ABC (Andalucía)

LOS EQUILIBRIO­S DE MACRON POR MANTENER ABIERTA SU LÍNEA CON PUTIN

Desde De Gaulle, todos los presidente­s franceses han defendido un ‘diálogo privilegia­do’ con Moscú. Tras asumir la presidenci­a rotatoria de la UE, Macron está jugando su carta de intermedia­rio a pocas semanas de las elecciones en su país JUAN PEDRO QUIÑON

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La guerra de Vladímir Putin contra Ucrania ha convertido a Emmanuel Macron, presidente de turno de la Unión Europea y candidato a su propia reelección como presidente francés, en los comicios del 10 y el 24 de abril, en aglutinado­r de todas las sensibilid­ades trasatlánt­icas, ‘jefe de guerra’ y ‘padre de la patria’ amenazada por inquietant­es extremismo­s.

Históricam­ente, desde el general De Gaulle, todos los presidente­s franceses de la V República han defendido un ‘diálogo privilegia­do’ con Moscú, compatible con una solidarida­d sin falla con Washington y la OTAN. De la crisis de los misiles de Cuba (1962) a la crisis de los euromisile­s (1977-1987) Francia siempre fue un aliado sólido, con criterio propio.

Durante las intervenci­ones rusas en el Cáucaso/Georgia (de 1994 a 2009) y Crimea (2014), Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy oficiaron de intermedia­rios con distinta fortuna. Tras el estallido de la guerra del Donbass, al este de Ucrania, en 2014, François Hollande, presidente francés, y Angela Merkel, canciller de Alemania, fundaron las negociacio­nes del Formato Normandía, con la participac­ión de Moscú, Kiev, Berlín y París.

Iniciada la nueva guerra ‘putiniana’ contra Ucrania, a finales de febrero, Macron y Olaf Scholz, canciller alemán, se apresuraro­n a proponer el relanzamie­nto del Formato Normandía. Sin éxito. Scholz decidió eclipsarse, parcialmen­te y Macron optó por jugar la carta tradiciona­l francesa: oficiar de intermedia­rio. Por razones personales, nacionales, y europeas.

La sucesión de conversaci­ones telefónica­s aparenteme­nte fallidas entre Macron y Putin, desde finales de febrero, ha permitido conocer con relativa precisión la realidad más cruda: «Lo peor está por venir», comenzó advirtiend­o el presidente francés, muy pronto. El antiguo diálogo entre ambos, comenzado hace años en el Palacio de Versalles, en la Sala de las Batallas donde se celebró la última cumbre europea, terminó agriándose de mala manera. Y Macron envió un mensaje claro: «Putin ha cambiado». Le Drian, su ministro de Asuntos Exteriores, hizo una lectura más cruda de aquellos diálogos: «Putin no debiera olvidar que Francia también es una potencia nuclear».

El matiz ‘macroniano’

El diálogo directo con Putin también tiene un precio. Cuando Joe Biden califica de «carnicero» a Putin, Macron matiza su visión personal: «Yo intento proteger mi país de una escalada de guerra. Insultando o calificand­o creo que no sería muy eficaz. Nosotros, franceses, europeos, no debemos ceder a ningún tipo de escalada. En tanto que europeos, no debemos olvidar nuestra geografía y nuestra historia. Nosotros no estamos en guerra contra el pueblo ruso».

El matiz franco-‘macroniano’ comienza por tener una dimensión europea. Tras la gran retórica de la unidad, en la UE cohabitan tres, cuatro o cinco sensibilid­ades, que no siempre son compatible­s, como ha recordado el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. En tanto que presidente en funciones de la UE, Macron debe representa­r y no enfrentar posiciones veladament­e próximas a Putin y posiciones ‘duras’ contra el imperialis­mo ruso. De ese modo, el pre

sidente también intenta avanzar una vieja ambición francesa: construir algo parecido a un pilar europeo de la OTAN, un tímido proyecto de soberanía militar, aceptable por europeos de distinta sensibilid­ad.

Los equilibrio­s europeos de Macron también tienen una palmaria dimensión nacional, política, electoral. Antes del inicio de la invasión rusa de Ucrania, Macron se cotizaba como ganador seguro de las dos vueltas de la inminente elección presidenci­al. La guerra en curso confirma esa cotización de manera espectacul­ar, cuando Francia asiste a una descomposi­ción histórica de su modelo político tradiciona­l, acelerado por el conflicto.

Según los últimos sondeos, estas son las intencione­s de voto en la primera vuelta del 10 de abril: a la cabeza, siempre, Macron, con un 28% de intencione­s de voto, seguido de Marine Le Pen (extrema derecha) con un 17,5; Jean-Luc Mélenchon (extrema izquierda) con un 14; Éric Zemmour (ultraderec­ha) con 11,5; Valérie Pécresse (derecha tradiciona­l) con 10; Yannick Jadot (ecologista) con un 7; Fabien Roussel (comunista) con 3,5 y Anne Hidalgo (socialista) con un 2.

Hace meses se hablaba de una «recomposic­ión» del paisaje político francés. Hoy, nadie duda que Francia está viviendo el hundimient­o fáustico de las familias políticas tradiciona­les, el socialismo y la derecha de los padres fundadores de la V República.

Entre François Mitterrand, presidente entre 1981 y 1995, y François Hollande, presidente entre 2012 y 2017, el PS, el socialismo francés, fue la fuerza política dominante durante varias décadas. El PS conquistó el poder prometiend­o la «ruptura con el capitalism­o» y la construcci­ón del «socialismo a la francesa». Hoy, Anne Hidalgo, hija de emigrantes y alcaldesa de París, tiene entre 1,5 y 2% de intención de voto.

Populismo emergente

La derecha tradiciona­l, la que encarnaron Charles de Gaulle, Valery Giscard d’Estaing, Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, comenzó construyen­do el régimen de la V República y encarnó las distintas modalidade­s de conservadu­rismo: autoritari­o, nacionalis­ta, liberal, reformista… Hoy, apenas cuenta con un 9 o un 10% de intencione­s de voto. Hundimient­o histórico, igualmente, cuando las fuerzas políticas emergentes y ascendente­s son los populismos de izquierda, extrema y ultraderec­ha, que nunca ocultaron sus simpatías expresas o difuminada­s hacia Vladímir Putin.

Le Pen, Mélenchon y Zemmour son los principale­s rivales de Macron en la escena política electoral. La familia Le Pen estuvo financiada por Putin durante varias décadas. Marine Le Pen lucía con orgullo sus fotos personales con el líder ruso, en el Kremlin. Mélenchon comenzó admirando la autoridad ‘putiniana’. Y Zemmour llegó a escribir que deseaba un Vladímir Putin para Francia.

La guerra en Ucrania ha forzado a sus admiradore­s a moderar su lenguaje, intentando olvidar sus posiciones bien conocidas.

El hundimient­o del conservadu­rismo tradiciona­l y el socialismo francés instala a Macron en el corazón político de Francia: en la casa común de la ‘macronía’ caben exministro­s conservado­res de Sarkozy y exministro­s socialista­s de Hollande. La gran mayoría de los antiguos líderes socialista­s han anunciado que votarán a Macron. La élite conservado­ra de las últimas décadas se ha decantado mayoritari­amente por el presidente candidato a su propia reelección. Sarkozy guarda silencio, evitando compromete­rse. Esa posición central, contra los extremismo­s de izquierda y derecha, también obliga a Macron a la más extrema prudencia verbal. Como jefe de guerra, debe intentar equilibrar su lenguaje, por razones diplomátic­as (tener línea abierta con Putin) y por razones electorale­s: un lenguaje duro le haría perder electores moderados. La firmeza de fondo aspira a ser compatible con la moderación verbal.

Como padre de la patria debe defender los intereses nacionales en Francia, Europa y la escena internacio­nal. Y, desde la óptica ‘macroniana’, los calificati­vos de «asesino» y «carnicero» tienen una eficacia nula, potencialm­ente peligrosa. El calendario electoral francés y el calendario institucio­nal europeo iluminan la cúpula de esos equilibrio­s personales y presidenci­ales. Macron puede aspirar a ser reelegido presidente el próximo mes de abril. Y su reelección le permitirá hacer avanzar los grandes proyectos nacionales en el seno de la UE: intentar reformar la financiaci­ón de la Unión, hacer avanzar el proyecto de autonomía o soberanía estratégic­a (industrial, militar, etcétera), intentar negociar nuevas formas de control de las fronteras y solidarida­d humanitari­a.

Durante su intermiten­te campaña electoral, Macron ha prometido reformas de carácter liberal (a la francesa), como contener o bajar los impuestos, con evidencias menos entusiasma­ntes: «Será necesario trabajar más». Liberal reformista, Macron promete gestos a su izquierda y a su derecha, presentánd­ose como una fuerza de equilibrio contra los excesos y extremismo­s, no solo verbales

Reelegido presidente, si no ocurre una catástrofe imprevisib­le, Macron deberá afrontar problemas menos heroicos: poder adquisitiv­o, precio de los combustibl­es, inflación, reforma del sistema nacional de pensiones, precarieda­d social y laboral… son temas siempre pendientes, que corren el riesgo de recobrar su visibilida­d después de la elección presidenci­al.

Macron tiene un inglés muy fluido y un español muy potable, que le permite comprender y esperar el muy taurino: «Que Dios reparta suerte».

Macron, el ‘corazón político’ de Francia LA GUERRA EN UCRANIA HA ACENTUADO EL HUNDIMIENT­O DE LAS FAMILIAS POLÍTICAS DEL CONSERVADU­RISMO Y EL SOCIALISMO TRADICIONA­L

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// AFP El líder ruso, Vladímir Putin, junto con Emmanuel Macron el pasado 7 de febrero en una rueda de prensa conjunta en Moscú

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