ABC (Andalucía)

El príncipe de Bel Air ha perdido el sentido del humor

El asunto sobrepasa la bofetada y propone la contradicc­ión: el cómico que renuncia a la risa, el humorista enfadado

- KARINA SAINZ BORGO

VAN ya tres días de debate sobre el bofetón de Will Smith al cómico Chris Rock por los chistes que este dedicó a la calvicie de su mujer en la ceremonia de entrega de los premios Oscar. Smith, probableme­nte una de las estrellas que más simpatía han generado desde sus años como el príncipe de Bell Air, ha pasado en estos días del personaje de la telecomedi­a más popular de los noventa a troglodita e intolerant­e, incluso machista y paternalis­ta, porque puestos a pegar, más le correspond­ía a la ofendida lavar su propio honor. El comunicado del actor pidiendo disculpas redunda en el ‘mea culpa’, alborota a los ofendidos y en lugar de solucionar el asunto, le echa más leña al fuego.

Que los chistes de Rock no tenían gracia e incluso incurrían en el mal gusto, es un matiz que podría explicar el arrebato de un Will Smith ofendido que decide soltarle un guantazo al presentado­r a manera de desagravio. El derecho a ofenderse pesa tanto como el derecho de Rock a hacer bromas, incluso siendo pésimas o impertinen­tes, eso está claro. Sin embargo, lo que desconcier­ta del episodio ha sido constatar cómo el Príncipe del Rap ha perdido el sentido del humor.

En un mundo obsesionad­o con la ejemplarid­ad y la tolerancia de antorcha, hay incluso quienes piden que a Will Smith le sea retirado el premio al mejor actor que recogió esa noche, como si el bofetón durante la gala, el leñazo en vivo y directo, hubiese revocado de pronto su talento, los méritos artísticos o su capacidad para entretener. Otra vez la cancelació­n, la confusión entre vida personal y obra, y por supuesto el sambenito de la beatería moralista. Todo eso tapa el verdadero meollo del episodio de los Oscar: un hombre que vive de hacer reír se apea de la risa cuando es él el objeto del chiste.

El humor negro sin luces hiere, de ahí que los chistes sobre el Holocausto ofendan como ofenden la mofa sobre la discapacid­ad, la enfermedad o la desgracia ajena. En un mundo permanente ofendido, el chiste de Rock sobre la calvicie de la mujer de Smith es gasolina para el agravio, porque la falta de cabello en su caso es producto de una enfermedad que el presentado­r de la gala usó como material para hacer reír a los demás. ¿Y qué hubiese ocurrido, por ejemplo, si ese chiste lo hubiese hecho una mujer? ¿O un presentado­r blanco? La agresión de Will Smith a Rock hizo pasar a un segundo plano el mal gusto. La respuesta ante el humor denigrante, como los chistes sexistas o racistas, dependen de las caracterís­ticas del receptor y el contexto. Y, en este caso, el sentido de espectácul­o es manifiesto, sobre todo en una gala en la que los presentado­res han sido, siempre, humoristas. De ahí la paradoja de Will Smith: el humorista enfadado, el cómico que renuncia a la risa.

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