los recursos que tienes a tu cargo. Es una construcción que yo no conocía. —Vivió con un hondo sufrimiento su condena. «Seis años de prisión son mucho más que un golpe bajo», confiesa. ¿Se ha pasado por su cabeza la idea de tener que entrar en la cárcel? —Yo tengo una plena confianza en el Tribunal Supremo. No solamente porque sé que soy inocente, es que lo sé, sino porque desde el punto de vista jurídico me asiste la razón.
—O sea, que la idea de entrar en la cárcel ni la contempla...
—No, no. En absoluto.
—Vista la sentencia, ¿considera que no fue acertada la estrategia de su Gobierno de parapetarse tras una sugerida negligencia del interventor general de la Junta para justificar la conducta de los responsables políticos? —Lo que yo dije siempre es que en ningún momento se declara por los interventores actuantes, no por él, que hubiera fraude o menoscabo de fondos públicos ni riesgo de que lo hubiera. El informe adicional [donde el interventor general advierte de irregularidades administrativas] es de 2003 y nunca se repitió. Nunca se volvieron a pedir los expedientes. Y he dicho, por lo tanto, que en ningún momento se mueve al consejero de Hacienda a una actuación que no hiciera. En ningún momento se promovió un procedimiento por riesgo de menoscabo. Y si es verdad que hizo bien el interventor porque está absuelto, no va a saber más el consejero de Hacienda que el interventor.
—¿Piensa pedir reclamaciones de daños si es absuelto por el Supremo?
—¿Quién repara este daño? ¿Cómo? Quien me conoce sabe que no tengo dinero ni bienes. Tengo una casa a medias con mi mujer y una cuenta corriente con unos 2.000 ó 3.000 euros a final de mes, pero no necesito más. Tengo a mi hijo pequeño en paro. No he aprovechado nunca para colocar a un hijo mío. No he colocado nunca a nadie y he tenido momentos de dolor familiar por la angustia del paro. Tengo lo que tengo y vivo como vivo, pero, añado, vivo bien. Yo no necesito más. Y escribo. Yo he escrito toda mi vida.
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