La verdadera guerra de Ucrania
Lo que teme Putin no son los nazis, a los que Rusia ya derrotó; teme a la democracia
HAY dos formas de afrontar una crisis económica: a base de subvenciones, subsidios, ayudas del Estado para paliar sus daños en la población o concentrar tales auxilios en quienes demuestran más capacidad, iniciativa y energía para crear riqueza que repercuta en los demás. La izquierda capitanea la primera opción, con su ‘política social’ de gravar las rentas más altas y distribuirlas entre los más necesitados. La derecha prefiere ayudar al emprendedor que crea puestos de trabajo y riqueza, tanto para él como para los demás con sus impuestos, que prefiere lo más bajos posible. A estas alturas del siglo XXI, cuando se han visto triunfos y derrotas tanto del comunismo como del capitalismo, creo que no hay duda de quién ha ganado la carrera de elevar el nivel de vida del ciudadano medio. Excepto en China, que ha ensayado un original ‘capitalismo de Estado’, que permite al ciudadano enriquecerse siempre que respete un sistema de rigurosa falta de libertades políticas –«gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones», explicó Deng Xiaoping a González–, todos los demás comunismos han sido un desastre más o menos grande en el terreno económico. Quizá se deba a que el propio sistema, al coartar la libertad y no premiar el esfuerzo individual actuaba como freno de la productividad o al hecho de que el auténtico comunismo no ha sido puesto en práctica en ningún país, como dicen algunos de sus exégetas. Tuve ocasión de comprobarlo en el Berlín dividido de los cincuenta y sesenta, con numerosos conocidos en la parte oriental. Lo primero que te pedían al pasar a la occidental era que les llevases a unos grandes almacenes.
Fue la razón de que tuvieran que levantar finalmente un muro pues amenazaba quedarse sin gente y puede ser la última razón de la guerra de Ucrania: Rusia necesita ‘estados colchón’ con el Oeste para evitar el contagio que terminaría con un sistema que ofrece mucho menos al ciudadano. En otras palabras: lo que teme Putin no son los nazis, a los que ya derrotó. Teme a la democracia. Y por eso mismo está perdiendo la guerra: porque los ucranianos saben por lo que luchan, y los rusos aún no lo saben. Claro que Putin tiene potencia para arrasar el país. Pero no para ocuparlo indefinidamente. Ahí puede estar la clave de una salida a esta guerra que ni siquiera quieren llamar así.
Y ahí veo el punto flaco del plan de Sánchez para sanear la tambaleante economía. Si Zapatero quiso salir de la crisis anterior a base de rotondas en todos los pueblos, Sánchez intenta hacerlo gastándose 6.000 millones en subvenciones, entre ellas abaratando el combustible en 20 céntimos el litro. Además a todos, no importa ser millonario o parado. La cuestión es que nadie proteste. Mejor dicho: que todos aceptemos su plan. Hace falta tener cara.