Cunqueiro, botánico del idioma
Álvaro Cunqueiro es un clásico de gloriosos excesos que tenemos por ahí orillado, o traspapelado, a veces, como un Cervantes bajo las lluvias gallegas que fue, y que aún es. De modo que releer a Cunqueiro es hacer descubrimiento, y rescate, y justicia. Lo digo porque he disfrutado en estos días ‘Un hombre que se parecía a Cunqueiro’, un tomo delicioso de José Besteiro donde se cumple un viaje largo y demorado por los horizontes biográficos y literarios de Cunqueiro, rematando una biografía que voltea toda horma, entre la memoria imaginada y la autobiografía a propósito de la vida y milagros de otro.
Quiero decir que Besteiro ha elegido por tema un autor que conoce y venera, desde siempre, para hacer de paso confesión de su arborescencia de lector y su ambición de escribiente. El resultado es una obra insólita, amenísima y esclarecedora sobre Cunqueiro y sus páginas, donde el protagonista mayor, primero y último es el lenguaje, esa mágica artesanía que unas veces cuenta a Cunqueiro desde Besteiro, y en otros casos al revés. Cunqueiro ejerció todos los géneros, de la poesía al relato o el artículo, acuñando, invariablemente, un estilo común, que lo abarca todo, bajo el lema definitivo de «la calidad de párrafo», que Pedro Salinas diagnosticaba para Proust.
Estamos ante un cardiólogo del idioma, ante un botánico de la palabra, y esto lo reverencia Besteiro aupando un libro que busca ser asimismo escritura, y no redacción, y lo logra, con el vuelo alegre de una prosa dada a la soltería de la ensoñación del lenguaje. Remata así quinientas páginas. Le hubiera gustado este libro fraterno y desobediente al propio Cunqueiro, que perpetró libros como jardines, y levantó una obra de articulista a lo suyo, a bordo siempre de una máxima de poeta de la circunstancia: «las noticias verdaderas son las que tienen 300 años». Le dieron el premio Nadal a Cunqueiro, por ‘Un hombre que se parecía a Orestes’, allá en 1968, y también firmó ‘Merlín y familia’, o ‘Las mocedades de Ulises’, siempre con el magisterio de un polizón del Siglo de Oro, que hubiera llegado hasta Mondoñedo, en el siglo XX. Hasta se nos descolgó oficiando de falsificador de Quevedo. José Besteiro ha logrado un homenaje admirado que va más allá. Como que dan ganas de quedarse a vivir en el clima de fantasías que ahí se anima.